La impunidad no tiene la última palabra

18
Rodolfo Cardenal
17/08/2016

La injusticia y la impunidad no tienen la última palabra. Sorprendentemente, mientras la Corte Suprema de Justicia buscaba cómo salir del dilema de la extradición de los exmilitares solicitada por España, en el arzobispado se cerraba el proceso diocesano de la causa de canonización del padre Rutilio Grande y sus compañeros campesinos. La defensa empecinada de la impunidad coloca cada vez más al Estado salvadoreño en una posición insostenible. Los magistrados de la Corte Suprema de Justicia han votado en contra de la extradición sin tener claridad sobre los argumentos jurídicos que justifican su decisión, y esa votación solo está referida al coronel detenido. La inconstitucionalidad de la ley de amnistía ha puesto muy nerviosa a Casa Presidencial, a la Asamblea Legislativa y a los partidos políticos, que no saben cómo enfrentar la potencial pérdida de impunidad. Si estuvieran limpios o no estuvieran asociados con criminales, guardarían la calma y la lucidez.

Mientras el Estado salvadoreño se adentra en el laberinto de la injusticia y la impunidad, el pueblo salvadoreño y la Iglesia católica desde hace algún tiempo reconocen como mártires a las víctimas de la represión militar. Mientas el Estado les niega la justicia a la que tienen derecho y mantiene inquebrantable su asociación con sus asesinos, el pueblo y la Iglesia los declaran justos y santos, y conmemoran las fechas importantes de sus vidas. Mientras el Estado los mantiene en la humillación, el pueblo y la Iglesia los exaltan como salvadoreños ejemplares, que sintetizan sus aspiraciones de justicia y de paz.

La beatificación de monseñor Romero, el cierre del proceso diocesano de la causa de canonización de Rutilio Grande y de sus compañeros, y la causa del franciscano Cosme Spessotto, que desde hace algún tiempo se encuentra en Roma, contradicen abiertamente la postura del Estado salvadoreño. La recepción de estos mártires por parte del pueblo salvadoreño es al mismo tiempo el repudio y la condena de sus asesinos y la del Estado que los protege. Hasta cierto punto, es comprensible que este proteja a los homicidas, puesto que todos fueron asesinados por escuadrones de la muerte, integrados y dirigidos por el Ejército. Sin embargo, es incomprensible que administraciones de izquierda también les garanticen la impunidad. El temor reverencial al Ejército por parte de Gobiernos y partidos, tanto de izquierda como de derecha, cuestiona la afirmación de que esa institución es la que mejor ha cumplido con los acuerdos de 1992.

La mentira, la injusticia y la impunidad institucionales no han podido callar la verdad sobre monseñor Romero, Rutilio Grande y Cosme Spessotto, y de muchos otros que seguirán su camino hacia los altares del catolicismo. Los tres tienen poder de convocatoria para reunir a un pueblo deseoso de verdad y de justicia. Los tres suscitan una esperanza que los políticos y los Gobiernos no pueden dar, porque ellos no desilusionan. Y los tres son motivo de alegría, porque a pesar de su muerte, todavía son valedores de los pobres y de los abandonados.

La Iglesia hace justicia al declarar mártires a quienes entregaron su vida a las mayorías desposeídas, a quienes las defendieron de la explotación y de la represión militar, a quienes señalaron a los injustos y los conminaron a convertirse, a quienes anunciaron el Reino de Dios y su justicia. Precisamente por eso los mataron. Sus asesinos no pudieron resistir la verdad de su palabra ni la fuerza de su credibilidad. Al proclamarlos mártires, la Iglesia reconoce la justeza de su causa y la injusticia de su asesinato, con lo cual el triunfo de los homicidas se vuelve efímero. La verdad, la justicia y la vida han prevalecido sobre la mentira y la muerte.

Esa es la razón por la cual el Estado les ha negado la justicia. Los Gobiernos que han garantizado la impunidad a los homicidas son cómplices de quienes han favorecido la explotación y la opresión del pueblo salvadoreño. La verdad de los mártires salvadoreños enfrenta al Estado con la mayoría del pueblo, lo cual debiera hacer recapacitar a un Gobierno como el actual, que dice trabajar para aquel. La impunidad pone en evidencia el cinismo de un discurso político que ofrece bienestar, pero que mantiene a la gente en la desigualdad y sometida al terror de la violencia. En esto no hay diferencia entre izquierdas y derechas. Sin embargo, hay razón para esperar, porque el triunfo de los mártires del pueblo salvadoreño es la denuncia y la derrota de sus asesinos y de quienes los protegen.

Lo más visitado
1
Anónimo
17/08/2016
20:13 pm
Por si alguien dudaba de que la sala obedece a lineamientos de la derecha, ahora tienen el mayor ejemplo de odio por quienes lucharon por los desposeídos y tener un mejor país, al favorecer a la impunidad. Pero el gobierno dizque de izquierda guarda un silencio sepulcral y más bien favorece a los masacradores. Se asustó más la izquierda que la derecha al anunciarse la derogación de amnistía. Públicamente Ortiz (el más empecinado en derrotar por la vía de las armas a las pandillas), celebró el anuncio, argumentando que la búsqueda de la verdad ocasionaría un caos, que ni en Argentina, Chile o Brasil se haya desencadenado tales fantasías. Sobrepone a la impunidad de los asesinos al temor de ser exhibidos por la prensa de derecha en trajes de combate \"masacrando\" a la población como dirían esos periódicos en extensos reportaje, para hacer olvidar a quienes causaron la muerte de civiles con bombardeos o escuadrones de la muerte. El frente le hizo el favor a arena con...
0 7 1