El papa Francisco canonizó en su visita a Estados Unidos al fraile español Junipero Serra, quien, en el siglo XVIII, se trasladó a América y fundó nueve misiones en la alta California. La canonización estuvo sometida a la sospecha y la crítica, especialmente de parte de sectores vinculados a la defensa de los derechos de los pueblos originarios, que la impugnaron porque consideran que Serra contribuyó a la destrucción de la cultura y religión indígenas. En principio, son comprensibles estas reacciones porque la misión evangelizadora de Junipero estuvo condicionada por los procesos de conquista y colonización de América. Por eso, para comprender la presencia de la Iglesia en el continente, hay que tomar en cuenta que esta no llegó sola, sino vinculada y subordinada al poder de la corona española, lo cual afectó terriblemente el anuncio de la Buena Noticia de Jesús.
Los documentos de las últimas tres conferencias del Episcopado Latinoamericano lo han reconocido con ardor y dolor. En Conferencia de Puebla (1979) se afirmó que en la primera evangelización hubo “desfallecimiento, alianza con los poderes terrenos, incompleta visión pastoral y la fuerza destructora del pecado”. En la cuarta, celebrada en Santo Domingo en 1992 en el marco de la conmemoración de los 500 años de esa primera evangelización, hubo expresiones más contundentes. Se habló de “los enormes sufrimientos infligidos a los pobladores de este continente durante la época de la conquista y la colonización”, y de la necesidad de reconocer “con toda verdad los abusos cometidos debido a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas hermanos e hijos del mismo Padre Dios”. Se recordó también que uno de los episodios más tristes de la historia latinoamericana y del Caribe fue el traslado forzoso, como esclavos, de un enorme número de africanos. De ahí que se consideró “que el inhumano tráfico esclavista, la falta de respeto a la vida, a la identidad personal y familiar y a las etnias son un baldón escandaloso para la historia de la humanidad”.
Por su parte, la Conferencia de Aparecida (2007) declaró que “desde la primera evangelización hasta los tiempos presentes, la Iglesia ha experimentado luces y sombras. Escribió páginas de nuestra historia de gran sabiduría y santidad. Sufrió también tiempos difíciles […] por las debilidades, compromisos mundanos e incoherencias, en otras palabras, por el pecado de sus hijos, que desdibujaron la novedad del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y de la caridad”.
Ahora bien, reconocida esta verdad histórica y sus hechos dramáticos, los documentos de las conferencias también hablan de aquellos religiosos que se comportaron como verdaderos discípulos y misioneros de Jesús. Personas que hicieron prevalecer su vocación cristiana sobre los intereses espurios de la colonia. Fueron discípulos y misioneros que intentaron unificar el vínculo entre Dios, pobres y Buena Noticia. Puebla habla de “los luchadores por la justicia, evangelizadores de la paz, como Antonio de Montesinos, Bartolomé de las Casas, Juan de Zumárraga, Vasco de Quiroa, Juan del Valle […] y tantos otros que defendieron a los indios ante conquistadores y encomenderos incluso hasta la muerte, como el obispo Antonio Valdivieso”. Santo Domingo, por su parte, recordó a los grandes evangelizadores “que defendieron los derechos y la dignidad de los aborígenes, y censuraron los atropellos cometidos contra los indígenas en la época de la colonia”. Y en Aparecida se dijo que si bien el Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de culturas, las semillas del Verbo, presentes en las culturas autóctonas y la acción santa del Señor a través de auténticos evangelizadores, facilitaron a los pueblos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas. Hubo, pues, discípulos misioneros que hicieron presente al Dios de la compasión, el Dios cercano a los pobres y los que sufren, en definitiva, el Dios de Jesús.
Junipero Serra, según los promotores de su canonización, pertenece a este tipo de religiosos que hicieron de la misión no un espacio de poder y sometimiento, sino un lugar donde se buscó unificar evangelización y promoción humana de los indígenas, y donde se generaron procesos de inculturación; es decir, esfuerzos por adaptar el mensaje del Evangelio a la realidad, lenguaje y cultura originarias. Del fraile Serra se dice también que fue un misionero audaz en la lucha contra las autoridades civiles para defender la humanidad y los derechos de los pueblos indígenas. Su memorando de 1773, presentado al virrey colonial de la ciudad de México, es considerado por muchos como la primera “declaración de derechos”.
En ese documento, conocido también como “Representación”, Junipero propone una serie de recomendaciones; entre ellas, unas que apuntan directamente a la protección de los indígenas. Por ejemplo, pedía el cambio de un comandante de nombre Fages, por sus arbitrariedades y malos tratos hacia población originaria; y que los soldados escandalosos fueran retirados por su mal ejemplo. Recomendaba, además, que cada misión debía tener algunos agricultores, vaqueros y arrieros, para autoabastecerse con la agricultura y ganadería, y enseñar estos oficios a los indios. El punto más importante de todos era que el gobierno, control y educación de los indios bautizados tendía que estar exclusivamente en manos de los misioneros, para evitar los abusos colonizadores y garantizar un trato digno a los indígenas.
En la ceremonia de canonización, el papa Francisco habló de Junipero como “un misionero que aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos, [un misionero] que buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado”. El fraile, explicó Francisco, supo vivir “la Iglesia en salida”, la Iglesia que sale y va por los caminos para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. En este sentido, dijo el papa, somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse “en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta”.
Para el obispo de Roma, la vida de Junipero Serra (el primer santo hispano en Estados Unidos) nos recuerda a todos el llamado a ser discípulos misioneros al servicio de la vida. Y este llamado, según el documento de Aparecida, nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre fe y vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano. Asimismo, exige la opción y compromiso en la defensa de los más débiles, especialmente los niños, enfermos, jóvenes en situaciones de riesgo, ancianos, y migrantes, entre otros. Y en lo que respecta al derecho de los pueblos, exige defender y promover los valores latentes en todos los estratos sociales, especialmente en los pueblos indígenas.