Justicia no es venganza

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Rodolfo Cardenal
24/08/2016

Las declaraciones del máximo dirigente de Arena a raíz de la investigación fiscal sobre los manejos financieros de Mauricio Funes expresan de forma fascinante el sentir popular ante aquel a quien se considera como enemigo, bien sea por motivos políticos —como es el caso—, o bien por motivos económicos o personales. El dirigente de Arena primero se excusa, dice que “no desea el mal”; luego invoca el perdón de Dios, quizás porque de alguna manera tiene conciencia de que su actitud es pecaminosa; y termina expresando visceralmente el deseo de ver a Funes “en la misma celda donde tuvieron a Francisco Flores”. De esa manera, aparentemente civilizada y cristiana, el dirigente reclama venganza.

No se trata aquí de exculpar al expresidente Funes de la corrupción y de los otros delitos imputados por la Fiscalía. Si estos se comprueban judicialmente, deberá ser sancionado conforme al derecho penal. Pero no es justicia lo que el dirigente de Arena reclama, sino simple venganza. Desea vehementemente que el exmandatario pase por la humillación y el castigo experimentados por Flores. Así, pues, este alto dirigente confunde la justicia con la venganza, aun cuando tiene conciencia de que esta última no es cristiana.

Si esa confusión fuera solo de la dirigencia de Arena, sería lamentable, pero de poca trascendencia. La cuestión es que así mismo siente y piensa mucha gente. No busca la reparación del agravio, sino venganza. Aquellos con cierto sentido de equidad piden la misma dosis de humillación y de sufrimiento. Más aún, la misma Fiscalía con frecuencia aparece más vengativa que apegada a derecho. Ciertamente, no da a todos el mismo tratamiento. Humillar e infligir sufrimiento no repara el derecho vulnerado, sino que genera más violencia, más humillación y más sufrimiento, los cuales, a su vez, reclaman otra venganza. Es una espiral que solo detiene la muerte. El deseo de venganza con facilidad acaba en el asesinato.

La posición del dirigente de Arena es indecente, porque en su momento no defendió al expresidente que ahora desea vengar. Así, pues, la venganza que pide es mero oportunismo; otra inmoralidad muy arraigada en la mentalidad y la cultura política salvadoreña. Los dirigentes políticos no observan principios éticos de ninguna clase, sino que solo atienden a sus conveniencias. Por eso suelen desdecirse con facilidad; una volubilidad que intentan justificar con el conocido dicho: “No hay nada escrito en piedra”. Es decir, cualquier decisión o postura es transable si arroja ventajas provechosas. No es de extrañar, entonces, que la sociedad también actúe de la misma manera, lo cual explica el desorden social prevaleciente. La ciudadanía no reconoce más límite que los de su propio poder.

No deja de sorprender que la dirigencia de un partido político que asegura estar en vías de renovación le tolere unas expresiones tan primitivas a su máximo dirigente. Ese deseo atávico pone de manifiesto que Arena se mantiene fiel a sus raíces. Otra prueba de ello es que conserva impávida el culto a su fundador, aun cuando la información disponible lo señala como el principal autor intelectual del asesinato de monseñor Romero. La beatificación del arzobispo por parte de la Iglesia católica y la veneración de una porción muy significativa del pueblo salvadoreño no han sido suficientes para pensar el partido de otra manera. La elección popular de su dirigencia tiene su importancia, pero eso no significa que Arena se renueve para responder mejor a los desafíos actuales. Sin embargo, debiera intentarlo, pese a que eso le suponga un cambio radical de identidad, pensamiento y práctica política.

La identificación de la justicia con la venganza es un obstáculo prácticamente insalvable para reparar la humillación a la que fueron sometidas las víctimas de los crímenes de lesa humanidad. Existe el convencimiento de que sentar a los responsables ante el juez es prestarse a ser objeto de venganza. Por ese camino entró la impunidad, con pretensiones de quedarse de manera permanente. La parcialidad del sistema judicial, que castiga con saña a unos mientras es indulgente con otros, no contribuye a erradicarla. Tampoco contribuye la cultura política predominante, más motivada por oscuros deseos de revancha que por racionalidad, sensatez y derecho.

Aquí se encuentra en juego la posibilidad de la convivencia y de la cohesión social; una posibilidad que no será real mientras no comiencen a contrarrestarse los instintos primarios, ciertamente reales, pero más animales que humanos. La posibilidad de la convivencia humana exige la superación de esas tendencias naturales por un bien superior y general: la realización de la humanidad.

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Anónimo
17/10/2016
00:47 am
Carlos Mauricio Funes Cartagena es de derecha. Yo disiento mucho del punto de vista del articulista. Ello se debe a la diferencia de fuentes de información.
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Anónimo
29/08/2016
10:43 am
Excelente punto de vista.
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Anónimo
24/08/2016
20:23 pm
Exacto! Necesitamos una cultura de paz social, de justicia (dar a cada uno lo que se merece), una cultura donde la política sea servicio y no un mero medio para alcanzar los intereses de mentes mezquinas...
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