El 10 de diciembre se conmemora el aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de la ONU, en 1948. El texto recoge los derechos humanos considerados básicos, buscando dar respuesta a los horrores de la II Guerra Mundial, además de ser un intento para tratar de sentar las bases de un nuevo orden internacional. De ahí que en la Declaración se proclama que toda persona —por el hecho de serlo e independientemente de su sexo, raza, condición social, etc.— tiene unos derechos inviolables que deben ser respetados por todos y garantizados por los poderes públicos.
Ahora bien, sabemos que los antecedentes históricos de las diversas declaraciones de derechos humanos, ya sea la de la Revolución estadounidense (1776), la de la Revolución francesa (1789) o la de las Naciones Unidas (1948), tienen su origen en lo que, a lo largo de la historia, ha sido la lucha contra los abusos y prepotencia del poder. Son, por tanto, el resultado de una práctica humana que, por un lado, constata una realidad de clara negación de derechos fundamentales y, por otro, desarrolla una re-acción liberadora de esa condición. Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo, lo plantea con radicalidad de la siguiente manera: "La violación de los derechos humanos es fundamento y principio de los derechos humanos y, más en concreto, motor de la lucha por ellos". En otras palabras, en el proceso real que da origen a los derechos humanos, se pueden distinguir los siguientes momentos: situación de agravio comparativo (la pobreza crítica de las mayorías, por ejemplo); conciencia de ese agravio comparativo (desigualdad de oportunidades entre seres humanos iguales); apropiación de esa conciencia por una clase o movimiento social; lucha reivindicativa; y justificación teórica-ética de esos derechos.
Esa situación de agravio comparativo es descrita de forma magistral por Ellacuría al señalar los rasgos propios de los pueblos oprimidos. En primer lugar, son las mayorías de la humanidad que viven en una situación en la que apenas se alcanza a satisfacer las necesidades básicas fundamentales y en la que la propia vida es problemática. En segundo lugar, señala que esas grandes poblaciones no están en condición de desposeídas por leyes naturales o por desidia personal o grupal, sino por ordenamientos sociales históricos que las han marginado en una situación de privación de lo que les es necesario. Y como tercer rasgo, indica que estas mayorías no solo llevan un nivel material de vida que no les permite un suficiente desarrollo humano, sino que están excluidas frente a unas minorías elitistas, que siendo la menor parte de la humanidad utilizan en su provecho la mayor parte de los recursos disponibles.
Desde esta perspectiva, ¿en qué consiste, pues, el problema radical de los derechos humanos? Según Ellacuría, si asumimos la realidad de los pueblos oprimidos y de las mayorías populares, este problema "es el de la lucha de la vida en contra de la muerte, es la búsqueda de lo que da vida frente a lo que la quita". Una lucha que ha de darse en diversos planos: social, personal y estructural. Por otra parte, la lucha de la vida en contra de la muerte constituye un principio central para plantearse el problema de los distintos derechos humanos y su jerarquización. Con palabras proféticas, Ellacuría fue más al fondo del problema, afirmando que "de poco sirve ser hombre para poder contar con lo necesario para sobrevivir, para tener una vivienda mínima, para que los niños enfermos tengan un mínimo de medicina, etc. Es menester ser norteamericano, europeo, soviético o japonés para poder contar con los recursos suficientes para sobrevivir y para disfrutar de los recursos que Dios, a través de la naturaleza y de la razón, puso en el mundo para todos. Es, de hecho, más importante ser ciudadano de un país poderoso y rico que ser hombre". Y denunciaba que de esta forma quedaba rota la solidaridad humana.
No obstante, buscando una respuesta que revierta el problema radical de los derechos humanos, Ellacuría propone enfocarlos desde la defensa del débil contra el fuerte. Es decir, cambiar el rumbo de una universalización formal de los derechos que es negada en la práctica para la mayor parte de la humanidad. Ese cambio de rumbo conduce a lo que él denominó una civilización de la pobreza y del trabajo, que tiene como parte fundamental de su horizonte humanizador los derechos humanos de los pueblos oprimidos, "donde la pobreza ya no sería la privación de lo necesario y fundamental (...), sino un estado universal de cosas en que esté garantizada la satisfacción de las necesidades básicas, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad (...) que permita la aparición de nuevas formas de vida".
Finalmente, un hecho histórico de gran relevancia: este 10 de diciembre de 2013, fecha del 65.° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, inician los actos fúnebres de Nelson Mandela, ícono de la lucha contra el sistema de segregación racial sudafricano, el apartheid; un hombre que sentó las bases para una Sudáfrica democrática. Un símbolo de la lucha de la vida contra la muerte. Un Premio Nobel de la Paz, que enfrentó de manera ejemplar el problema radical de los derechos humanos.