El debate es bueno; el insulto, ineficiente. Y en El Salvador estamos más acostumbrados al insulto que al debate. Logramos salir de la guerra civil a través del diálogo y el intercambio de ideas, ciertamente apoyados por líderes de la Iglesia, algunos intelectuales y funcionarios de Naciones Unidas. Pero no abandonamos la tradición de la guerra verbal ni la tendencia a considerarnos amigos o enemigos según pensemos, apoyemos a un partido o tengamos posiciones diferentes en torno a cuestiones sociales, económicas o políticas. El insulto es el componente fundamental de esa guerra verbal, y generalmente impide el diálogo, genera desconfianza y dificulta en exceso la solución de los problemas. Aunque la gente joven es más tolerante y va avanzando en la capacidad de debatir ideas, el peso de la tradición es constante en el insulto. Quedan todavía muchos que no resisten la crítica, por racional que sea, y contestan insultando.
Si la Conferencia Episcopal de El Salvador, en un comunicado, dice: “No permitamos que los pobres mueran de sed”, quienes están a favor de que la empresa privada tenga una posición de peso en la dirección de la política del agua sacan inmediatamente sus espadas y sus lenguas largas a relucir. Sospechan, y lo dicen, que alguien, por supuesto muy malvado, sea persona o institución, ha engañado a los obispos y los ha manipulado. O simplemente afirman que los obispos no saben nada del tema del agua y deben callarse. Lo hemos escuchado recientemente de quienes no saben debatir ideas. Después, ante lo contraproducente de los gritos, viene una posición aparentemente más suave. Pero continúa la ofensiva buscando “culpables” del pecado de no creer en las bondades, generosidad y alta calificación de una gremial de la empresa privada para dirigir la política del agua en el país.
La mala situación de la distribución del agua es evidente. En los 25 años que han seguido a los Acuerdos de Paz, hemos sido incapaces de brindar agua a toda la ciudadanía. No hemos asegurado ni universalizado la cantidad y calidad que exige el consumo humano y el saneamiento. A parte de los cortes, interrupciones y mal servicio, todavía queda en el país un 20% de la población sin acceso a agua potable para consumo y casi un 50% que no tiene para saneamiento en el hogar en cantidad adecuada. Mientras tanto, el reto ineludible de gestionar el servicio universal de agua para consumo y saneamiento sin fines de lucro choca con lo que algunos visualizan ya como un fructífero negocio. Sin embargo, por más dólares que se puedan ver detrás de los acuíferos, es necesario darle prioridad al sexto objetivo de desarrollo sostenible: “Garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos”. Estos objetivos, que El Salvador se ha comprometido a cumplir, y que tanto Arena como el FMLN y Nuevas Ideas asumen como propios, tienen de plazo hasta 2030. No queda demasiado tiempo, y más si tenemos en cuenta que hemos hecho poco en los últimos 25 años.
En realidad, contamos con la suficiente precipitación de agua lluvia como para poder lograrlo. No será fácil, pero es posible si sustituimos el insulto por la racionalidad. Resulta indispensable construir no solo un objetivo común, sino unos procedimientos que sirvan para evaluar el avance y nos ayuden a lograrlo. No es pecado que muchos en el país pensemos que este objetivo es responsabilidad estatal y que, por tanto, el Estado debe regir las políticas del caso. Tampoco es pecado pensar que la empresa privada puede ayudar. Pero dado que el acceso al agua potable y al saneamiento es un derecho humano básico, es más racional pensar que el Estado, consultando participativamente, tenga la responsabilidad principal en el desarrollo y cumplimiento de dicho derecho. El candidato arenero a la presidencia, Carlos Calleja, tiene una posición al respecto bastante más inteligente que algunos diputados de su partido. Como en el tema de seguridad ciudadana, otro gran derecho en crisis en el país, la empresa privada puede y debe cooperar. Pero la responsabilidad final es del Estado, que debe hacer consultas con todos los sectores y tratar de superar la crisis del agua cumpliendo con estándares internacionales. Sólo así lograremos vida para todos.
* José María Tojeira, director del Idhuca.