Diez años han pasado desde la inconsulta aprobación de la Ley de Integración Monetaria, que permitió que el dólar entrara en circulación en El Salvador como moneda de uso legal y, con ello, abrió paso a la desaparición del colón. El tiempo transcurrido permite realizar algunas reflexiones sobre dicha medida, cuyas principales críticas le atribuyen el encarecimiento del costo de la vida, el aumento de los precios en bienes y servicios, y la pérdida de facultades de emisión de moneda por parte del Banco Central Reserva (BCR), entre otros.
Este tipo de políticas económicas suele darse en casos de hiperinflación, es decir, en una situación económica fuera de control, donde los precios aumentan rápidamente a la vez que la moneda pierde su valor. El caso de Ecuador es el más reciente. La economía ecuatoriana, durante la gestión del presidente Jamil Mahuad, sufrió una profunda depresión y su moneda se devaluó rápidamente. Para el caso de El Salvador, la inflación no era descontrolada, ni siquiera superaba los dos dígitos por año, al momento de la dolarización. El Salvador, incluso, era uno de los mejores ejemplos latinoamericanos de control inflacionario, es decir, de control de precios.
Ahora bien, para que la dolarización sea sostenible necesita de dólares, los cuales son obtenidos a través de diferentes actividades económicas. Una de ellas son las exportaciones, que, en teoría, son el principal rubro de ingreso de divisas para el país, ya que, al vender productos salvadoreños, se obtienen los dólares que son usados en las distintas transacciones internas.
Lamentablemente, el sector exportador se ha mantenido en una prolongada crisis que prácticamente lo ha estancado. De acuerdo a cifras del BCR, 2010 cerró con cifras de exportación cercanas a las de 2008. Esto significa que el sector exportador requiere de una profunda reconversión, que va desde una mayor diversificación de las exportaciones hasta explorar nuevos socios comerciales y mejores niveles de productividad (sin que esto implique un detrimento en los salarios reales de la fuerza laboral). Por esta vía, no hay vistas de sostenibilidad de la dolarización.
Otro medio para obtener dólares para la economía es el crédito que las instituciones bancarias (públicas y privadas) otorgan. Sin embargo, en primer lugar, existe una fuerte concentración del crédito por parte de los bancos privados. A febrero de 2010, estos bancos habían otorgado un poco más del 94% de los créditos; mientras que la banca pública había otorgado el restante 6%, aproximadamente.
Asimismo, entre 1999 y 2010, el promedio de créditos otorgados ronda los 5,300 millones de dólares, concentrados, básicamente, en los rubros de comercio, manufacturas y créditos personales o consumo. Los créditos han estado estancados, con leves incrementos entre los años 2003 y 2008; pero, posteriormente, caen: en 2010 no había una recuperación de los niveles de montos otorgados en 2005. Es decir, el crédito tampoco se ha expandido de manera tal que permita crear más dinero.
La otra vía para obtener dólares es el flujo de remesas que proviene de los más de dos millones de compatriotas que residen en el extranjero (mayoritariamente en Estados Unidos). A excepción de 2009, el flujo de remesas familiares ha crecido constantemente desde 2001, dinamizado y mantenido a flote la economía de El Salvador. Lo relevante en este tema es que estos flujos de dinero están amarrados al desempeño económico estadounidense. Así, ahora el país es más vulnerable a las crisis de la nación norteamericana; el supuesto blindaje con que contábamos al ser dolarizados se quebró.
No menos relevante es el hecho de los costos que implica el recorrido que los y las migrantes deben realizar para poder llegar (si llegan) a los Estados Unidos. Trayecto lleno de violaciones a sus derechos humanos. Ante ello, el flujo de dólares para la economía salvadoreña por esta vía no puede considerarse como sostenible; bajo ningún aspecto la migración es una vía para sostener la economía nacional.
La dolarización es, pues, una camisa de fuerza; deja a las autoridades nacionales con una reducida capacidad para inyectar directamente a la economía nacional el flujo de dinero que se requiere para mantener funcionando el aparato productivo y generar, de esta forma, mayor crecimiento económico. El dinero es como la sangre de la economía; y la nuestra requiere cada vez más transfusiones, lo cual es síntoma de su precaria salud.
Parafraseando al presidente del BCR, Carlos Acevedo, difícil será dar un giro a la política económica de El Salvador si en esta provincia los criollos "diletantes" en economía siguen creyendo en las bondades de la dolarización frente a la abrumadora realidad. La dolarización, al momento de aprobarse a finales de 2000, fue una medida de carácter político, no económico, que no buscó beneficiar a la mayor parte de la población salvadoreña.
Una década después desde aquel "golpe de timón", como dijera el padre Francisco Javier Ibisate, el pueblo salvadoreño —que hace malabares día a día con los pocos dólares que gana— sigue esperando los beneficios de la dolarización, mientras se repite una y otra vez que "gastamos en dólares, pero ganamos en colones".