Está por terminar el Año de la Fe, concebido por el papa Benedicto XVI como un momento especial de reflexión y redescubrimiento de la fe para todo el cuerpo eclesial. Un tiempo para reanimar, purificar, confirmar y confesar la fe en Jesucristo, viva, fuerte y eficaz, anterior a toda formulación dogmática. La fe cristiana es histórica. Dios se revela en Jesucristo, y por Él en la historia humana. Los seguidores de Jesús vieron realizadas en Él a las tres figuras más relevantes del Antiguo Testamento: el Mesías, el siervo sufriente de Yahvé y el Hijo del Hombre. En Jesús vieron al Mesías que ha venido a liberar a los pobres, a traer la paz y la justicia. Lo vieron también como el siervo que sufre solidariamente con su pueblo, que muere en la cruz precisamente por intentar que su pueblo no muera en ella. Y lo vieron como el Hijo del Hombre, el Dios que baja, se enfrenta y triunfa sobre el imperio del mal.
Esto fue condensado por el Apóstol Pedro cuando, dirigiéndose a los judíos, con un mensaje de denuncia y esperanza, les dice: "Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como ustedes saben. A este hombre (...) ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó porque la muerte no podía retenerlo" (Heb 2, 22-24).
Sin duda, durante este año, ha habido toda clase de actividades litúrgicas y de formación cristiana sobre el tema. No obstante, queremos compartir tres textos que bien pueden ajustarse a los objetivos trazados en este lapso de reflexión, por cuanto tocan aspectos sustanciales de la fe, sobre todo si la consideramos como una realidad histórica, que adquiere uno u otro carácter según sea la situación en que se vive. ¿Qué es lo propio de la fe cristiana? ¿Qué la posibilita y qué la dificulta? ¿Cómo puede incidir en nuestra vida y en el mundo? Los textos que presentamos nos ponen en el camino de las respuestas.
El primero, de Ignacio Ellacuría, nos habla del lugar más apto para la vivencia de la fe en Jesús, cuya expresión práctica es el seguimiento. Lo formula de la siguiente manera:
Hay lugares peligrosos para la fe auténtica, como es, entre nosotros, la riqueza y el poder; cuando Jesús habla de la dificultad de que los ricos y los poderosos entren en el Reino de los cielos, no se refiere tan solo a una dificultad moral, sino que se refiere primariamente a una dificultad teológica: los instalados en la riqueza tienen una enorme dificultad para la fe cristiana, entendida como aceptación real de la totalidad concreta de Jesús —y no solo de su divinidad desencarnada— y como seguimiento real y concreto de lo que fue su vida. Pero si hay lugares peligrosos para la fe, hay también lugares privilegiados. Y uno de ellos muy especial es el lugar que representan los pobres, sus problemas reales y sus luchas de liberación [...] Formas implícitas de fe y de seguimiento como las de sentir con el más pobre y necesitado; amar a quienes los dioses de este mundo han despojado de su dignidad y aun de su misma figura humana; tener misericordia sobre aquellos que han sido constituidos en turba porque se les ha impedido desarrollarse como personas; entregar la vida en defensa de aquellos prójimos a los que se la están arrebatando. Todo eso es expresión de fe y, al mismo tiempo, predisposición para formas más auténticas y vigorosas de fe.
El segundo texto es de Jon Sobrino, quien, desde sus escritos cristológicos, nos plantea unos criterios utópico-proféticos para verificar si hay fe real en Jesucristo y en qué medida. Lo explica en los siguientes términos:
Si personas y comunidades siguen a Jesús; si anuncian el Reino de Dios a los pobres; si buscan la liberación de todas las esclavitudes; si buscan que todos los hombres, sobre todo la inmensa mayoría de hombres y mujeres crucificados, vivan con dignidad de hijos de Dios; si tienen la valentía de decir la verdad, que se traduce en denuncia y desenmascaramiento del pecado, y la firmeza de mantenerse en los conflictos y persecución que ello conlleva; si en ese seguimiento de Jesús realizan su propia conversión del hombre opresor al hombre servicial; si tienen el espíritu de Jesús, con entrañas de misericordia, con corazón limpio para ver la verdad de las cosas; si no se entenebrece su corazón aprisionando la verdad con la injusticia; si al hacer la justicia buscan la paz y al hacer la paz la basan en la justicia; si hacen todo siguiendo a Jesús y porque así lo hizo Jesús, entonces están creyendo en Jesucristo.
Finalmente, un texto de José Antonio Pagola, quien nos habla de la experiencia de fe cristiana que necesitamos cultivar en tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. En forma de oración, escribe:
Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo, sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Solo tú eres quien inicia y consuma nuestra fe. Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe fundada no en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes. Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos lleve hacia una fase nueva del cristianismo, más fiel a tu Espíritu y a tu trayectoria. Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del Reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como la quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión hacia los que sufren.
De acuerdo a estos textos, la fe cristiana no es primariamente un conjunto de creencias o doctrinas, por muy valiosas que estas sean, sino la respuesta que el ser humano da a una propuesta descifrada como la revelación de Dios mismo dentro de la vida. Esta respuesta es auténtica si se traduce y desemboca en una identificación con la persona de Jesús y su causa. Que el Año de la Fe haya sido no un punto de llegada, sino un punto de partida, para cultivar la fe-seguimiento, la fe-profética y la fe-esperanza. Tres expresiones que se recogen en los textos citados y que actualizan lo más genuino de la fe cristiana.