Juntos por un país inclusivo, armonioso, en paz

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Andreu Oliva
13/04/2021

Discurso de aceptación del reconocimiento Hijo Meritísimo de El Salvador


Honorable señor presidente de la Asamblea Legislativa, Mario Ponce; honorables miembros de la Junta Directiva; honorables diputados y diputadas de la Asamblea Legislativa; estimados amigos del cuerpo diplomático; monseñor Santo R. Gangemi, nuncio apostólico en El Salvador; rectores, amigos y amigas que me honran con su presencia, un saludo muy cordial y fraterno a cada uno de ustedes.

Recibo este reconocimiento como Hijo Meritísimo de El Salvador con humildad y agradecimiento. Humildad porque no creo merecerlo y porque sé que hay muchas personas hombres y mujeres que han dedicado toda su vida a servir a esta patria y a su pueblo con gran generosidad y entrega, con honestidad y fidelidad, que lo merecen mucho más que yo. Agradecimiento porque sé que quienes lo han promovido y aprobado me estiman y aprecian tanto a mí como al trabajo que realizamos en la UCA, y desean que la Universidad siga aportando a la transformación de nuestro país; defendiendo los derechos humanos para los salvadoreños y las salvadoreñas; formando mejores profesionales, más capaces y más comprometidos; buscando respuestas a los grandes problemas nacionales; denunciando los abusos de poder; defendiendo los intereses de los pobres y de los grupos vulnerables y vulnerados; defendiendo el medioambiente; insistiendo en la búsqueda del bien común y de la justicia social. Muchas gracias, señores diputados y señoras diputadas, por considerarme merecedor de tal distinción; reconocimiento que aunque es a título personal, considero que se extiende a todo el equipo humano de la UCA, pues sin el apoyo de un equipo humano tan valioso no hubiera podido lograr los méritos que ustedes han señalado y justifican este reconocimiento.

Ser Hijo Meritísimo de El Salvador supone para mí un mayor compromiso, pues me obliga moralmente a hacer honor a ello de aquí en adelante. Me exige más entrega, más dedicación, más amor a este pueblo que me ha enseñado tanto en los 25 años que tengo de vivir aquí. Un pueblo que me ha abierto sus corazones y se ha metido en lo más profundo de mis entrañas, dándome la fuerza y el ánimo para contribuir decididamente a que tenga el futuro de justicia y de paz que se merece. He intentado vivir a diario lo que cantamos en el himno nacional: “Saludemos la patria orgullosos, de hijos suyos podernos llamar. Y juremos la vida animosos, sin descanso a su bien consagrar”. Por ello, me duele que se viole la Constitución de la República, que no se respeten las leyes, que se margine y condene a la pobreza a hermanos nuestros, que nos relacionemos de formas inhumanas, que se aliente el odio y la división entre hermanos, que se atente contra la vida y los derechos fundamentales consagrados en nuestra Carta Magna.

Yo he aprendido a amar a este país y a su pueblo de grandes maestros en el amor, que han servido hasta dar la vida: Jesús de Nazareth, que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal; el P. Rutilio Grande, que quiso llevar el Evangelio a los campesinos y trabajadores agrícolas de Aguilares y El Paisnal para que descubrieran el amor de Dios y que la pobreza y la explotación son contrarias al proyecto de Dios para la humanidad; Monseñor Romero, el mejor padre y pastor que ha tenido El Salvador, el más amado por su pueblo; los mártires de la UCA, que dedicaron su vida a conocer como nadie la realidad, que trabajaron incansablemente por la paz fundamentada en la justicia y para poner fin a tanto dolor y sufrimiento para este pueblo.

También he aprendido a amar a El Salvador de los campesinos y campesinas que fueron víctimas del terror y la deshumanización, de los familiares de los desaparecidos, de las víctimas de los graves crímenes de guerra y lesa humanidad que tuvieron lugar durante la guerra; de los refugiados recién retornados de su forzoso exilio en Honduras, Nicaragua y Panamá; de las familias que perdieron sus viviendas en los terremotos del año 2001; de trabajadores por cuenta propia que trabajan a diario de sol a sol para sobrevivir con sus familias; de las familias que tienen a sus hijos presos en las cárceles. Ellos me han enseñado lo grande y a la vez sufrido que es este pueblo. Todos ellos son verdaderos hijos meritísimos de El Salvador.

