Los políticos ponen casi siempre más esfuerzo en el control del territorio que en el desarrollo de nuestra gente. Sin caer en cuenta que el territorio es una realidad inanimada, de fácil control, mientras que las personas, inteligentes, inquietas y sujetas a presiones de todo tipo, solo pueden convivir en paz cuando tienen esperanza de una vida digna y se ven avanzando hacia las metas de humanización que se ponen a sí mismas o que desean con razón y justicia. Este tiene que ser siempre el punto de partida para hablar de territorio, de soberanía y de toda esa palabrería que a veces conduce incluso al derramamiento de sangre o a la barbarie, sufriendo siempre los pobres la peor parte.
En este contexto, debemos hablar de la isla Conejo. Tanto Honduras, que se ha instalado ya en ella, como El Salvador la reclaman. Vemos así enfrentados a dos países hermanos cuyos Gobiernos son igual de incapaces en la tarea de hacer avanzar la justicia social con la celeridad necesaria, así como de controlar la problemática juvenil fruto de desigualdades, olvidos de las necesidades de los jóvenes e injusticias. Ninguno de los dos Gobiernos tiene una política juvenil adecuada a las necesidades de esta población, pero mantienen ejércitos, los involucran en tareas de seguridad e incluso juegan a estas aventuras territoriales como si fueran países grandes, con problemáticas sociales controladas y con intereses geoestratégicos fundamentales.
De momento, la sensatez pide por todas partes la solución pacífica de los conflictos, y parece que en esa dirección caminan las cosas. El involucramiento de militares hondureños en la zona no es un buen síntoma, porque las fuerzas castrenses en Centroamérica, con su modo simplista de ver los problemas, han sido con frecuencia más una causa de enfrentamientos que de soluciones inteligentes a los conflictos. Aunque hay militares honestos, han abundado también al frente de nuestros Ejércitos los que mientras más hablan de patria, soberanía y defensa de las tradiciones, más se llenan simultáneamente los bolsillos de dineros mal habidos. En ese sentido, hay que animar a los gobernantes a que continúen con la firme voluntad de solucionar por la vía diplomática el diferendo, como ya lo ha hecho con toda razón y firmeza el arzobispo de San Salvador.
Pero las soluciones también deben ampliarse para lograr que zonas limítrofes, en las que se comparten recursos, se conviertan en espacio de abrazo entre hermanos. En el caso de la isla Conejo, los tres países deberíamos compartir comunitariamente el golfo de Fonseca. Tres países, El Salvador, Honduras y Nicaragua, que nacieron como parte de una sola nación, no solo no deberían tener problemas de límites, sino que deberían compartir recursos con mucha más flexibilidad. En efecto, al ratificar la "independencia absoluta y libertad" respecto de España y México, la Asamblea Nacional Constituyente de "las provincias unidas del Centro de América" afirma taxativamente que este conjunto de regiones-provincias "son y forman Nación Soberana".
Cuando hoy anhelamos avanzar hacia el sueño de la unión centroamericana, resulta absurdo que todavía un golfo trinacional sea objeto de reyertas. Si se encontrara la manera de disfrutar del golfo de Fonseca con los mismos derechos, con una regulación común y con una supervisión conjunta de la zona, el problema de la isla Conejo sería mucho más fácil de resolver. Si es cierto que nuestros presidentes quieren avanzar hacia la unión centroamericana, la administración conjunta de recursos comunes debería caminar con rapidez. Y resolver los problemas desde esa perspectiva y proyecto, en lugar de empecinarnos en inventar conflictos peleando por metros cuadrados como si nuestro futuro dependiera del tamaño de nuestros países y de afianzar una supuesta superioridad sobre el vecino. Nacimos unidos y nos hemos separado por intereses estrechos y mezquinos de oligarquías que nos han mantenido en la pobreza y la desigualdad. ¿No es tiempo de buscar la unión centroamericana comenzando a gestionar recursos y territorios como realidades comunes?
Podemos presuponer buena fe en ambos países cuando reclaman la propiedad de un islote. Pero en el lento avance de la integración centroamericana, en las disputas territoriales, en la incapacidad de gestionar amistosamente recursos que son comunes, como el golfo de Fonseca, solo podemos ver miopía política de los líderes nacionales. Puede decirse que falta todavía mucho para llegar al objetivo de la administración común de recursos, y mucho más para la unión de América Central. Pero si no se platean objetivos ambiciosos y concretos, difícilmente llegaremos a algo que es necesario para el desarrollo de nuestros pueblos. La Unión Centroamericana fue traicionada por intereses egoístas y antilibertarios de cada uno de los Estados. Es hora ya de corregir esos errores. Si queremos celebrar dentro de pocos años el bicentenario de la independencia con esperanza de futuro, tenemos que avanzar con rapidez en la resolución pronta y amistosa de un problema como el de la isla Conejo. Y todavía más, avanzar con más celeridad en la búsqueda e implementación de pasos concretos hacia la unión de nuestros países. Y esto se logra uniendo pueblos, territorios y recursos.