Distinguir lo bueno y lo malo no es fácil en El Salvador. Y no porque sea en sí mismo difícil, sino porque tenemos tales grados de polarización política que no podemos ver lo bueno del contendiente. Y prácticamente nos obligamos a callarlo, so pena de que nos llamen traidores o nos acusen de ser miembros de un enemigo siempre considerado perverso. Y la verdad es que todos tenemos cosas buenas y malas, aunque, por supuesto, la diversidad de cultura, opciones vitales en el campo de los derechos humanos, posición social, ideología hacen que veamos más cosas buenas en un grupo que en otro. Pero esa diversidad nos ayuda, si somos capaces de dialogar, a mejorar nuestra realidad, escuchando lo que dice la contraparte. Aunque el contrincante se equivoque, siempre obliga a pensar e incluso a vislumbrar aspectos mejorables en la propia posición.
Hace algunos años, durante uno de los Gobiernos de Arena, en la delegación del Centro de la PNC, un grupo grande de supuestos mareros, capturados en una redada, aprovecharon la presencia de personas de la sociedad civil dentro del espacio en el que estaban esposados y sentados en el suelo para pedir agua. La respuesta vino de la mano de un grupo de policías, que les golpearon duramente con las macanas para que se callaran. Si hechos similares se denunciaban, enseguida se oían voces diciendo que el denunciante era simpatizante del FMLN. Hoy, más o menos diez años después, en algunos lugares y momentos, la PNC sigue golpeando detenidos. Algo falla en nuestra política de seguridad cuando no somos capaces de enfrentar ese comportamiento policial. Se puede decir que los miembros de la PNC están tensos por los atentados mortales cometidos en su contra. Pero pegar a detenidos no arregla los asesinatos de policías, que por supuesto son totalmente condenables. Al contrario, golpear, torturar o imponer tratos degradantes y crueles a detenidos complica la situación y aumenta los niveles de violencia. Y decir esto no significa ser de Arena o del FMLN, sino mencionar un problema que debe tomarse en cuenta, analizarse y corregirse.
Al mismo tiempo que decimos lo que merece crítica, debemos reconocer los pasos positivos que se van dando en El Salvador, aunque pensemos que no van a la velocidad requerida. La Secretaría Técnica de la Presidencia ha dado pasos importantes en un proyecto que nació en la administración pasada. Y es el de complementar la medición de la pobreza a partir del ingreso con un enfoque multidimensional de la misma. Esto permitirá elaborar políticas públicas de lucha contra el flagelo más efectivas. Porque la realidad de la pobreza, aunque se han hecho diferentes esfuerzos por superarla, nunca ha estado presente en la preocupación política de un modo preferencial, técnico y preciso. La medición multidimensional presupone poner las bases para combatirla mucho mejor. Esa es una buena noticia y, ciertamente, si se consigue disminuirla, habremos iniciado un camino mucho más eficaz para vencer la violencia que los golpes y maltratos.
En este contexto de lucha contra la pobreza debería entrar la corrupción como tema de diálogo. Porque la corrupción genera pobreza y violencia. Hoy no puede hablarse de corrupción como la que se dio en el pasado, cuando los presidentes se quedaban con grandes extensiones de tierra o, más recientemente, cuando bancos nacionales se vendían a precio de ganga a los amigos para revenderlos posteriormente al capital extranjero a precios de mercado. Pero quedan algunas costumbres que llevan a aprovecharse del poder para lograr ventajas comerciales, familiares, etc. Eso en el campo de la política. Porque en el campo de la empresa hay demasiado hábito de evadir impuestos, que también es un tipo de corrupción muy grave, aunque no sea estatal. Tocar en serio el tema de la corrupción, reconociendo que no tenemos un palmarés muy positivo en nuestra historia gubernamental ni en la empresarial, sería muy importante también para enfrentar el clima de violencia. Porque no hay nada más deletéreo y rupturista del tejido social que saber que hay ricos que han hecho su fortuna a base de corrupción mientras multitudes viven en la pobreza o en la vulnerabilidad y el riesgo.
Los temas de diálogo son muchos, pero mientras no seamos capaces de enfrentar con una visión objetiva nuestra historia, difícilmente saldremos de nuestros grandes problemas. Hemos optado por la democracia, y a pesar de las falencias, los problemas y las discusiones, la mantenemos y la hemos ido fortaleciendo con nuevas instituciones: procuradurías, superintendencias, institutos. Tenemos todavía un gran camino por delante para llegar a una democracia con mayor contenido social, enfoques más objetivos de los problemas y planes de desarrollo más equitativos, precisos y eficaces. Solo necesitamos dialogar con mayor realismo, escuchar al contrario, aprendiendo a no rasgarnos las vestiduras a cada rato. Los grandes medios de comunicación, que con frecuencia echan más leña al fuego en vez de sembrar voluntad de acuerdos, deberían ser conscientes de que a la larga esa actitud no dialogante, excluyente y orientada políticamente hacia el dinero y la defensa de la acumulación del mismo en pocas manos hace un profundo daño al país. Aunque hablen en contra de la violencia, muchas veces la alientan con esa opción tan excluyente en favor de los poderosos económicamente. Dialogar más, distinguir mejor lo bueno de lo malo es todavía una tarea pendiente en El Salvador.