En el sexto capítulo de Amoris Laetitia, el papa Francisco presenta algunas vías pastorales para enfrentar las fragilidades y dificultades que ocurren o pueden ocurrir en la familia. Entre los grandes desafíos pastorales se habla del acompañamiento a las personas abandonadas, separadas y divorciadas. Se abordan también las situaciones de las familias que viven la experiencia de tener en su seno a personas de la comunidad LGTBI, las familias monoparentales y las uniones entre homosexuales, entre otras.
La novedad de los caminos pastorales para abordar estas realidades está, sobre todo, en el espíritu que los anima. Francisco ha sido muy contundente en este sentido al afirmar que “el primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor”. Señala también que “no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones del magisterio”. En definitiva, “serán las distintas comunidades quienes deberán elaborar propuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales”.
Al examinar a la luz de la fe algunas de las dificultades y dudas que desafían a la familia hoy, en la exhortación se constata que no existe la familia perfecta. La historia de la familia está surcada por crisis de todo tipo, que también son parte de su dramática belleza. Frente a este hecho, el criterio pastoral que se propone es ayudar a descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad, sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a partir de las posibilidades que abre una nueva etapa. De ahí que se asume que cada crisis implica un aprendizaje que permite incrementar la intensidad de la vida compartida o, al menos, encontrar un nuevo sentido a la experiencia matrimonial. Asimismo, se aconseja no resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una soportable mediocridad.
Sobre las crisis familiares no asumidas, se considera que su impacto más perjudicial es la incomunicación que lleva al distanciamiento: “Poco a poco, alguien que era ‘la persona que amo’ pasa a ser ‘quien me acompaña siempre en la vida’, luego ‘sólo el padre o la madre de mis hijos’, y, al final, un extraño”. Además, en lo que respecta a las personas divorciadas que viven en nueva unión, se recomienda hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que “no están excomulgadas” y que siempre integran la comunión eclesial. Estas situaciones, enfatiza el papa,
exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Para la Iglesia, hacerse cargo de ellos no debe implicar un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad.
Por otra parte, aunque se insiste en la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación para enfrentar los conflictos, se acepta que en algunos casos la valoración de la dignidad propia y del bien de los hijos exige poner un límite firme a las pretensiones excesivas del otro, a una gran injusticia, a la violencia o a una falta de respeto que se ha vuelto crónica. En estos casos extremos, el criterio pastoral es muy claro: la separación es inevitable. “A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia”. Sin embargo, el papa ruega a los padres separados “jamás, jamás, jamás tomar el hijo como rehén […] que no sean los hijos quienes carguen el peso de esta separación, que no sean usados como rehenes contra el otro cónyuge”.
Al referirse a las familias que viven la experiencia de tener en su seno a un miembro de la comunidad LGTBI, el criterio pastoral reitera que toda persona, independientemente de su identidad sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar “todo signo de discriminación injusta”, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia. Por otra parte, al abordar el tema de los proyectos de equiparación de las uniones entre personas del mismo sexo con el matrimonio, el papa repite el criterio que la mayoría de padres sinodales hicieron notar: “No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia”.
Y frente al desafío que representan las familias monoparentales (cualquiera que sea la causa de la ausencia de uno de los padres), la orientación pastoral es que el progenitor que vive con el niño debe encontrar apoyo y consuelo en las familias que conforman la comunidad cristiana, así como en los órganos pastorales de las parroquias. Finalmente, Francisco recuerda el criterio pastoral por excelencia: “Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar o reintegrar [...] El camino de la Iglesia […] es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y la integración”.