El presidente Bukele y sus ministros se ríen como quieren de los diputados de Arena y del FMLN. El irrespeto es motivo suficiente para que estos se sientan ofendidos, incluso victimizados, por el poder ejecutivo. Sin embargo, la violencia institucional que sufren es también su responsabilidad. Incautamente han dejado el espacio libre a las ofensivas del presidente y sus funcionarios. Su actividad legislativa es lenta, improcedente e incompleta. Su actividad política, irrelevante. Hasta ahora, en vísperas de elecciones legislativas y municipales, han sido incapaces de articular una propuesta convincente. Se limitan a reaccionar a las iniciativas presidenciales. Entorpecen su ejecución y provocan la ira del presidente, pero no tienen nada que ofrecer en su lugar. Tampoco los diputados de los otros partidos, sumisos a las directrices del mandatario. El cuestionamiento a los funcionarios que han tenido a bien acudir a las comisiones legislativas no ha conducido a ningún lado. La nulidad de la oposición legislativa ha sido aprovechada hábilmente por Casa Presidencial. Los diputados de Arena y del FMLN y su cohorte de asesores no constituyen una oposición que imponga respeto al poder ejecutivo.
Los diputados de Arena y del FMLN descubren hasta ahora el juicio de El Mozote, los archivos militares, la partida secreta presidencial, la democracia, la institucionalidad, la corrupción y la moral pública. Arena tuvo dos décadas y el FMLN una para promover los derechos humanos y la administración de justicia, para fortalecer la institucionalidad democrática e implantar un servicio público basado en el conocimiento, la experiencia y la ética. Ahora que el presidente Bukele sigue sus pasos, levantan sus voces airadas para denunciar lo mismo que ellos descuidaron en tres décadas. Sus protestas tienen mucho de falsas e hipócritas. Si al menos fueran acompañadas por un proyecto sólido, veraz y viable, podrían avanzar en credibilidad.
Lo peor es que no han aprendido de su fracaso. La elección en curso de tres magistrados suplentes de la Corte Suprema de Justicia adolece de vicios conocidos. El FMLN no solo insiste, por segunda vez, en meter a uno de sus alfiles, sino que tiene el descaro de defenderlo como servidor público ejemplar, pese a que su mediocre desempeño en la academia de policía es bien conocido. Los dos magistrados de la Sala de lo Penal que temerariamente han fallado en contra de la Sala de lo Constitucional para salvar el pellejo de los militares acusados de la masacre en la UCA fueron elegidos por esos mismos partidos. Ninguno cumple con los requisitos formales para ser magistrado, al igual que el presidente del Banco Central de Reserva y el ministro de Hacienda actuales. Arena y el FMLN no tienen solvencia para reclamar por los desaciertos del presidente Bukele, que no hace otra cosa que imitarlos. El discurso es distinto, pero el modo de gobernar es idéntico. El mandatario enfatiza lo mucho que lo separa de los presidentes de Arena y del FMLN, pero, en la práctica, gobierna como ellos.
Arena y el FMLN no han caído aún en la cuenta que viven inmersos en un pasado inexistente, muy marcado por una guerra sin sentido e irracional, y por una postguerra caracterizada por la corrupción, el fraude y la violación flagrante de la institucionalidad. Los liderazgos políticos de la oligarquía reaccionaria y de la revolución que no fue han envejecido, aferrados al pasado. Convencidos de estar en posesión de la solución para el país, se han negado a abrir espacio a las nuevas generaciones. No aceptan otra forma de hacer política. La desactualización ha erosionado sus posibilidades sociales y políticas y, por ende, también electorales. Gobernaron sin rivales hasta la llegada de Bukele. No es que este tenga mejores respuestas, sino que su enajenación de la realidad nacional le dejó el campo libre.
Bukele es un fenómeno sociopolítico que se encuentra por todos lados, en Europa y en Estados Unidos. Es la protesta de la gente ante la falta de respuesta a sus necesidades más sentidas y ante el miedo frente a un futuro inmediato incierto y amenazador. Bukele ha sabido ofrecer seguridades y ha sugestionado a sus seguidores del poder transformador de su discurso. Eventos como el huracán Eta sirven bien a este propósito. Los funcionarios aparecen al frente de la crisis, aparentan tener la situación bajo control y prometen hacerse cargo de las víctimas. El espectáculo es persuasivo. Otra cosa es que entregue lo prometido. El éxito del presidente Bukele y su partido es la otra cara del fracaso de Arena y del FMLN. Estos cada vez pierden más terreno ante el empuje del partido oficial. Aunque tal vez no por mucho tiempo: el electorado tiende a castigar la política tradicional, pero no agrada ser gobernado por sus reemplazos. Estados Unidos es un buen ejemplo. Se abre así una oportunidad para las nuevas formaciones políticas salvadoreñas que, con el tiempo, pueden convertirse en la némesis de los triunfadores de hoy.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Mosneñor Romero.