La situación actual y las perspectivas a futuro en El Salvador son desoladoras. La pandemia no solo ha comprometido la salud, sino también las condiciones materiales de reproducción de la vida de las personas, es decir, su sustento económico. Las remesas cayeron en 40% durante abril en relación al mismo mes del año pasado, lo que incrementará la pobreza de los hogares que las reciben y reducirá el efecto multiplicador en el empleo por el consumo que estas transferencias permiten. A lo anterior, se une la caída de exportaciones, la reducción de los ingresos del Estado, la necesidad de mayor endeudamiento, la caída en la actividad productiva debido al confinamiento, la vulnerabilidad en el sector informal, entre otros impactos económicos que han provocado que las calles de El Salvador se llenen de banderas blancas que apelan a la solidaridad para adquirir alimentos. Adicionalmente, durante la última semana, las imágenes de la tormenta tropical Amanda muestran cómo un gran número de familias han perdido su vivienda.
La crisis parece señalarnos lo que estamos haciendo mal: una economía no debería depender de la expulsión constante de sus trabajadores, especialmente si estos procesos migratorios se dan en condiciones que ponen en peligro la dignidad humana y la vida misma. Los altos niveles de deuda responden a diversos factores, pero sin duda su crecimiento acelerado se debe en gran parte a la irresponsable privatización del sistema de pensiones y sus subsecuentes reformas. De igual forma, la recaudación fiscal no debería recaer sobre la clase trabajadora a través del consumo y renta. La crisis ha evidenciado el subterfugio de los “análisis” que llaman “empresarios” a los trabajadores de subsistencia y a los pequeños propietarios. Esta forma de ver las cosas nos distancia de una compresión adecuada del fenómeno del subempleo que nos permitiría tomar medidas encaminadas a mejorar la calidad de vida de la mayoría de nuestros trabajadores. Por otro lado, la tormenta nos señala en dónde no debería haber viviendas (mientras las constructoras hacen apartamentos y casas en residenciales a precios impagables para las mayorías) y lo poco que se ha avanzado en la calidad de materiales con los que se construye.
La vulnerabilidad generada por el modelo de desarrollo se ha agravado por un manejo propagandístico, poco transparente y autoritario de la crisis por parte del Ejecutivo. Las cadenas y ruedas de prensa presidenciales han sido utilizadas para atacar y alarmar, en lugar de conciliar e informar. El presidente ha sido incapaz de escuchar críticas constructivas. Por el contrario, ha preferido rodearse de asesores y “opositores” que le recitan panegíricos e interpretan las leyes de acuerdo a su interés. Pero no debemos equivocarnos, Nayib Bukele es un producto del descontento con el modelo de desarrollo que se expresa superficialmente como rechazo a los partidos políticos tradicionales, aunque él se sienta por encima de las razones sociales e históricas que lo han llevado a la Presidencia.
Adicionalmente, el Ejecutivo parece no estar interesado en realizar transformaciones estructurales al modelo de desarrollo. Se podría argumentar que el Gobierno apenas lleva un año en funciones; sin embargo, no existe una ruta clara que señale que habrá cambios en el modelo. Hasta el momento, el Ejecutivo ha actuado más como una enorme ONG que ve a sus ciudadanos como objetos de donaciones, no como sujetos de las transformaciones que el país demanda.
En suma, durante 2020 y en los años venideros, El Salvador presentará un retroceso en la mayoría de sus indicadores socioeconómico que afectará a los ya excluidos. Que este retroceso nos sirva para repensar el camino por el que hemos caminado y que ha generado todas las condiciones para que la actual crisis socioeconómica de nuestro país sea tan grave. “No se puede cosechar lo que no se siembra”, decía monseñor Romero, “¿cómo vamos a cosechar amor en nuestra república si solo sembramos odio?”. En el pasado sembramos individualismo, exclusión, desigualdad, indiferencia, prejuicios y desorganización; hoy cosechamos los resultados. Es el momento de desandar: que la solidaridad que ha despertado la delicada situación del país nos alcance para sembrar luchas colectivas, inclusión, equidad y empatía; todo ello encaminado a transformar nuestro modelo de desarrollo y a exigir al Gobierno de turno que actúe en esa línea.
* Armando Álvarez, docente del Departamento de Economía.