Dividir para reinar

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Rodolfo Cardenal
19/05/2022

El deseo de venganza es, en principio, insaciable, pero los objetivos sobre los cuales descarga su furia son efímeros. Una vez destruidos, la insatisfacción que pueda quedar ya no tiene en quién ensañarse. Bukele ha vuelto a la cima de la popularidad con la represión indiscriminada e implacable. Cuando ya no quede a quién encerrar ni torturar, tendrá que buscar otros enemigos contra quienes descargar el rencor que lo posee o algún otro proyecto excitante. Agotado el filón de las capturas masivas, se encontrará en el mismo lugar donde estaba antes. La inflación, la falta de liquidez, la deuda, los servicios sociales y la emigración aún aguardan un tratamiento eficaz y sostenible. La venganza puede satisfacer instintos primarios, pero no transformar la realidad.

Confundir la justicia con la venganza es un error grave. La humanidad se decantó por la justicia para evitar el linchamiento. La legislación impide que las emociones desbordadas impongan las sanciones y, en teoría, busca rehabilitar al acusado encontrado culpable. El dilema no consiste en dejar impune los crímenes de los pandilleros o en descargar contra ellos la impotencia y la frustración reprimidas durante mucho tiempo, sino en sancionar donde hay responsabilidad, de acuerdo con la ley, no según los dictados de la irracionalidad y la emotividad arrebatada. Bukele no está interesado en la justicia, sino en la popularidad que legitima su poder dictatorial.

La sociedad sana y fuerte no descansa en el odio y la venganza. Oponer la violencia de los buenos a la violencia de los malos solo genera más violencia, con el agravante de que el criterio para identificar a unos y otros es subjetivo. El régimen es tan parcial que no puede decir “hasta cuándo vamos a llegar”, porque “son cosas que se analizan día con día […] naturalmente vamos a llegar hasta que tengamos un buen número de estos integrantes tras las rejas”. Uno de los ministros responsables directos de la represión ni siquiera sabe cuántos son los terroristas. Evidentemente, la ola de terror estatal no se ajusta a ningún plan, sino a la voluntad suprema de Bukele. Ya se escuchan voces que advierten no acudir a los funcionarios, sino al mismo presidente, porque solo de él depende la vida de las decenas de miles de personas capturadas.

Bukele ha tenido la gran habilidad de dividir y de enfrentar al pueblo consigo mismo. Tanto las víctimas de los pandilleros como estos pertenecen a los estratos sociales con los ingresos más bajos y con menos acceso a los servicios públicos. Ambos luchan por sobrevivir en condiciones muy adversas y excluyentes, aunque cada uno lo hace de manera distinta. Los pandilleros lo hacen a costa de la explotación, del despojo y del sufrimiento de sus víctimas. Y muchas de estas, igualmente desesperadas, se aprovechan con frecuencia de la debilidad y la vulnerabilidad de sus vecinos. Los soldados y los policías, que con tanta rabia capturan y catean viviendas similares a las suyas, llevan una vida tan precaria como sus víctimas. Están tan irritados que saquean las viviendas de sus prisioneros. Mientras los pobres y los excluidos se destruyen entre ellos, para sobrevivir o vengarse, Bukele y los suyos disfrutan a sus anchas de las oportunidades que brinda el poder absoluto para medrar.

Más sorprendente aún, Bukele no solo ha dividido y enfrentado a los pobres con los pobres, sino que también ha conseguido que estos lo aplaudan entusiasmados. Encandilados con promesas brillantes, cada vez más inalcanzables, y deslumbrados por la brillantez del poder absoluto, han aceptado de buena gana sus miserias. Miran hacia arriba para no mirar hacia abajo. Las mayorías han caído rendidas ante un poder que les niega la vida digna, el empleo, la salud y la educación, la vivienda y la seguridad, y han consentido en que los hermanos Bukele y sus socios aumenten sus fortunas. La dignidad, negada a las mayorías, es privilegio de unos cuantos.

La normalización del odio y del terror deshumaniza. Es un sálvese quien pueda, a costa de quien sea, con la aprobación ciudadana y del Estado. La violencia y el despojo tienen carta de ciudadanía. La sociedad que acepta esta aberración es un fracaso humano y ético. La sociedad organizada según la ley del más fuerte imposibilita la ciudadanía y la convivencia. La sociedad que recompensa el abuso, la mentira y el terror está reñida con los valores fundamentales y, ciertamente, con el cristianismo, que muchos de sus promotores profesan. Se dan golpes de pecho y claman “¡Señor, Señor!”, mientras explotan y oprimen a los débiles.

La apuesta actual de los Bukele es dividir y enfrentar a las mayorías consigo mismas para que, distraídas y diezmadas, no se organicen y así ellos puedan prevalecer no solo sin oposición, sino también con su complacencia. La alienación es total. La prensa independiente es una excepción molesta. La ironía de la contradicción indica el nivel de la perversión social.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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Daniel589889002
20/05/2022
17:20 pm
La sociedad moderna, fuerte y sana o débil y enferma, no se basa en el odio y la venganza sino en la explotación del capital. Esta verdad suele presentarse como retórica ideológica, como equívoco superado ocultándose su pertinencia para comprender la sociedad actual. En los SCN de todos los países sin excepción, fijada la cuenta de producción, el valor agregado aparece, descontadas las remuneraciones e impuestos, como Excedente Bruto de Explotación, el plusvalor de la teoría de Marx. En los manuales de CN no se discute este marco, se asume en toda su rotundidad, aunque en silencio. Basada en la mentira y el disimulo, el poder ahora puede aparecer como contradicciones entre justicia y venganza, habilidad para dividir y enfrentar al pueblo consigo mismo. El encandilamiento que emana del poder, el aplauso que suscita el que los Bukele se hagan más ricos resulta natural, como el orgullo por los reyes o por qué los súbditos no desmontan un dominio que conduce al matadero y la ignominia.
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