La izquierda y el poder: algunas reflexiones teóricas

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Ricardo Ribera
26/04/2009

¿Qué leía la izquierda salvadoreña en los años setenta? Pues, básicamente, algo de Marx y mucho de Lenin. También el "libro rojo", con las citas del presidente Mao y su concepción de guerra campesina que debería culminar en el cerco y asalto de las ciudades; estrategia que en el continente latinoamericano tomaría el nombre de "guerra popular prolongada". Y, desde luego, al Ché Guevara, defensor del foco guerrillero, del socialismo no burocrático y del hombre nuevo. Algunos estudiaban a Regis Debray, quien, tras acompañar la aventura guevarista en Bolivia, revisó las experiencias guerrilleras de América Latina en una obra en dos volúmenes titulada La crítica de las armas.

Las lecturas de aquella izquierda —revolucionaria y combativa— eran, más que una causa, consecuencia del período histórico que se vivía. Cerrada la vía electoral por la dictadura, se imponía una combinación de lucha pacífica de masas y de resistencia armada desarrollada desde la más estricta clandestinidad. Más que una opción, se trataba de una imposición que el régimen de terrorismo de Estado le hizo a la izquierda. Las formas de lucha muy pocas veces son fruto de una libre escogencia; casi siempre son resultado de la realidad de la lucha de clases y de las modalidades específicas que ésta adopta en el proceso.

Si era imperativo organizarse secretamente, en la clandestinidad, de manera conspirativa, resultaba igualmente imperativo conocer y estudiar a Lenin. Sus concepciones del partido como destacamento de vanguardia, organizado con una disciplina casi militar, en preparación para desencadenar la insurrección y la toma del poder, calaban hondo en una izquierda salvadoreña que vivía en condiciones bastante similares a las de la socialdemocracia rusa de principios del siglo pasado, enfrentada a la dictadura zarista.

La obsesión de Lenin por evitar las "desviaciones pequeño-burguesas" y el "oportunismo", su reticencia a permitir la libertad de tendencias y el debate político franco en el seno del partido, su insistencia en el centralismo y en la disciplina a ultranza tienen que ver con las dificultades de operar y sobrevivir en un marco de represión intensa y feroz.

Pero también tiene consecuencias conceptuales: su teorización del partido como "vanguardia" implica una concepción que le niega a la clase social capacidad de alcanzar conciencia de clase por sí misma. Ésta le vendrá del partido, que no solamente elabora y traslada una estrategia y línea política, también es el portador de la conciencia del proletariado. El marxismo-leninismo en cuanto forma organizativa es consecuente con determinada idea de la relación clase-partido o masas-vanguardia, que no compartían otros teóricos y dirigentes marxistas de la época.

Rosa Luxemburg, revolucionaria polaca integrada al partido socialdemócrata alemán y después fundadora del partido comunista alemán, fue quien más vivamente se opuso a las concepciones "ultracentralistas" de Lenin. Las criticó durante los preparativos del II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, de 1903, que dejaría dividida a la socialdemocracia rusa en bolcheviques y mencheviques.

Para Rosa, el intento de Lenin por evitar errores y desviaciones, mediante un esquema de disciplina vertical, está condenado al fracaso. Debe dejarse a la escuela de la vida encargarse de evidenciar las equivocaciones y de inducir su corrección mediante la crítica y la autocrítica. Hay que confiar en la espontaneidad y la creatividad de las masas. Además, los errores que éstas puedan cometer siempre serán mucho más fecundos que la presunta infalibilidad de un comité central.

El partido surge de la clase, es parte de ella, pero no constituye su vanguardia. Por el contrario, cualquier dirección revolucionaria presenta una tendencia al conservadurismo, que sólo el viento fresco del accionar de las masas logrará empujar y superar. Son las bases del movimiento popular las que deben controlar a su partido y dirigencia; no al revés.

La situación de Rosa, que militaba en un partido legalizado, con tres millones de miembros activos y más de ocho millones de electores, era muy diferente a la que vivía Lenin en Rusia. La socialdemocracia alemana editaba sus propios periódicos y revistas, donde se desarrollaban vivos debates políticos, teóricos e ideológicos. Para Rosa esto constituye una gran riqueza de todo movimiento revolucionario. Debe haber total libertad de pensamiento y discusión, sólo limitada por la identidad en los objetivos y metas del movimiento marxista revolucionario.

Cuando en 1917 los bolcheviques han tomado el poder en Rusia e impuesto un férreo gobierno a nombre de la dictadura del proletariado, les criticará lo mismo: la dictadura debe ser sólo para la burguesía que alimenta la guerra civil; el socialismo ha de significar la más amplia democracia para el pueblo. Los bolcheviques deben permitir la disidencia y las críticas, porque "la libertad es siempre la libertad para los que piensan diferente".

Ante las posiciones reformistas en su partido, las tendencias burocráticas en los sindicatos y el reduccionismo a la lucha burguesa parlamentaria de parte de los dirigentes, Rosa centraba en la vinculación con el movimiento popular la superación de dichas desviaciones. El problema con el reformismo no son las reformas, presentadas como un camino más largo pero más seguro, sino el que cambie los objetivos de la lucha: volver más humano y soportable un sistema que es, por su esencia, insoportable e inhumano.

Es un falso dilema, afirma rotunda Rosa, el que se quiere presentar entre reforma o revolución. Los revolucionarios no están contra las reformas, al contrario, las impulsan y luchan por ellas, en el sentido de una transformación del sistema que prepare su posterior superación. En cambio, los reformistas buscan con las reformas la salvación del mismo. Subordinan el movimiento de masas a las necesidades o conveniencias de las luchas parlamentarias en lugar de hacer del parlamento un escenario más, una tribuna subordinada a la lucha de clases que se da en la sociedad.

