Hacia los derechos humanos

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El lunes 10 de diciembre, la Declaración Universal de Derechos Humanos cumplió 64 años. Y nuestro país debe siempre recordar esa fecha, porque tenemos una herencia trágica en la historia de los derechos humanos. Aunque vamos dando pasos hacia un mayor respeto, lo cierto es que todavía pesa demasiado entre nosotros esa cultura que divide a los seres humanos entre superiores e inferiores. Aunque parezca mentira, pesa aún demasiado en las mentalidades la diferencia entre el bien vestido y el mal vestido. Y a partir de ahí los prejuicios se multiplican. El educado resulta más valioso que el que carece de educación formal, el adinerado digno de mayor respeto que el empobrecido, el que tiene influencias más cotizado que el que carece de ellas. El machismo sigue definiendo al hombre como superior a la mujer a pesar de los avances legales, educativos, sicológicos y culturales que ubican a nuestras mujeres en paridad con los hombres.

Las víctimas no son consideradas como personas a las que hay que devolver su dignidad. Se ha avanzado, ciertamente, con el actual Gobierno, pues los anteriores con frecuencia mostraban una enorme falta de sensibilidad ante las víctimas. Arena, con su sonsonete macabro de perdón y olvido, no solo cubría de impunidad crímenes de lesa humanidad, sino que ensalzaba a verdaderos criminales. E incluso hoy mantiene un himno claramente cavernario y ofensivo para mentalidades democráticas. Su fundador sigue recibiendo honores públicos, a pesar de estar seriamente señalado como protagonista de una mentalidad y de unas acciones claramente contradictorias con la legalidad y la vida de personas inocentes. Aun con los avances actuales en el reconocimiento de la dignidad de las víctimas, sigue habiendo recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sin cumplir, y ahí sigue boyante el nombre del coronel Domingo Monterrosa adornando desde la pared de la tercera brigada de infantería la calle de entrada a San Miguel.

Los derechos económicos y sociales mantienen aún profundos déficits. El camino hacia un único sistema de salud pública sigue siendo un desafío para nuestro país, del que lamentablemente se habla muy poco. Deberíamos tener proyectos claros, fechas, pasos progresivos hacia esa unión de los dos sistemas públicos que pudieran no solo evaluarse, sino animarnos a lograr ese servicio igual y universalizado en el campo de la salud. Aunque la escuela de tiempo pleno significa un avance importante de cara a la educación de calidad, falta invertir adecuadamente en educación para lograr, al menos en un primer paso, la universalización del bachillerato o su equivalente técnico, para desde ahí potenciar también el mundo universitario, en el que todavía se manejan inversiones muy poco competitivas a nivel internacional.

El tema de las pensiones ha avanzado notablemente. Ya se tiene la idea de que es moralmente obligatorio dar algún tipo de pensión compensatoria a tantos y tantas salvadoreñas que habiendo trabajado incansablemente durante su vida y, por supuesto, habiendo producido riqueza para el país, llegan a la ancianidad sin que el Estado ni la sociedad les reconozca lo mínimo. La pensión compensatoria que se ha empezado a entregar en los municipios de mayor pobreza es una esperanza y una guía adecuada del camino que debemos recorrer. El derecho de las grandes mayorías a una ancianidad digna debe ser contemplado en el corto y en el mediano plazo como una obligación moral indiscutible en El Salvador.

Finalmente, urge cambiar mentalidades. Con frecuencia se oye decir que en El Salvador los derechos humanos se usan para proteger a los victimarios en vez de a las víctimas. Lo cierto es que el Estado tiene poca consideración con las víctimas y que hay demasiados funcionarios que con respecto a los victimarios no tienen escrúpulos a la hora de maltratarlos severa e indiscriminadamente. Presentar públicamente en calzoncillos a presuntos delincuentes, después de las redadas en barrios marginales, no es justo, ni educativo, ni respetuoso con las personas que aún no han sido juzgadas. Y aunque hubieran sido juzgadas y condenadas, exhibir a la gente fotografiada en calzoncillos es un trato degradante. En otras palabras, una violación de un derecho humano; específicamente, del número 5 de la Declaración Universal, que dice textualmente: "Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes".

La cultura en derechos humanos no debe asustarnos. Al contrario, debe preocuparnos su ausencia. Si asumiéramos a cabalidad los derechos humanos económicos y sociales, no haría falta una tregua entre pandillas para bajar el número de homicidios. La ausencia de trabajo digno y salario decente, la marginación y la exclusión, las terribles diferencias entre ricos y pobres, los bajos niveles educativos, la cultura machista y la historia violenta de nuestras guerras civiles, con la mayor parte de las violaciones de derechos humanos cometidas por el mismo Estado, crean un caldo de cultivo propicio para la violencia que solo podemos contrarrestar con un creciente respeto a la dignidad de la persona. Y eso significa más derechos humanos.

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