Sin duda, uno de los principales legados de Ignacio Ellacuría tiene que ver con su aporte teórico y práctico a un nuevo modo de ser y quehacer universitario, desde la tradición jesuita y desde los desafíos de la propia realidad. Una de sus intuiciones fundamentales, vivida con radicalidad (hasta dar la vida), es que el sentido último y la realidad de una universidad deben medirse desde el criterio de su incidencia en la realidad histórica en la que se da y a la que sirve. Peter Hans Kolvenbach, exprepósito general de la Compañía de Jesús, reconocía que el sentido profundo del vínculo entre universidad y sociedad “lo dio el testimonio de Ignacio Ellacuría y sus compañeros, asesinados en la UCA de El Salvador, que con su vida demostraron la seriedad del compromiso de ellos y de su universidad con la sociedad”. Y confirma “que cualquiera que sea el contexto, la universidad debe sentirse interpelada por la sociedad, y la universidad debe interpelar a la sociedad”.
Este 15 de septiembre, la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) cumple 50 años de su fundación y es justo y necesario volver a los fundamentos sobre los que se construye su visión y misión, para dejarse inspirar e interpelar. El padre Ellacuría, en un discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1985, con ocasión del vigésimo aniversario de la fundación de la UCA, habló de esos principios y de los desafíos que planteaba el futuro. Comentaba que la mirada al futuro no podía hacerse sin considerar el pasado y sin tener en cuenta el presente. Explicaba que no hay futuro responsable sin recorrer la lección del pasado, pues lo que no se recuerda críticamente se repite desfasadamente; y sin consideración del presente, cuyo olvido lleva a la evasión utópica.
Asumida esta función estrictamente histórica de la Universidad, el rector mártir consideraba que la primera responsabilidad comprometida es, ante todo, reafirmar lo que ha sido y es el propósito fundamental de la UCA: contribuir universitariamente a la liberación integral de todo el pueblo salvadoreño, desde la opción preferencial por los pobres, desde la atención preferencial a las mayorías populares. Y advertía que si no se hace operativo este propósito fundamental, no solo se estará fracasando en la más profunda razón de ser de la Universidad, sino que tal vez se estará contribuyendo a que se robustezcan las estructuras de opresión. Y hablando de los medios operativos que pueden concretar la responsabilidad principal de la UCA, señalaba tres campos de trabajo que se han de mantenerse presentes y activos a lo largo del desarrollo y crecimiento institucional.
El primero, la investigación sobre la realidad nacional de cara a brindar soluciones estructurales a medio y largo plazo. “Sin descuidar el análisis del presente, hay que trabajar en soluciones de mayor alcance en el tiempo. La UCA ha hecho hasta ahora mejor la tarea del análisis y la denuncia que la tarea creativa de proponer marcos de solución y soluciones operativas. Ciertamente, cuando […] la injusticia apremia, se avanza mejor por la negación de lo malo que por la proposición de lo bueno, pero ya va siendo hora de que, sin abandonar el camino de la negación de lo negativo, construyamos desde lo negado soluciones positivas, que despierten esperanzas firmes y esfuerzos denodados”.
El segundo campo de trabajo es el de la formación de profesionales capaces y honestos. Para Ellacuría, no basta con clamar desde la razón en favor de la justicia y con proponer soluciones a los problemas más graves del país. “Hay que preparar también a los hombres y mujeres que las lleven a la práctica. La liberación del pueblo salvadoreño exige un proceso de desarrollo. En este desarrollo tienen importancia insustituible quienes hayan sido formados profesional y éticamente de la mejor manera posible […] Hay que preparar excelentes profesionales no solo para la empresa, las profesiones liberales o la administración del Estado, sino también para dedicarlos directamente a una educación que detenga el deterioro de los niveles inferiores, pues, de lo contrario, la superación del nivel universitario quedaría como un sueño utópico o como una tarea elitista […] Esta educación tiene que proponerse la creación del hombre nuevo que podrá trabajar por la tierra nueva; no basta la formación de profesionales técnicamente bien capacitados si no se trabaja también en la formación de hombres y mujeres éticamente renovados, pues, de lo contrario, estaríamos promoviendo el bien de unos pocos que irían a competir y dominar más que a servir y perfeccionarse humanamente”.
Y finalmente, para Ellacuría, era necesario acercar el pensamiento de la UCA sobre la realidad nacional a la mayor parte de la población, especialmente a aquellos sectores cuya educación formal se ha quedado en niveles bajos, pero cuya madurez política es indudable. “No solo hay que investigar teniéndolas [a las mayorías] en cuenta como destinatario último y principal de nuestro trabajo, no solo hay que enseñar teniéndolas en cuenta a la hora de elegir las carreras que la universidad ofrece y el modo de programarlas, sino que hay que mejorar en la comunicación directa con ellas […] Si estamos pensando soluciones desde las mayorías populares, para las mayorías populares y también —a través de los medios propios de la Universidad— con las mayorías populares, es justo que se las comuniquemos lo más directamente posible y en el lenguaje más adecuado que, sin abandonar el rigor esencial, pueda ser realmente asimilado, de modo que entre a formar parte activa de la conciencia popular”. Para ello, plantea Ellacuría, es necesario entrar en los medios de comunicación de masas para que la mayor parte de la población pueda aprovecharse de lo que se trabaja en el campus universitario, al que tal vez nunca podrán acceder y que, sin embargo, busca estar a su servicio.
Toda esta tarea ingente y comprometida, difícil y en ocasiones peligrosa, señalaba Ellacuría, no podrá llevarse a cabo sin una mística universitaria, cuya inspiración supone tres exigencias básicas: vocación, compromiso y austeridad solidaria. Explicaba que al trabajo universitario están convocados aquellos que entienden que su máxima forma de realización y de satisfacción, así como su manera más eficaz de contribuir al bien de los demás, está en la labor universitaria; aquellos que se sienten llamados a investigar, a enseñar, a proyectarse universitariamente a la sociedad. Pero la mística universitaria no solo es vocación universitaria genérica, sino un compromiso muy especial con las mayorías populares y con lo que se ha definido como el propósito fundamental de la Universidad. Esta mística universitaria exige, finalmente, un trabajo esforzado en condiciones económicas cada vez más difíciles y, por ende, puede demandar austeridad compartida.
Una universidad comprometida con la sociedad en la que vive, que hace una opción por los pobres y las víctimas, que busca ser ciencia de los que no tienen voz, que procura la excelencia técnica y la solvencia ética en la formación de profesionales, que se muestra austera en el modo de comportarse y proyectarse, que entiende su vocación esencial como ser no solo ciencia, sino conciencia intelectual de la nación, y que hace todo ello animada por un espíritu de servicio son rasgos fundamentales que conforman el legado de Ellacuría y sus compañeros asesinados, así como de todos los hombres y mujeres que a lo largo de estos 50 años han hecho posible que la UCA sea conocida no solo por su afán de excelencia académica, sino, ante todo, por su búsqueda de verdad histórica, de justicia para el pobre y de liberación para el oprimido. Comprometernos con estas tareas, dándoles continuidad y actualidad, es quizás la mejor manera de agradecer y celebrar los 50 años de investigación, docencia, gestión administrativa y proyección social de la UCA, al servicio del pueblo salvadoreño y para que ese pueblo tenga vida digna. Ni nostalgia por el pasado, ni autosatisfacción por lo alcanzado, sino compromiso con lo sigue siendo la misión fundamental de la UCA en el presente histórico.