Desafío para todos

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La semana pasada, Unicef presentó un proyecto viable de inversión en la infancia. Invertir en la primera infancia, y en la infancia y adolescencia en general, es indispensable para el desarrollo. Y especialmente urge invertir en los niños de cero a dos años para lograr el pleno desarrollo de sus capacidades, así como para que puedan ampliar sus posibilidades de vida. En efecto, en los dos primeros años, un período de crecimiento rápido del cerebro, se establecen las conexiones y los desarrollos neuronales más importantes, que llevarán al futuro adulto a tener sus habilidades cognitivas, afectivas y psicomotrices plenamente desarrolladas, según las capacidades de cada uno.

Y decimos que la inversión en la primera infancia es necesaria y urgente porque muchos niños pertenecen a hogares desintegrados, en los que hay violencia, no se desarrolla el apego, no se da buena alimentación o se les relega a la soledad y la ignorancia. Asimismo, hay desconocimiento respecto a algunos aspectos de la crianza. El hecho de que más de la mitad de los niños sufrirá algún tipo de violencia antes de los 14 años —y en torno al 40%, castigos físicos— nos muestra una parte de la problemática, especialmente en el hogar. La migración no solo somete a ausencias dolorosas, sino que con frecuencia deja a los niños en un mayor abandono, soledad y carencia de cuidados.

El hacinamiento en el hogar, la tensión y las restricciones que ocasiona la violencia en muchos lugares añaden dificultades a la crianza. La pobreza y el hecho de que solamente un poco más del 20% de la población tenga un salario decente dificultan todavía más el desarrollo de los niños. El descuido en la crianza infantil durante los dos primeros años, seguido de un abandono educativo entre los tres y los cinco, dificulta el aprendizaje posterior en la escuela, multiplica la repetición de grado, desestimula el aprendizaje y es una de las causas de fondo de un abandono escolar que determina que estemos graduando de bachilleres solamente a un 40% de los jóvenes.

Es evidente que si seguimos como hasta ahora, el desarrollo que prometen los políticos será falso. Tenemos planes ambiciosos y bien articulados, como El Salvador Educado, pero nos falta voluntad de aplicarlos. Incluso en dicho plan la inversión en la infancia no está adecuadamente planificada, pese que es la más barata y la de mayor y mejor recuperación económica. Sin invertir adecuadamente en nuestros jóvenes, el discurso sobre el mañana es hipócrita o ingenuo. Si no invertimos en ellos, seguirán en una alta proporción condenados a migrar o a padecer salarios insuficientes, trabajos informales y precarios, hogares hacinados y ausencia de redes de protección social de calidad; esa terrible situación que tan fácilmente engendra frustración e incluso violencia.

El Salvador es todavía un país joven. Pero ha iniciado un proceso que en treinta años lo convertirá en uno donde sus miembros de la tercera edad serán más que los jóvenes. En la actualidad, con bastantes más jóvenes que ancianos, solo el 20% de la población mayor de 60 años cobra pensión. Sería trágico que esa situación se mantenga dentro de 30 años. Aunque sería lo menos trágico del destino que nos espera si no nos decidimos a invertir más a fondo en los jóvenes y de un modo especial en la primera infancia.

En septiembre celebramos la independencia y exaltamos el amor a la patria. Pero esos discursos y desfiles pueden perder sentido si no nos decidimos de una vez por todas a invertir más y con mayor eficacia en la infancia. La propuesta de Unicef es precisa, asequible económicamente, apunta a utilizar recursos ya existentes y ofrece al Estado salvadoreño unas pautas de inversión y cuido que entran dentro de lo posible. Estudiar esta propuesta es ineludible para todos los que amamos a El Salvador, y más en esta época previa a elecciones presidenciales. Urge cambiar nuestra política pública en lo que respecta a la primera infancia. Recoger el desafío nos compete a todos.

* José María Tojeira, director del Idhuca.

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