Recientemente, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) publicó un informe sobre los cambios de edad en América Latina. Al hablar de los ancianos, dice que en 2015 había en El Salvador aproximadamente 700 mil personas mayores de 60 años. Y añadía que en el año 2060, dentro de cuarenta y un años, los mayores de 60 serán un millón 900 mil. Los jóvenes serán, pues, muchos menos. A los niños de hoy, cuando tenga cuarenta años, les tocará atender, cuidar, tener en cuenta y asegurar los derechos de los mayores. Aunque muchos ya no estaremos en esas fechas, ¿nos gustaría que los futuros adultos fueran machistas, violentos, egoístas y despreocupados de la tercera edad? El presidente electo, Nayib Bukele, por poner un ejemplo y partiendo de que hoy tiene 37 años, tendrá 78 años en 2060. Como todos los de esa edad, que serán muchos más que en la actualidad, necesitará apoyo de diverso estilo. Trabajar hoy en la primera infancia y en una educación de calidad desde el inicio de la vida hasta los 18 años, mejorando también el acceso a y la calidad de las universidades es una tarea indispensable si no queremos enfrentar un futuro desastroso. Un millón de personas de 60 años o más, con mayores necesidades de salud y apoyo personal, serán una carga social severa si no nos preparamos desde ahora para atenderlos.
Poco tiempo antes de que comenzara la campaña presidencial, Unicef, la institución de las Naciones Unidas dedicada a proteger a la infancia y la adolescencia, publicó un excelente informe y proyecto titulado “Invertir en nuestros niños: el norte común”. A la presentación pública del documento asistió la mayoría de candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la República. Todos, en algún momento, se comprometieron a echar adelante una política de desarrollo que tuviera en cuenta de un modo especial y estratégico a la infancia actual. El informe de Unicef insiste en la importancia de los dos primeros años de los niños para su adecuado desarrollo. Por supuesto, añade que hay que continuar con una educación de calidad. Pero los dos primeros años, en los que las conexiones cerebrales se desarrollan rapidísima e intensamente, es el tiempo, según la neurociencia, en el que se crean las capacidades y actitudes básicas para el desarrollo humano y personal. Además, según prestigiosos economistas y estudiosos, el acompañamiento en esos primeros dos años no es muy caro y ofrece un retorno de la inversión muy superior a otras. Es decir, no invertir en la primera infancia, y en la infancia en general, nos condena a continuar en la cola de los procesos de desarrollo o incluso a empeorar.
La inversión en los niños, en ese sentido, es estratégica. Y tiene la gran ventaja, en nuestro El Salvador actual, que todos los representantes de los partidos políticos aseguraron que se preocuparían por el tema y que seguirían en muchos aspectos las pautas presentadas por Unicef. Y, por supuesto, no es solo a los políticos a los que les preocupa la primera infancia; es a todos los salvadoreños. Invirtiendo en la primera infancia, la gente de cuarenta años que hoy gestiona una buena parte del presente estará invirtiendo en su propio futuro. Un futuro en el que, como es normal y obvio, la edad nos vuelve mucho más vulnerables y necesitados de cuidados. Si bien es cierto, como dice en una novela el filósofo Savater, que el cuerpo humano trabaja en favor de la vida hasta básicamente los treinta años, y que a partir de los sesenta lo hace a favor de la muerte, a nosotros, como cuerpo social, nos toca trabajar en la construcción de estructuras y políticas sociales que apunten a una vida cada vez más digna. Para ello es indispensable invertir en la primera infancia. Los ciudadanos esperamos que el próximo Gobierno, con sus “nuevas ideas”, recoja los datos de la neurociencia, escuche el clamor ciudadano de preocupación por nuestros niños y diseñe una política para la infancia y la adolescencia que nos conduzca a todos a un futuro justo y equitativo.
* José María Tojeira, director del Idhuca.