La guerra Israel-Hamás

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La guerra de Israel contra el grupo Hamás cada día se convierte, y con mayor dureza, en una guerra contra el pueblo palestino. Es cierto que el primer paso lo dio Hamás con un ataque terrorista brutal. Pero la respuesta israelí se ha tornado más desproporcionada y semejante, al menos en parte, a las guerras de exterminio que aparecen en el libro sagrado que los cristianos llamamos Antiguo Testamento. Guerras que en este caso serían totalmente injustas dada la carencia de proporción entre la brutalidad inicial cometida por Hamás y la respuesta de destrucción sistemática y masiva que dirige Israel sin tener en cuenta la vida de niños y civiles palestinos. Desde hace quinientos años por lo menos se insiste en que para que una guerra sea justa la respuesta a la ofensa recibida debe ser proporcional. Y por lo general han sido los países más poderosos los que hacen caso omiso de un pensamiento no solo lógico, sino humanista. La soberbia del poder impide darse cuenta de que se pierde más con la guerra que con la paz. Con razón decía Homero, en los tiempos lejanos de la Ilíada, que en toda guerra injusta las más de las veces la culpa es de los príncipes. La ebriedad del poder lleva con demasiada frecuencia a la locura.

Es evidente que el pueblo judío merece respeto por su pasado, su cultura y por haber sido víctima en la historia de muchos atentados y ataques brutales, con frecuencia provenientes de personas que se consideraban cristianas. También los musulmanes merecen respeto en su fe, su cultura y su capacidad de solidaridad inspirada en su religión. Todavía hoy, lamentablemente, en algunas sociedades hay literatura y ataques antijudíos que son deleznables. El desprecio y la burla occidental hacia los musulmanes (no, por cierto, a su dinero) son indignos de una sociedad que presume de ser culta y civilizada. La posición del papa Francisco en favor de la paz, quien ha mostrado la fuerza simbólica de abrazarse al mismo tiempo con judíos y palestinos, es la única forma decente de practicar el sentido de humanidad en medio de la locura de la guerra.

Tanto los judíos como los musulmanes han sufrido en su pasado situaciones indignas, tanto de exterminio como de colonialismo o marginación. Pero esa situación histórica debería llevar a que nadie sufra en el presente lo que padeció en el pasado. Una guerra de exterminio como la que ha emprendido el gobierno israelí no conduce a nada bueno. Palestinos y judíos están llamados a entenderse, a convivir en igual dignidad y a dialogar. Ya ha habido diálogo en el pasado y los pasos que se dieron, aunque insuficientes, habían logrado reducir algunos de los resentimientos y odios. 143 países, de los 193 que pertenecen a la ONU, pidieron recientemente al Consejo de Seguridad que Palestina se integre en las Naciones Unidas como un Estado de pleno derecho. Es un paso importantísimo para la paz. Facilitaría una mayor intervención de las Naciones Unidas tanto en la prevención de actos terroristas como en la construcción de la paz. Y alejaría de la comunidad internacional un foco de tensión y de deshumanización que hoy nos estremece, duele y preocupa a todos.

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