“La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo” es el tema central de la Décima Cuarta Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos que tiene lugar en Roma y a la que asisten representantes de todas las conferencias episcopales del mundo. En el documento de trabajo de este cónclave se afirma que, a pesar de las numerosas señales de crisis de la institución familiar en los diversos contextos de la aldea global, el deseo de familia permanece vivo, y esto motiva a la Iglesia a anunciar con profunda convicción el “evangelio de la familia”. Desde un punto de vista antropológico, la familia es buena noticia cuando se constituye en lugar de humanización; es decir, de respeto, cariño, confianza, libertad, comprensión, diálogo y acompañamiento. Y desde la perspectiva cristiana, la familia es el lugar ideal para llevar a la culminación el amor tanto al prójimo y a uno mismo como a Dios.
Dos documentos eclesiales que han dejado aportes significativos en este sentido son el Concilio Vaticano II y Medellín. Ambos hablaron de los roles fundamentales de la familia para cumplir su misión de ser célula primera y vital de la sociedad. Señalaron especialmente tres: la familia formadora de personas, educadora en la fe y promotora de del desarrollo. Como formadora de personas, la familia está llamada a favorecer la educación integral, personal y social de los hijos. Es el lugar propicio para educar en la convivencia sobre la base del respeto, el diálogo, la tolerancia y la no violencia. Como educadora en la fe, los esposos cristianos son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores, mediante la palabra y el ejemplo. Como promotora de desarrollo social, la familia debe ser la primera escuela de todo humanismo, cultivando responsabilidad, fraternidad y solidaridad.
Asimismo, ambos textos reconocen los obstáculos que enfrenta la familia para llegar a ser evangelio. Mencionan que la falta de preparación de los padres, la excusa de la falta de tiempo y el autoritarismo son algunos de que dificultan que sea formadora de personas. Medellín señala que muchas familias en América Latina han sido incapaces de ser educadoras en la fe por no estar bien constituidas o por estar desintegradas; otras, porque han dado esta educación en términos de mero tradicionalismo. Por otra parte, el egoísmo personal y familiar, la tendencia a olvidar que es la célula fundamental de la sociedad y la violación a sus derechos sociales y económicos son factores que imposibilitan que la familia sea abierta y servidora.
Para el papa Francisco, la familia introduce a la necesidad de las uniones de fidelidad, sinceridad y cooperación; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en las relaciones de confianza; enseña a honrar la palabra dada, el respeto a las personas, el compartir los límites personales y de los demás; y cuida de los “miembros más pequeños, más vulnerables, más heridos, e incluso los más desastrosos en las conductas de su vida”. Sin embargo, dice, aun sabiendo todo esto, la organización política y económica de la sociedad contemporánea no le da a la familia el reconocimiento y apoyo debidos.
Podemos decir, entonces, que priorizar la familia supone protegerla de las situaciones problemáticas y difíciles por las que suele pasar. En los informes de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), cuando se habla de la necesidad de implementar una política pública al servicio del bienestar de la gente, el hogar es el primer ámbito considerado clave. Se estima que las oportunidades vitales de las personas dependen de la capacidad de sus hogares para dotarles de capital social, cultural, cognitivo y relacional. De ahí se infiere que cualquier política que busque la igualdad de oportunidades y la lucha contra la exclusión debe centrarse prioritariamente en la familia, garantizando el derecho de todos los niños y niñas a ser parte de hogares con condiciones dignas. Cuando una familia educa, forma, motiva y ayuda a sus miembros, capacitándoles para el futuro, humaniza. Pero ello tiene como condición ineludible el fortalecimiento de la seguridad social familiar. En definitiva, se trata de hacer de este espacio primordial lo que se proclama formalmente: la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a desarrollar el sentido de pertenencia.
Ahora bien, el evangelio de la familia —referido en el documento de trabajo del Sínodo— subraya la necesidad de una evangelización que denuncie con franqueza los condicionamientos culturales, sociales, políticos y económicos (la lógica de mercado, por ejemplo) que impiden una auténtica vida familiar y causan discriminación, pobreza, exclusión y violencia. También los eventos traumáticos (como los conflictos bélicos, el acaparamiento de los recursos y los procesos migratorios) que inciden de manera creciente en la calidad afectiva y material de la vida familiar y ponen en riesgo las relaciones dentro del grupo.
Además, el texto es realista en lo que respecta a los problemas internos de la familia. Por ejemplo, se habla “del drama de la separación que llega al final de largos períodos de conflictividad que, en el caso de que haya hijos, han producido todavía mayores sufrimientos […]; de la prueba de la soledad en la que se encuentra el cónyuge que ha sido abandonado o que ha tenido la fuerza de interrumpir una convivencia caracterizada por continuos y graves maltratos sufridos […]; de algunas familias que viven la experiencia de tener en su seno personas con orientación homosexual […]; de las situaciones de los divorciados vueltos a casar que exigen un atento discernimiento y un acompañamiento […]; de la condición de las personas en edad avanzada en el seno de las familias [que requieren] un espacio, con justo respeto y concreta consideración a su fragilidad y dignidad”.
Frente a ello, el evangelio de la familia ofrece un ideal de vida que debe tener en cuenta la sensibilidad de nuestro tiempo y las efectivas dificultades para mantener los compromisos para siempre. El texto enfatiza que es preciso un anuncio que dé esperanza y que no aplaste; que toda familia sepa que la Iglesia nunca abandona, en virtud del “vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana”. Hacerse cargo de las familias heridas y hacerles experimentar la infinita misericordia de Dios se considera un principio fundamental.
El evangelio de la familia, pues, anuncia que sin esta célula fundamental el ser humano no puede salir de su individualismo, ya que en ella aprende la fuerza del amor para sostener la vida. Y sin un amor fiable, la unidad de los seres humanos se podría entender como solo fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos. El evangelio de la familia, por tanto, no tiene por fin presentar una normativa, sino proponer valores que respondan a las expectativas más profundas de la persona humana.