Faltan pocos meses para que en El Salvador se celebren cuatro elecciones. Tres de ellas absolutamente relacionadas, porque la cuarta, la de diputados al Parlamento Centroamericano es, en buena medida, irrelevante. Pero a estas alturas todavía hay gente que tiene diversas posturas ante el proceso electoral. Algunos siguen pensando que la única elección importante es la de la Asamblea Legislativa, las otras dos, no. Mucho de lo que ha hecho Bukele no hubiera sido posible sin la correlación que tiene en la Asamblea y, por tanto, con menos diputados, podría frenarse la deriva autoritaria. En cambio, la elección presidencial no hay que disputarla. Según ellos, hay dos razones para no participar: la primera es que hacerlo sería hacerle el juego y legitimar la candidatura inconstitucional a la reelección del presidente; la segunda es que esa elección está perdida por el respaldo social que tiene Bukele.
Hay algunos que tampoco se inclinan por participar en la elección de las autoridades municipales, básicamente porque, por las medidas del gobierno, las alcaldías han quedado con poca capacidad para actuar con autonomía financiera y dependen del sometimiento al Ejecutivo para conseguirlo. Sin embargo, las tres elecciones están estrechamente vinculadas. Si la meta es lograr un número determinado de legisladores y legisladoras, el lanzamiento de fórmulas municipales atractivas localmente es un refuerzo casi imprescindible para tener éxito en la elección de diputados. Además, una buena candidatura presidencial puede arrastrar votos. De hecho, la historia en un país con un régimen presidencialista como El Salvador así lo confirma. Esta es la razón de fondo por la que, para el 4 de febrero del año próximo, se pusieron juntas las elecciones presidenciales y legislativas, para que la popularidad del presidente arrastre el voto para el movimiento de seguidores de la familia presidencial llamado Nuevas Ideas.
Las encuestas, en general, presentan cifras que favorecen al actual mandatario. La gigantesca maquinaria mediática que ha montado la familia del presidente y sus amigos cogobernantes, y el comportamiento de la oposición hasta hoy, refuerzan esta percepción. La oposición partidaria se ha centrado más en comentar críticamente las acciones y los insultos del aparato oficial que en poner en manos de la población propuestas que capten la atención de los ciudadanos porque responden a sus necesidades. Algo semejante pasa con los críticos desde la sociedad civil, que centran sus “propuestas” en la denuncia de las violaciones constantes a la Constitución, a las leyes y a los derechos humanos (que hay que hacerlo) pero que, lamentablemente, no representan una preocupación sentida por la mayoría de los salvadoreños. Si la oposición no da un paso para presentar propuestas sobre temas que interesen a la gente, si no tiene vinculación con movimientos de base, si no se hace una crítica sustentada a la mala gestión de la cosa pública que pueda mostrar que eso afecta la posibilidad de resolver problemas centrales de la mayoría de la población, será muy difícil competir con la maquinaria presidencial. Hasta el momento, se han conocido rumores sobre posibles candidaturas en una eventual coalición de partidos de oposición. La sola reacción del oficialismo ante esta posibilidad es un indicador de que puede ser algo importante. Todo dependerá de la madurez política con que los partidos enfrenten la situación que atraviesa el país.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 122.