En la Asamblea General de Naciones Unidas, Bukele no dijo nada nuevo. El discurso giró alrededor de su exitosa política de seguridad, la soberanía y la independencia nacional decimonónica, y sus sueños de grandeza. Todos temas conocidos. El discurso es pobre en contenido y expresión. Palabras como “renacer”, “potencial”, “grandeza”, “valentía”, “orgullo”, “soberanía” e “independencia” se repiten descuidadamente. Un indicio del agotamiento del mensaje y de la pobreza de vocabulario de los escribanos. Con todo, el discurso tiene la virtud de poner en evidencia los embustes presidenciales.
La política de seguridad no es tan exitosa como pregona. Los espacios públicos son más seguros ahora a raíz del encierro de decenas de miles de pandilleros. Pero el vacío dejado por estos no ha sido ocupado por la actividad gubernamental, sino por rateros de diversa ralea. Mantenidos a raya por los pandilleros, estos han regresado. En buena medida, porque no tienen otro medio de vida que la ratería. La alta tasa de desempleo, agravada por la expulsión del comercio informal de los centros históricos, se traduce en decenas de miles de unidades familiares sin un medio de vida digno. Por otro lado, las cúpulas de las pandillas gozan de libertad y de buena salud. No deja de ser desconcertante que unos pandilleros perseguidos como terroristas no hayan ofrecido resistencia a las fuerzas represivas que los detuvieron y que su armamento, variado y letal, haya desaparecido misteriosamente. La mansedumbre de estos terroristas es asombrosa.
La versión presidencial del origen de la guerra contra ellos es igualmente sorprendente. En la tribuna de la ONU, Bukele atribuyó su victoria a la supresión de la independencia del poder judicial y la seguridad jurídica. Una decisión, según él, valiente. Una prueba irrefutable de su liderazgo que, a juzgar por los resultados, constituye un éxito admirado por muchos. Un ejemplo de las ventajas del ejercicio de una soberanía nacional ilimitada. La verdad es muy diferente. La eliminación de la independencia de la administración de justicia es anterior al régimen de excepción. En ese momento, Bukele estaba en buenos términos con las pandillas. El entendimiento le permitió presumir de la disminución de los homicidios. El mismo objetivo del régimen de excepción, implantado cuando el acuerdo se rompió. La dictadura no está relacionada con la desaparición de las pandillas de las calles. Tampoco es El Salvador el país más seguro. Ninguna de las fuentes especializadas disponibles le concede esa distinción, un hecho que no ha pasado desapercibido a los medios más perspicaces. La exageración resta legitimidad al reclamo presidencial.
La justificación del acierto de la dictadura con “la migración a la inversa”, una salida novedosa del discurso de la ONU, suena a música celestial en los oídos estadounidenses, pero no es más que lirismo presidencial. Bukele sueña con que la diáspora se dispone a retornar en tropel, atraída por la seguridad, los paisajes y las olas. Las visitas han aumentado junto con la normalización de los viajes después del parón de la pandemia. El grupo que piensa o añora regresar, según los datos disponibles, es el de los jubilados, respaldados por una pensión estadounidense. La inmensa mayoría de los jóvenes y los adultos jóvenes desea emigrar. La cantidad de salvadoreños en territorio mexicanos sigue siendo elevada. El empobrecimiento y la falta de oportunidades, por un lado, y el miedo generado por la arbitrariedad militar y policial y la falta de garantías judiciales, por otro, son motivos poderosos para huir del país de Bukele. Tampoco existen registros del aumento de la inversión de la diáspora en el país. Otra cosa son las remesas, que permiten malvivir a decenas de miles de familias y contribuyen a mantener a flote la economía.
El aborrecimiento visceral al sistema de Naciones Unidas no impide que Bukele comparezca ante su Asamblea General para vender sus logros y, sobre todo, su imagen de hombre fuerte, decidido y creador de realidades admirables. La opinión de la comunidad internacional le importa mucho. Por eso, sus críticas y sus llamados a respetar la institucionalidad democrática y los derechos humanos hieren dolorosamente su sensibilidad. Por eso se siente más cómodo estableciendo relaciones diplomáticas con las dictaduras africanas más antiguas. Pero las censuras no cesan. La última es de la Unión Europea, que ha pedido acabar con el régimen de excepción y adoptar políticas sociales y de integración social de largo plazo para complementar la política de seguridad.
La comparecencia de Bukele ante la Asamblea General de la ONU revela señales de agotamiento. El discurso presidencial no da más de sí. Suelen decir que la mentira repetida adquiere credibilidad. Pero si el mentiroso, envalentonado por su éxito, abusa de los embustes, deja al descubierto el engaño.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.