Estudios recientes sobre innovación tecnológica (como el de la triple hélice) definen a las universidades como el lugar más adecuado para el desarrollo de la innovación, la inventiva y la capacidad emprendedora. Incluso se las ubica por encima de las empresas, que tradicionalmente son consideradas por diversos modelos (por ejemplo, el Manual de Oslo) como el motor de la innovación. La principal razón para ello es que el fundamento esencial para la innovación son las nuevas ideas y estas surgen en mayor medida en el entorno universitario debido a que el flujo de personas es más alto y continuo, algo que no sucede con la misma intensidad en las empresas. De esto se desprende que tener un sistema de educación superior adecuado tanto en la matrícula universitaria como en la producción científica y tecnológica (investigaciones, publicaciones y patentes) son factores clave para el desarrollo de la innovación y el crecimiento económico de un país.
Para 2011, la población del sector de educación superior en El Salvador fue de 160,374 estudiantes, distribuidos de la siguiente manera: 147,311 en universidades, 8,776 en institutos especializados y 4,287 en institutos tecnológicos. De la cantidad total de estudiantes, el 66.23% (106,220) cursa sus estudios en instituciones de educación superior privadas. Pocos países de América Latina y el Caribe tienen sistemas privados de educación superior como el salvadoreño. Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Nicaragua y República Dominicana reportaron a la Unesco matrículas en el sector privado de entre el 50% y 75% para el período 2000-2005. Por el contrario, Ecuador, México, Venezuela, Paraguay, Perú y Guatemala tienen matrículas de entre el 50% y 75% en el sector público; y Cuba, Uruguay, Bolivia, Panamá, Honduras y Argentina tienen matrículas en el sector público arriba del 75%.
Ahora veamos qué sucede con dos indicadores relacionados con la matrícula en educación superior: (1) el número de estudiantes en las instituciones de educación superior por cada 10,000 habitantes; y (2) la tasa bruta de matriculación, es decir, el porcentaje de jóvenes (con edades entre los 16 y 24 años) que están inscritos en el sistema de educación superior. En 2009, los valores de estos dos indicadores para El Salvador fueron de 197 estudiantes y 23.26%, respectivamente. En contraste, los valores promedios para estos dos indicadores en Latinoamérica para el período 2000-2005 fueron de 259 estudiantes por cada 10,000 habitantes y 28.5% de tasa bruta de matriculación. Y en 2003, estos mismos indicadores fueron de 409 estudiantes y 43.3% en Costa Rica; 181 estudiantes y 18.4% en Guatemala; 171 estudiantes y 17.4% en Honduras; y 424 estudiantes y 50.5% en Panamá.
Como es posible observar, en El Salvador solo el 23.26% de la población joven se encuentra en el sistema de educación superior, mientras que países como Costa Rica y Panamá registraron en 2003 43.3% y 50.5%, respectivamente. Asimismo, la cantidad de estudiantes en instituciones de educación superior por cada 10,000 habitantes en El Salvador está muy por debajo del promedio de 259 estudiantes que tenía América Latina en el período 2000-2005. Para completar este panorama general de la matrícula universitaria en el país, es importante resaltar que en Latinoamérica, desde 2000, la matrícula ha crecido a una tasa promedio anual del 6.8%, mientras que en El Salvador esta tasa de crecimiento fue del 3.86% para el período 2002-2011.
En resumen, se puede concluir que la matrícula en educación superior de El Salvador crece por debajo de la de países similares de la región y que su sistema de educación superior se caracteriza por ser altamente excluyente. Esto se reafirma al observar que anualmente 80 mil nuevos bachilleres se someten a la PAES, de los cuales únicamente entre 25 mil y 30 mil entran al sistema de educación superior. Esta situación se complica aún más debido a que el sistema está en manos de institutos de educación superior privados, cuya lógica de operación, en la mayoría de casos, está en función de los intereses propios de la organización y no de aumentar la tasa bruta de matriculación. Es claro, además, que el sistema de educación superior actual no ofrece el flujo de ideas adecuado para el desarrollo efectivo del proceso de innovación; más bien, el sistema excluye a una gran cantidad de jóvenes que no logran entrar al sistema y que, en el mejor de los casos, es absorbido por la fuerza laboral de las empresas. En el escenario más desfavorable, estos jóvenes terminan desempleados o deciden emigrar del país, con lo que se pierde un valioso talento.
Por supuesto, el problema de la matrícula universitaria es mucho más complejo que lo descrito en este artículo; sin embargo, El Salvador debe atenderlo antes de que alcance mayores proporciones, como sucede en Chile en este momento. Al respecto, se sugieren aquí al menos tres ideas para la reflexión. En primer lugar, aumentar los cupos de ingreso en las universidades y, en la medida de lo posible, compartir la infraestructura física de las instituciones de educación superior —principalmente, del sector público— para lograr aumentar la matrícula. Esto requiere de un estudio de oferta y demanda académica, y de la asignación de fondos del Estado para atender a los nuevos estudiantes, puesto que el costo anual por estudiante es de cerca de 1,770 dólares. En segundo lugar, crear programas de formación cortos y flexibles que faciliten la incorporación de los bachilleres excluidos por el sistema a la fuerza laboral del país. Aquí es de importancia pensar en una transformación del Insaforp, de manera que diversifique y amplíe sus programas de formación por medio del uso de las TIC. Finalmente, revertir la tendencia a la privatización de la educación superior; en otras palabras, que el Estado asuma su rol constitucional en el medular tema educativo, de tal forma que en los próximos años se alcance un sistema de educación superior público, como ocurre en la mayoría de países de nuestro subcontinente y del mundo.