Si la popularidad es tan abrumadora y el triunfo en las urnas indudable, ¿qué sentido tiene presionar y violentar a la autoridad electoral? Si, además, la razón y la ley los asisten, la violencia callejera es insensata. De hecho, el fraude masivo es muy difícil. Las trampas y las jugarretas de todos los partidos, incluido el oficial, no revierten un resultado electoral claro. ¿No será, más bien, que la popularidad del presidente Bukele no se traduce en la cantidad de votos deseada y que por ello, imitando a Trump, alega anticipadamente fraude electoral? El alegato siembra dudas sobre la limpieza del proceso electoral y la legitimidad de los ganadores rivales, justifica por adelantado el fracaso ante sus seguidores y, sobre todo, crea confusión y caos de donde sacar alguna ganancia.
La movilización de las bases del partido oficial como tropa de choque es una especie de ensayo fascista para imponer la voluntad presidencial si el resultado de las urnas no es favorable. Simultáneamente, cohesiona y refuerza la identidad partidaria, deslegitima el sistema electoral (del cual Nuevas Ideas y Gana forman parte) y dinamita uno de los pilares del sistema democrático, con la participación activa de la Policía y del Ejército. Al parecer, Casa Presidencial pretende colocar la institucionalidad a su servicio, pero como esta se resiste, conjura el caos.
La confusión ya reina en las finanzas públicas, tal como lo muestra el presupuesto del año próximo. Si algo saca en claro la disputa entre el Legislativo y el Ejecutivo es que este ha gastado de forma tan desenfrenada y desordenada que ahora le es imposible rendir cuentas, lo cual ha abierto otro conflicto con los controladores. El desempeño del ministro de Agricultura en la comisión legislativa de hacienda revela por qué estos funcionarios rehúsan comparecer. El ministro no pudo contestar las preguntas de los diputados sobre el destino de cientos de millones de dólares.
El de Hacienda tampoco pudo. En cada comparecencia, proporciona una versión diferente del estado de las finanzas públicas. Maneja las cantidades —varios centenares de millones de dólares— con inconsistencia asombrosa. Antes pasó por ahí la primera ministra de Salud, que tampoco pudo explicar la contaminación del agua. Su sucesor, cuando no se contradice, afirma trivialidades de manera imperturbable. El desempeño de los altos funcionarios revela incompetencia y negligencia, lo cual se presta a la corrupción. Como defensa, todos arremeten contra la prensa independiente y la oposición política.
Pretendido o fortuito, el caos sirve bien al presidente Bukele. Hasta ahora, le ha permitido gastar antojadizamente. La gestión de los fondos públicos es muy similar a la caja de una tienda de pasaje o a la bolsa del delantal de una vendedora ambulante, donde se mete y se saca a conveniencia. En esa misma línea, la lógica presidencial ha establecido que es imposible trabajar 24/7 por el pueblo sin arbitrariedad y anarquía. En última instancia, el presidente Bukele sabe lo que hace y por qué lo hace. En consecuencia, solo aquellos que se abandonan a su clarividencia tienen cabida en su partido.
El caos puede dejar réditos electorales, pero es perjudicial para la economía y la sociedad; los mercados y los inversionistas huyen de la inestabilidad y la incertidumbre. El empresario Bukele debiera saberlo, a no ser que le guste el riesgo extremo característico de ciertos deportes. Si en tiempos normales la actividad económica reclama estabilidad y seguridad para crecer, mucho más cuando casi todas las economías experimentan una recesión severa. El Salvador, además, arrastra una enorme deuda. El futuro inmediato depara mayor deterioro de unos niveles de vida ya precarios, más desempleo y más desesperación. Más coheterías clandestinas, más explosiones y más menores quemados. La necesidad extrema empuja a rebuscarse la vida en actividades ilegales y peligrosas, y en la emigración al Norte.
No se conoce aún ningún plan para contener la extensión y la profundización de la miseria, excepto el asistencialismo limitado y económicamente insostenible a mediano plazo. La crisis de la salud pública, la economía y la sociedad no la superará un triunfo avasallador de Nuevas Ideas-GANA. Confundir el caos en el espacio público con el cambio radical es miopía política. Pensar que la violencia callejera y el desorden institucional es el camino para reconstituir la sociedad, la política y la economía, debilitadas por la pandemia, la corrupción y la ineptitud de los Gobiernos de Arena y del FMLN, es un grave error. El caos no transforma los valores sociales y personales, sino que profundiza la ley de la selva.
La sociedad se construye con la satisfacción sostenida y viable de las necesidades básicas de la población. La corrupción se combate con una institucionalidad fuerte. La política se regenera erradicando las prácticas de Arena, del FMLN y también de GANA. Pero al faltar la inteligencia política, las competencias técnicas y el liderazgo lúcido, el presidente Bukele ha encontrado en el caos un sustituto práctico, no para transformar, sino para mantener su burbuja.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.