Acusada por sus detractores de "espontaneísta", la obra de Rosa Luxemburg fue reiteradamente condenada por los leninistas desde el triunfo de la revolución bolchevique. Ha sido rescatada del olvido tras la debacle del modelo soviético. Las condiciones en que se desarrolló su pensamiento son hoy más similares a las que vive la izquierda en muchos países de nuestro continente, cuando ya no hay guerrillas ni situación revolucionaria, sino que los partidos marxistas están integrados en regímenes de democracia representativa donde compiten electoralmente.

Por ello mismo resulta interesante y actual, ya que trata de resolver preguntas que hoy están en el orden del día. Ha empezado a ser descubierta en Brasil, donde se ha traducido al portugués y alentado algunos primeros estudios y ensayos de académicos de izquierda. En Sao Paulo, hay una sede de la Fundación Rosa Luxemburg, ligada al partido Las Izquierdas de Alemania, que ha auspiciado este renovado interés en su obra.

Otro autor que ahora puede resultar indispensable a la izquierda salvadoreña es Gramsci. Tal vez sin ni siquiera darse cuenta, el FMLN acaba de lograr una victoria en el terreno gramsciano de la "hegemonía" y de la conquista del "sentido común": se impuso la idea del cambio, hasta tal punto que incluso Arena tuvo que centrar en el cambio su discurso.

La capacidad de unificación de las diversas izquierdas y de atraer electoralmente a sectores que no son de izquierda tiene que ver con nociones nucleares en los aportes teóricos de Gramsci: el dominio de la clase dominante se basa más en la hegemonía que en la coerción, en imponer el consenso en torno a sus ideas dominantes. Si los revolucionarios consiguen romper dicha hegemonía, se descompone el bloque de poder y surge el nuevo bloque aglutinado en torno a las fuerzas que se presentan como alternativa al viejo esquema de dominación. Cualquier bloque de poder representa siempre una alianza de clases, con una clase que las aglutina en torno a la hegemonía, de tipo ideológico, que sutilmente impone. El nuevo Presidente deberá actuar como "intelectual orgánico", y el partido deberá ser "intelectual orgánico colectivo".

Las izquierdas salvadoreñas enfrentan desde el momento mismo del triunfo electoral del 15 de marzo el problema de cómo asegurar y consolidar la unión obtenida coyunturalmente en torno a su oferta y fórmula electorales; cómo ampliar y fortalecer ese nuevo bloque histórico, impidiendo al mismo tiempo la recomposición y resurgimiento del viejo bloque hegemónico, que hoy por hoy atraviesa una lógica crisis de identidad y de proyecto.

El FMLN y su candidato enfrentan la paradoja de que desde el 1.° de junio gobernarán un país que ideológicamente es más conservador que progresista; donde los pobres tienden más a respaldar a la derecha, mientras la principal base social de la izquierda descansa en las capas medias; con una correlación política de fuerzas donde los partidos de derecha suman más que los de izquierda, tal cual se reflejará en la escena parlamentaria.

Lo que cuenta a su favor, decisivamente, es el quiebre ideológico de la hegemonía arenera: sin proyecto ni liderazgo de consenso, agotada históricamente y en franca desmoralización, la derecha necesitará tiempo y habilidad para reaccionar y recuperarse. Que lo logre o no depende de ella misma, pero también, y mucho, de la izquierda.

En condiciones de democracia representativa, analizaba Gramsci, la lucha de clases tiene más el aspecto de una guerra de posiciones que del asalto al palacio de invierno. Esta última imagen corresponde al proceso ruso, de toma violenta del poder; pero en condiciones de capitalismo de mayor desarrollo, como era el caso de Europa occidental, la lucha es más compleja y sutil. Son las mentes y los corazones lo que está en disputa, como reconocían en El Salvador estrategas imperialistas de la "guerra de baja intensidad". En cada una de las esferas de la vida social, en lo cotidiano, se libra una lucha sorda pero intensa para hacer prevalecer unos u otros sistemas de valores, ideas y sensibilidades.

El Estado es, entonces, mucho más que el Gobierno, mucho más que aparato de Estado. En cuanto instrumento de dominación de la clase dominante, se ha de conceptualizar como integrando los diversos aspectos de la vida social: las iglesias, la escuela, la fábrica, la familia, el deporte, la cultura y el arte. Para ser bloque hegemónico de poder, la izquierda debe multiplicarse y estar presente en las luchas cotidianas que se libran en cada una de las distintas trincheras. Y ser capaz de responder a las iniciativas y ofensivas que sus adversarios van a presentar.

Lo que deberá resolver la izquierda, gobernante a partir del 1.° de junio, es cómo no dejarse poner a la defensiva por sus contrincantes, no dejarse imponer la agenda. Por el contrario, tomar la iniciativa y pasar a la ofensiva, abrir fisuras en el bloque de sus adversarios, consolidar la coherencia y unidad —que siempre es unidad de voluntades y propósitos— de su propio bloque, el cual debe ser ampliado y robustecido. Para así convertirse en fuerza irresistible del cambio, en transición a nuevos escenarios donde la hegemonía de sus ideas no halle resistencia significativa, pues se hayan convertido en las ideas y voluntad de la gran mayoría del pueblo salvadoreño.

Lograrlo no es sólo problema práctico, también debe resolverse como cuestión teórica.

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