El obispo Álvarez y las gotas que caen sobre la piedra

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Álvaro Montenegro
16/02/2023

El 9 de febrero se dio la liberación de 222 presos políticos nicaragüenses que partieron en un vuelo chárter a Washington D. C. Estas 222 aves volaron lejos de la tierra que les intentó cortar las alas en las mazmorras del régimen por haber señalado las formas desquiciadas de gobernar de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Se desconocen las posibles negociaciones. A pesar de que les despojaron de la nacionalidad como venganza a posteriori, es una victoria haber sobrevivido al enclaustramiento impuesto por los represores.

El obispo Rolando Álvarez tuvo el nervio de tomar la decisión de no subirse al avión en el que partieron los presos políticos. Un día después, Daniel Ortega, por medio de un juez, lo condenó por esa ofensa a 26 años de cárcel. Sentencia que recibió como un completo mártir cristiano, en el sentido más profundo y existencial, para colocarse al lado de otros sacerdotes que ofrendaron su vida en aras del expandir de la conciencia y develar las pestilencias del poder.

Lo imagino a monseñor Álvarez —a quien el papa Francisco le dedicó recientemente un tuit—   resistiéndose a abordar el avión y decidiendo caminar de vuelta a la gran prisión que es Nicaragua para enfrentarse a su destino abrasivo, pero fecundo. De otra forma, el papa quizá no se habría expresado con efusión sobre la situación de Nicaragua; ni se habría elevado aún más la furia de Ortega, quien no tardó en mandar al obispo al calabozo, insultándolo en televisión nacional; ni se habría redactado en piedra la crueldad del régimen, que no perdona una voz que no grite consignas en favor de la pareja soberana. Un sacrificio cristiano desde la más sincera hermenéutica del corazón.

Gestos como el del obispo Álvarez pican con triste ilusión el alma en un contexto de desesperanza por los ultranacionalismos que crecen como maleza con espinas frente a propuestas más humanas que no terminan de enraizar. El sacerdote personifica la renuncia del interés propio. Lo hizo en honor a tantos santos y mártires católicos y de otras religiones que no han temblado en señalar la injusticia evidente. En mi país, Guatemala, durante la guerra interna, ser catequista implicaba ser enemigo y se justificaba desde el Estado su eliminación.

La Iglesia católica promovió la recopilación de testimonios de violaciones a los derechos humanos como parte del proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi), cuyo director, el obispo Juan Gerardi, fue asesinado dos días después de presentar el informe final. Otro cura guatemalteco, en el municipio de San José Pinula, Hermógenes López, entregó su vida en defensa del agua de la comunidad; lo mataron agentes del Gobierno en una emboscada.

Ni qué decir de los mártires jesuitas y lo que representan para la memoria de El Salvador desde la vocación de construir paz y posibilitar justicia, entendiéndola no como algo inherente a una sociedad, sino como un proceso empujado para reconocer la verdad y las raíces. Monseñor Romero se negó a callar a sabiendas de los riesgos. Esa bala que le enrojeció la casulla en plena misa no era inesperada, hasta cierto punto era inevitable.

No es deseable que alguien dé su vida ni su integridad o su libertad por la justicia, por la verdad, por los postulados humanos y cristianos. Pero que personas —curas, obispos, laicos o quien sea— estén en disposición de hacerlo, inspira a quienes observamos la debacle de Centroamérica en la que cada día se respetan menos las más básicas garantías humanas.

Nicaragua está siendo mal ejemplo en términos de prácticas políticas. Otros líderes centroamericanos imitan las decisiones de Ortega y coartan la prensa; modifican leyes para favorecer la autocracia, las amnistías y la reelección; gestionan las instituciones para garantizarse poder e impunidad; y utilizan a la administración judicial para perseguir a los críticos. Pero también Nicaragua está siendo buen ejemplo en términos de dignidad: acciones como las del obispo Rolando Álvarez, el resto de presos políticos y la disidencia en el exilio nos muestran la persistencia de la gota que cae sobre la piedra y que finalmente la romperá.

 

* Álvaro Montenegro, periodista guatemalteco.

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