El Salvador se ha caracterizado por ser una sociedad profundamente consumista. Esto lo sabemos desde hace muchos años. Un estudio de hace diez años atrás ya mencionaba la preocupación de que por cada cien dólares que se producían en El Salvador, la sociedad consumía 102.40 dólares. Esto nos permitió tener el gran honor de ser, en el ranking, la tercera sociedad más consumista del mundo. Nunca está bien una casa que gasta más de lo que gana. Lo sabemos. Pero esto sigue siendo así, solo que ahora es más difícil demostrarlo. La gran mayoría de gastos que se hacen desde el Estado salvadoreño han sido puestos en reserva por al menos siete años. Pero todos los indicadores parecen señalar que las finanzas no están muy bien para las grandes mayorías.
Mientras tanto sabemos de otros temas. Seguimos siendo una sociedad número uno, en otros nuevos rankings. Por ejemplo, somos el país con más población carcelaria en el mundo por encima de Ruanda y Turkmenistán que ocupan los lugares dos y tres en dicho conteo. Y tenemos otras cosas que no tiene nadie más, un presidente popular, una población con índices muy bajos de educación, un país con uno de los índices de desigualdad más altos de América Latina. Podemos seguir, pero queremos llamar la atención en un punto importante. Somos el país que ha oficializado que los procesos de comunicación pública, no serán auditados por el periodismo, sino por generadores de opinión, youtubers e influencers.
El investigador Willian Carballo mencionó, justo hace diez días, que las audiencias salvadoreñas creen más en los youtubers que en los periodistas. Esta creencia, que no es exclusiva de El Salvador, parece ir en aumento, pero quizá el experimento más interesante de la batalla comunicacional largamente librada por este gobierno ha sido entender que en la sociedad agonizante, antes de jubilar por completo los procesos de información y varias de sus profesiones asociadas ante los procesos de Inteligencia Artificial, es posible acelerar el viejo y arraigado consumismo: que reinen los youtubers.
El principio de esta propuesta es muy sencillo y tiene que ver con la construcción de la cultura popular en el país. Los youtubers son parte del pueblo. Y la vida popular, lo sabemos desde las investigaciones que hizo Richard Hoggart en la escuela de Birgminghan, es familiar (por tanto conservadora), profundamente grupal, comunitaria, vecinal, con una moral mixta que mezcla el cinismo contestatario con la religiosidad elemental. La vida popular se vive en el día a día y el periodismo, desde hace mucho, se alejó de esos lugares. El universo del pueblo vive al día, insiste en la improvisación y el sentido del goce.
El actual régimen lo sabe y seguramente muchas personas que lean estas líneas se encontrarán pensando en las muchas cosas buenas que ha hecho el actual régimen y que responden a estos rasgos característicos: es ley de vida, dirán algunos, que una sociedad avanza en la medida en que los sectores populares tienen mejor educación, más acceso a la salud y una vivienda digna. Una sociedad avanza en la medida en que los ricos pagan más impuestos y este dinero se pone al servicio del colectivo. Sin embargo, esas sociedades serias y acartonadas, con personas educadas y medios de comunicación con una tradición que se cuenta por siglos, no gozan.
El régimen lo sabe. Por eso ofrece lo que ofrece. Videomapings maravillosos en un centro de San Salvador que ha sido recuperado de la chusma y que por fin puede recibir a los buenos ciudadanos. Bailes y emociones. No ofrece reciclaje de basura, prohibición de los plásticos o impuestos predial. Ofrece youtubers. No periodistas y contralores. No academia y pensamiento crítico. Debemos mantener lo que los neurolingüistas llaman la causalidad directa frente al análisis sistémico. La mala noticia es que este tipo de pensamiento tiene un tope. Donald Trump, el amigo de nuestro presidente, lo sabe. Y los asesores de nuestro presidente también. Es el momento de volver a preguntarnos el para qué del periodismo en el país de todas las causalidades simples. Es el momento de apostar al pensamiento complejo, a la honestidad y a un compromiso que, más allá del espectáculo, nos lleve de verdad a construir una mejor sociedad para todas las personas.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 119.