La responsabilidad salvadoreña ante el clima

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Hace cincuenta años nadie se hubiera imaginado que El Salvador tuviera una responsabilidad seria con respecto al clima. Una responsabilidad que no solo es de los Gobiernos, sino de todos los que vivimos y habitamos en este pequeño país, que por sí solo parecería no tener ninguna influencia en el cambio climático. Sin embargo, la responsabilidad salvadoreña es grande. No como la de Estados Unidos o China, que son los mayores depredadores del planeta y causantes del cambio climático. Pero sí responsabilidad con su gente. Nuestro país, por estar ubicado en el trópico, sufrirá los efectos más fuertes del cambio climático. La elevación de los océanos reducirá nuestro ya pequeño territorio. Las sequías y el calor serán más pronunciados, elevando el costo de los granos básicos y generando enfermedades. Las tormentas, más violentas y destructivas, lo que ocasionará catástrofes con mayor frecuencia. La desertización aumentará si no se toman medidas inmediatas. En general, la vida será más difícil en El Salvador.

En estos días se está llegando a la toma de decisiones en la Cumbre del Clima en París. Decisiones en las que participan la mayor parte de los países del mundo y con las que se pretende frenar el calentamiento global, evitar que la temperatura promedio aumente más allá de dos grados centígrados. Si ya el aumento de dos grados implicará graves problemas para El Salvador, del orden de lo que decíamos antes, podemos imaginar lo que causaría un aumento de cuatro o cinco grados si no se llega a los acuerdos necesarios en París. Solo para hacernos una idea: la temperatura máxima en los días de mayor calor podría llegar en las zonas bajas del país a los cincuenta grados a la sombra. De hecho, unos acuerdos malos o insuficientes en París no solamente limitarán los derechos de muchos salvadoreños a una vida digna y sostenible, sino que aumentarán la ya fuerte desigualdad económica y social que tantos problemas trae a nuestra tierra.

En este contexto, El Salvador tiene una doble responsabilidad. La primera es con sus ciudadanos. No podemos continuar dándole poca o escasa importancia al tema del agua. El calentamiento global, aunque se logre limitarlo a dos grados durante este siglo, acelerará el problema de la escasez de agua en el país. Reforestar sistemáticamente, proteger y aumentar los reservorios de agua, diseñar un crecimiento urbano respetuoso del medioambiente, proteger fuentes y vigilar la capa freática, evitar la contaminación de nuestros ríos y proteger sus cuencas, declarar el agua como un derecho fundamental y constitucional son medidas urgentes. No de las que hay que tratar al ritmo tortuguesco característico de la Asamblea Legislativa. Medidas que para muchos salvadoreños serán de vida o muerte. Lo mismo que debería ser urgentísimo el control de la contaminación en las ciudades. La incapacidad de controlar el humo de camiones, buses y carros en general es simplemente una vergüenza. Se está dañando la salud del ciudadano. Aunque las denuncias se repiten, los oídos sordos de los políticos son muestra de irresponsabilidad, cuando no de complicidad con los depredadores del ambiente ciudadano.

La segunda responsabilidad es tener el tema del medioambiente en el primer plano de nuestra política internacional. Un país amenazado por un cambio climático al que por su pequeñez territorial casi no contribuye debería tener una política internacional agresiva. Estamos pagando el egoísmo y la injusticia de otros, que depredan y destruyen lo que es patrimonio común. No podemos quedarnos callados ni tener una política complaciente con los grandes países, que en realidad están agrediendo a nuestros ciudadanos. Porque una agresión al medioambiente como la que realizan los países desarrollados y los emergentes es un verdadero ataque contra las naciones pobres o con recursos limitados, mucho más vulnerables ante el cambio climático. Vulnerabilidad que significará, si el calentamiento global continúa aumentando, más muerte, enfermedad, empobrecimiento y multiplicación de la desigualdad. Defender la patria es algo más que echar discursos o celebrar el 15 de septiembre. Aunque evidentemente, para defender el medioambiente con un mínimo de coherencia, debemos también mostrar coherencia y adoptar medidas de protección como las que ya hemos mencionado.

En su encíclica Laudato si, el papa Francisco dice: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”. Cuando en El Salvador hablamos de desarrollo, de incluir a los pobres en el mismo, de avanzar por el camino del bienestar y la justicia social, solemos olvidarnos del medioambiente. Si hoy lo olvidamos, será el propio medioambiente el que nos lo recordará desde una convivencia con mayores disonancias, confrontaciones y con una violencia todavía más dura que la actual.

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