El descontento de América Latina

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Wilson Sandoval
22/10/2019

Octubre se ha convertido en un mes en el que ciudadanos de varios países latinoamericanos están mostrando su descontento con la situación política y social, que parece ser uniforme a nivel regional. En Colombia, estudiantes universitarios, maestros y movimientos sindicales protestaron en la capital, Bogotá, y ciudades como Medellín y Cali contra las políticas laborales del presidente, Iván Duque. En Chile, las protestas registraron cinco muertos el fin de semana. Todo se originó con la movilización de estudiantes en contra del alza del pasaje del metro, cuestión que evolucionó a manifestaciones en Santiago de Chile y las principales ciudades del país, como Valparaíso y Concepción, asociadas al malestar social con la situación de la salud, las pensiones, las seguridad y el empleo, llegando a olas de vandalismo que derivaron en la toma de las calles por parte de las Fuerzas Armadas. Por su parte, Ecuador registra desde el 1 de octubre protestas contra el recorte de subsidios a combustibles anunciado por Lenín Moreno. En las manifestaciones ciudadanas participan movimientos indígenas, estudiantes y trabajadores. Centroamérica no ha sido la excepción, puesto que en Honduras la ciudadanía decidió salir a las calles a manifestarse contra el presidente Juan Orlando Hernández, luego de que Tony Hernández, su hermano, fuera declarado culpable de narcotráfico en Estados Unidos.

Los problemas que han detonado el malestar ciudadano parecen traspasar las fronteras. Algunos son fáciles de identificar: inconformidad con la situación de la economía, corrupción, inseguridad ciudadana, desempleo, etc. Pero ¿existe un común denominador en el malestar general en América Latina? De acuerdo con la opinión de los ciudadanos, ese común denominador es el descontento con los partidos, gobernantes y políticos, es decir, con el régimen político en general. Existen por lo menos tres datos que respaldan lo dicho. De acuerdo con el Latinobarómetro 2018, “a partir de 2010 y debido al fin de las medidas contracíclicas, comienza una ola de protestas en la región, [y] el apoyo a la democracia declina de manera sistemática año a año hasta llegar al 48% en 2018”. Lo que hoy se ve no es más que los resultados de una democracia enferma. Para el caso salvadoreño, de acuerdo con el Latinobarómetro, solo el 28% de los ciudadanos prefiere la democracia a cualquier otra forma de gobierno.

Un segundo dato es que, según el Latinobarómetro, el 79% de ciudadanos en la región pensaban en 2018 que se gobierna en “beneficio de unos cuantos grupos poderosos”. Opinión que ha venido en aumento desde 2009, siendo el piso de dicho año un 61%. Es pertinente mencionar que, de acuerdo con el informe en mención, no hay ningún país de la región que opine minoritariamente que se gobierna para unos pocos. En otras palabras, los ciudadanos no perciben que las políticas públicas respondan a las mayorías, los grupos más vulnerables o al interés general. Lo que se refleja desde la clase política es que esta gobierna para ella misma como élite o para grupos de poder económicos o fácticos que han cooptado el Estado. En El Salvador, en 2018, el 86% opinaba de la misma manera, superando el ya mencionado porcentaje promedio de la región.

El tercer dato es respecto a la confianza en ciertas instituciones democráticas: poder judicial, Gobierno, Congreso y partidos políticos. Los resultados del Latinobarómetro indican que ellas son las que menos confianza generan en los ciudadanos de la región, con un 24%, 22%, 21% y 13%, respectivamente; superadas por las Iglesias, con 63% de confianza, y las fuerzas armadas, con un 44%. Es crítico que los partidos políticos, que están llamados a tener un pie en el sistema político y otro en el ambiente de donde surgen las demandas ciudadanas, no inspiren confianza. En El Salvador, solo el 14% confía en el poder judicial, 10% en la Asamblea Legislativa y 6% en los partidos políticos, siendo este último dato el de más baja confianza en la región, junto con el de Brasil.

Lo que hoy muestra el sur del continente y países vecinos como Honduras debería llevar a la reflexión a los partidos salvadoreños, especialmente para que transformen su forma de hacer política. De lo contrario, más temprano que tarde caerán frente a un movimiento demagógico que avanza sin obstáculos, mediante un populismo que apela a sentimientos irracionales y los contrapone a los valores y principios de la democracia (justicia, participación, rendición de cuentas, transparencia, etc.). ¿Cuál puede ser un nuevo paradigma en la forma de hacer política? La respuesta puede encontrarse en los derechos humanos, entendiéndolos como pilar fundamental de la acción partidaria para la dignificación de la ciudadanía. Si en realidad los partidos pretenden sobrevivir ante esta ola latinoamericana de descontento, deben ahora más que nunca enfocarse en conectar con el pueblo, abriéndose a la participación y la democracia.


* Wilson Sandoval, graduado UCA de la Maestría en Ciencia Política.

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