En los primeros días de julio se realizó, en la ciudad alemana de Hamburgo, la reunión del G-20. Como es sabido, se le llama así al foro integrado por los 20 países más ricos del mundo, que representan el 90% de la economía mundial. En esta ocasión, el objetivo del encuentro fue debatir temas como el terrorismo, el crecimiento económico, el comercio, el desarrollo sostenible, la migración, el clima y la energía. De la declaración conjunta con la que concluyó el evento, se han destacado algunos puntos que generan expectación positiva y otros que representan una amenaza para grupos vulnerables mayoritarios.
Al primer grupo pertenecen la ratificación del Acuerdo de París contra el calentamiento global; el compromiso de fomentar la transparencia y luchar contra la corrupción pública y privada; la identificación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030; y el llamado a los países a asumir la lucha contra la pobreza extrema, a crear empleo y a garantizar la igualdad de género. Por el otro lado, uno de los temas que más preocupación genera es el referido a los emigrantes. En el documento se “apuesta por una migración ordenada, regulada y segura”, afirmando el derecho de cada país a defender sus fronteras y repatriar con celeridad a los migrantes sin derecho a permanecer en el territorio. Como sabemos, por este camino y con ese lenguaje fácilmente se llega a instaurar políticas de carácter antiinmigrante.
Ahora bien, una de las principales voces críticas frente a la cumbre es el papa Francisco, quien en una entrevista periodística manifestó su preocupación por el tipo de alianzas y acuerdos que pueden derivarse “entre las potencias que tienen una visión distorsionada del mundo”. El temor del papa está directamente vinculado con lo que, a su juicio, es el principal problema en el mundo actual: la realidad cada vez más vulnerable de los pobres, los débiles, los excluidos, los migrantes. En el mensaje dirigido a los participantes del foro, hizo alusión a cuatro principios fundamentales para construir una sociedad fraternal y justa.
En primer lugar, recordó que el tiempo es superior al espacio. En este sentido, explicó que “la gravedad, la complejidad y la interconexión de los problemas del mundo son tales que no hay soluciones inmediatas y completamente satisfactorias”. En este plano, exhortó “a poner en marcha procesos capaces de ofrecer soluciones progresivas y no traumáticas”. Enfatizó además que, “en los corazones y las mentes de los gobernantes y en cada una de las fases de aplicación de las medidas políticas, es necesario dar prioridad a los pobres, los refugiados, los que sufren, los desplazados y excluidos, independientemente de su nación, raza, religión o cultura”.
En segundo lugar, frente a un mundo dividido y en pugna, Francisco ha planteado que la unidad debe prevalecer sobre el conflicto. Desde este principio, ha indicado que “el objetivo del G-20 y de otras reuniones anuales similares es resolver pacíficamente las diferencias económicas y encontrar reglas financieras y comerciales comunes que permitan el desarrollo integral de todos, para cumplir la Agenda 2030”. Aclaró que esto no será posible si “todas las partes no se comprometen a reducir sustancialmente los niveles de conflicto, a detener la carrera de armamentos y abstenerse de involucrarse directa o indirectamente en las guerras”.
El tercer principio apunta a la prioridad de la realidad. El obispo de Roma lo formula en los siguientes términos: “La realidad es más importante que la idea”. Así, recuerda al G-20 que “las trágicas ideologías de la primera mitad del siglo XX han sido sustituidas por las nuevas ideologías de la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera”. Ideologías que han dejado “un doloroso rastro de exclusión y de descarte, e incluso de muerte”. La realidad duramente vivida y largamente escrutada es la que ha de tener prioridad a la hora de proponer soluciones. Y en esta búsqueda de lo que podríamos llamar —evocando al teólogo Jon Sobrino—honradez con lo real, el papa aconseja al G-20 iluminarse por “el ejemplo de los líderes europeos y mundiales que siempre han favorecido el diálogo y la búsqueda de soluciones comunes: Schuman, De Gasperi, Adenauer, Monnet y muchos otros”.
Finalmente, el cuarto principio proclama que “el todo es superior a la parte”. Para el papa, siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. De ahí que afirme que “los problemas deben ser resueltos en concreto y prestando la debida atención a sus peculiaridades, pero las soluciones, para ser duraderas, no pueden dejar de tener una visión más amplia y considerar las repercusiones en todos los países y todos sus ciudadanos”. Y en seguida repite la advertencia que Benedicto XVI dirigió al G-20 en 2009:
Aunque es razonable que las cumbres del G-20 se limiten al reducido número de países que representan el 90% de la producción mundial de bienes y servicios, esta misma situación debe mover a sus participantes a una reflexión profunda. Aquellos —Estados y personas— cuya voz tiene menos fuerza en la escena política mundial son precisamente los que más sufren los efectos perniciosos de las crisis económicas de las que tienen poca o ninguna responsabilidad. Al mismo tiempo, esta gran mayoría que en términos económicos representa solo el 10% del total, es la parte de la humanidad que tendría el mayor potencial para contribuir al progreso de todos.
En resumen, Francisco ha exhortado al G-20 a activar una nueva era de desarrollo; una era innovadora, interconectada, sostenible, respetuosa del ambiente e incluyente de todos los pueblos y las personas.