La pandemia de la pobreza

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El domingo pasado se beatificó en Roma al papa Pablo VI. De él son algunas frases que se han multiplicado y convertido en parte del lenguaje social, como “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”, o “El camino de la paz pasa por el desarrollo”. Este papa era muy claro a la hora de percibir la dependencia de las naciones entre sí y animaba a construir “un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros”. Animaba a todos a “agrandar el círculo de sus prójimos” y buscaba “un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico”.

Acerca de los países ricos decía que si no multiplican su generosidad, “su prolongada avaricia no hará más que suscitar el juicio de Dios y la cólera de los pobres, con imprevisibles consecuencias”. En otras palabras, se oponía radicalmente a que en el mundo se caminara hacia una desigualdad creciente. Proponía en contrapunto que las relaciones comerciales estuvieran siempre sometidas a “las exigencias de la justicia social”. Veía intolerable, y abiertamente reñido con los principios cristianos, tanto a nivel de países como de personas, que los pobres permanezcan pobres, mientras “los ricos se hacen cada vez más ricos”.

En este contexto, y a partir de palabras de Pablo VI pronunciadas hace casi medio siglo, podemos reflexionar sobre el ébola. En África está muriendo más gente de paludismo y de cólera que de ébola. ¿Por qué no se habla en los grandes medios de comunicación de esas enfermedades pandémicas en África y sí se habla de esta última y terrible epidemia? En el fondo, hay una razón clara: los países de desarrollo medio y, todavía más, los desarrollados no ven peligro para ellos en el paludismo y el cólera. Saben cómo detectarlo, controlarlo, y tienen las medicinas pertinentes a mano. El ébola no. Y puede llegar —y de hecho, ya llega— hasta sus puertas.

No les importa que la gente muera en África y por eso no apoyan un desarrollo que en ese continente posibilite la eliminación de las pandemias que lo azotan. Pero tienen miedo de que la muerte toque a su gente con una epidemia, la del ébola, que traería terribles consecuencias humanitarias e incluso políticas. Cínicamente (por supuesto, no creemos que el cinismo sea una solución) podría pensarse que es bueno que el virus se propague en el mundo rico, porque solo de esa manera se avanzará pronto en la investigación y puesta en venta de una medicina que lo controle. Pero muy probablemente, aunque eso sucediera, en África seguiría muriendo la gente de ébola, porque las medicinas serían caras o simplemente no llegarían. Así como no llega el apoyo suficiente contra otras enfermedades.

Un misionero religioso, que en la actualidad trabaja en Benín, decía que “la gran pandemia de África es la pobreza extrema, de la que se desentienden todos los países ricos”. Uno se puede preguntar qué es lo que pasa en el mundo cuando al mismo tiempo que en algunos países hay hambre, la FAO registra que se bota una tercera parte de los alimentos que se producen en el planeta. Y también podemos preguntarnos qué es lo que pasa entre nosotros que, teniendo suficientes recursos, no erradicamos la pobreza, ni hemos tenido la suficiente voluntad política para enfrentarla en serio. Orgullosos de haberla reducido, no nos damos cuenta de que hemos creado una clase media vulnerable que está enormemente presionada por los vaivenes de la economía y por la sociedad de consumo, y que teme volver a la pobreza, de la que hay todavía altos porcentajes en el país. Y el temor a una pobreza posible y cercana aumenta la agresividad para defender lo poco conquistado. Si la pobreza extrema puede provocar la cólera de los pobres, también la vulnerabilidad puede impulsar la tendencia a formas antisociales de conseguir dinero.

Al final, la enfermedad más severa que podemos padecer no es el ébola, ni la “chik”, ni cualquier otra de las que permanecen ocultas por ser endémicas en el mundo de los pobres. Nuestra enfermedad mayor es la pobreza de muchos y la vulnerabilidad de otros, unida a la falta de sensibilidad de las élites. Un coctel explosivo que nos convierte en pueblos récord en violencia. ¿Cómo es posible que haya potentados que temen a la justicia social? Gente buena, visionaria, no ha faltado. Pablo VI era profundamente admirado y querido por monseñor Romero. Muchos en El Salvador han luchado y dado la vida por buscar y procurar la paz con justicia. Detenernos en nuestro caminar, reflexionar sobre la propia historia, dialogar sobre las grandes necesidades de nuestra población y establecer verdaderos acuerdos que busquen la erradicación de la pobreza son tareas que deberían unirnos a todos. Y si la erradicamos, el control de las enfermedades será más fácil.

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Anónimo
24/10/2014
09:36 am
Hay que quitarle el poder a la clase politica y trasladarsela al pueblo. ¿Como hacerlo? Teniendo la oportunidad de votar y elegir al Fiscal, Corte de Cuentas, Organo Legislativo, Magistrados y todas las entidades que han sido utilizadas para tapar actos de corrupcion. ¿Que tal la idea?
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Anónimo
24/10/2014
08:36 am
Excelente artículo. Dios lo bendiga por escribir siempre dentro de esta linea editorial, pues ilumina y llena de esperanza para seguir exigiendo el respeto a nuestros derechos, a no darnos por vencidos. Al final Dios siempre hace justicia. Gracias por escribir con tanta claridad evangélica, la voz de los sin voz, nos da las fuerzas para no desfallecer y seguir creyendo en los ideales y valores cristianos y no dejarnos vencer por el conformismo, la desesperanza y lo peor la perdida de fe en Cristo Jesús, gracias Padre.
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