La cultura del machismo se debe agotar en El Salvador. Continúa habiendo abuso de la mujer y violencia contra ella, pero cada vez más la conciencia de esta realidad se vuelve radicalmente crítica contra todo tipo de abuso sexual. Las denuncias ante la PNC por delitos de orden sexual continúan describiendo un país radicalmente machista. En 2018 se presentaron ante la Policía Nacional civil 3,231 denuncias de delitos sexuales (el número de homicidios fue prácticamente igual: 3,341 en 2018). Esas cifras representan una verdadera epidemia. En otras palabras, vivimos en un país enfermo no solo por la violencia homicida, sino por la sexual. Y aunque no le demos tanta importancia como a los homicidios, tenemos una epidemia de violencia sexual mucho más grave e impune.
Las cifras del año 2018 significan que tenemos al año 51 abusos sexuales por cada 100,000 habitantes. Con el agravante de que, a diferencia de los homicidios, que tienen un registro adecuado, las denuncias de delitos sexuales tienen un muy bajo registro. De hecho, todos los estudios internacionales aseguran que por cada violación denunciada suele haber cuatro que no. El hecho de que en las manifestaciones contra la agresión sexual cometida hace unos días contra una niña algunas mujeres indignadas se lanzaran a denunciar públicamente las violaciones cometidas contra ellas no es más que un botón de muestra de tanto abuso no denunciado ante las autoridades.
Los datos nos llevan a asegurar que hay en el país una epidemia, en su propia dimensión epidémica, más grave en el campo del abuso sexual que en el del homicidio. Con el agravante de que nos cuesta reconocerlo y todavía más aceptar la gravedad del hecho. Nuestra cultura machista está demasiado adaptada al abuso sexual. Evidentemente, este tipo de cultura impulsa a la violencia. Si desarrolláramos una cultura respetuosa con los derechos de la mujer en el campo sexual, estaríamos no solo humanizándonos, sino contribuyendo al descenso de los homicidios. Porque, al final, quien es capaz de abusar violentamente contra la intimidad de una persona puede también atentar contra la vida de otro. Aunque no hay un estudio serio sobre el tema en El Salvador, puede decirse, sin temor a error, que la mayoría de los homicidas no respetan el derecho de la mujer a la protección de su cuerpo.
La cultura y el comportamiento humano positivos avanzan siempre desde el respeto a lo más sencillo y simple. Si no respetamos el derecho de los niños a no ser golpeados ni sufrir castigos físicos, nos resultará más difícil enfrentar el recurso a la violencia en medio de situaciones conflictivas. Si no garantizamos el derecho de la mujer a que su cuerpo sea plenamente respetado, tampoco respetaremos el derecho de otros cuerpos, incluidos los masculinos, a no ser agredidos. Si recurrimos a la violencia o la agresión en situaciones simples, caseras o incluso casuales, estamos preparando el camino para que la cultura de la violencia se convierta en una plaga. La brutalidad del homicidio o de la violación no son hechos que surjan de la nada. Al contrario, nacen desde falsos valores y actitudes perversas asumidos desde la transgresión en el nivel más simple.
Respecto a la agresión sexual no solo es necesario aumentar las penas y analizar mejor los hechos. Además es indispensable tomar decisiones educativas, insistirles en la escuela a niños y niñas sobre la necesidad de denuncia de todo abuso, educar hacia formas de masculinidad menos agresivas y violentas, convertir el machismo en algo despreciable, y mantener una cultura de respeto hacia la mujer mucho más amplio que el actual. Utilizar a la mujer como objeto para la propaganda comercial, hacer uso de dimensiones eróticas como gancho para aumentar las ventas, es parte de esa cultura machista que deberíamos despreciar pública y sistemáticamente. De lo contrario, seguiremos teniendo epidemia de violencia. La cultura de paz pasa siempre, necesariamente, por el respeto pleno a la mujer, a su cuerpo y a sus derechos a la integridad sexual. No bastan los Acuerdos de Paz con los que finalizamos la guerra. Es indispensable una cultura de paz más amplia. Y esta no se logrará de un modo decente mientras no superemos el machismo.
* José María Tojeira, director del Idhuca.