Nuestro país enfrenta grandes desafíos desde hace siglos, que no ha logrado superar. No puede seguir marginando a la mayoría de la población, sin ofrecerles una vida segura, un trabajo digno y decente, una educación y una salud de calidad. No puede seguir obligando a emigrar cada día a tantos hermanos nuestros, que emprenden camino para que ellos y sus familias no sigan en la pobreza. No puede seguir dividido, con una mitad tratando con indiferencia, o incluso de menos, a la otra mitad de la población. Si amamos de verdad a El Salvador y al pueblo salvadoreño, debemos dejar a un lado el odio, la división, nuestros intereses particulares, incluso el propio bienestar. Debemos trabajar juntos y unidos, dando lo mejor de nosotros mismos, para cambiar esta dura realidad para la mayoría de nuestros compatriotas. Trabajar sin parar hasta que logremos que cada salvadoreña y cada salvadoreño pueda realizar el proyecto de vida que desea para sí.

Y este es un lugar muy adecuado para ello. La Asamblea Legislativa debe ser el lugar principal para el debate de las ideas, para el diálogo entre las distintas fuerzas políticas, para buscar el bien común, el de todos los salvadoreños y salvadoreñas, y no solamente el de algunos grupos y de las élites políticas, económicas y culturales. La Asamblea Legislativa es el espacio idóneo para establecer el marco normativo que fortalezca la democracia, el Estado de derecho, el respeto a los derechos fundamentales de las personas; un marco que permita una armoniosa convivencia y fomente la justicia social, fundamentándose en la inalienable dignidad del ser humano y en la igualdad de derechos que tenemos todos sin distinción alguna.

En El Salvador llevamos muchos años sin encontrar las soluciones que permitan que el desarrollo humano alcance a todos, que los derechos humanos sean una realidad vigente para toda la población y no solo para la mitad de la misma o incluso menos. Llevamos muchos años enfrentados, sin una amistad social, sin relación fraternal y respetuosa entre nosotros. Es necesario hacernos conscientes de ello y de la urgencia de encontrar esas soluciones. Hasta ahora no se ha hecho lo suficiente para encontrar soluciones válidas, y por ello la población se siente frustrada, engañada, defraudada por los que han conducido el país y se han hecho cargo de la cosa pública en estas casi tres décadas después de la firma de los Acuerdos de Paz. Frecuentemente se han encontrado y aplicado falsas soluciones que solo han perjudicado al pueblo y causado más sufrimiento.

Para resolver los problemas de El Salvador se necesita un nuevo compromiso nacional y multiplicar los esfuerzos para ello. Hay que cambiar de rumbo y hay que buscar la participación de todos en un problema que es de todos. Es un pueblo entero el que clama por una vida mejor. Ha llegado la hora de hacer más, de buscar soluciones audaces y justas, para enrumbar la política nacional hacia la construcción de un proyecto de país, en pro de la vida y del bienestar del pueblo salvadoreño, especialmente de los estratos sociales que hoy son marginados y excluidos. Precisamente porque el arreglo no es fácil, es imprescindible el diálogo, con la participación de todos, sin exclusiones.

Es necesario reducir al máximo la desconfianza entre unos y otros, de los que se ven como oponentes; es necesario acabar con la desconfianza y la descalificación mutua. Es el momento de hacer propuestas razonables, posibles para este momento, sabiendo ceder en lo que no es fundamental y conquistar lo que sí lo es. Hay que saber insistir en los cambios profundos que el país requiere y en mantener todo lo que se ha logrado de bueno en las últimas décadas, que es mucho. Mantener el espíritu abierto al diálogo, sin romperlo ni desesperarse; al contrario, seguir trabajando cada día, poniendo lo mejor de nosotros al servicio de un proyecto de país que tenga como fundamento que todos somos hermanos y hermanas, y que permita alcanzar el bienestar, el progreso y la paz para todos. Eso es lo que todos los salvadoreños anhelamos.

Muchas gracias. Dios bendiga al pueblo salvadoreño.


Antiguo Cuscatlán, 9 de abril de 2021

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