Esta semana se dio a conocer la noticia de que el Consejo Nacional de la Publicidad instó a retirar una valla publicitaria con un mensaje presuntamente perturbador: "Viviendo el feminismo. Soy lesbiana porque me gusta y me da la gana". Las justificaciones dadas por el Consejo van de lo curioso a lo conservador. Curioso porque parece estar más preocupado por el feminismo que las mismas feministas, y en tal sentido, parece no gustarle que el lesbianismo se vincule al feminismo. En otras palabras, poner muy cerca las palabras "feminismo" y "lesbiana" lleva al craso error de confundir a toda feminista con una lesbiana, y, por supuesto, el organismo está presto a proteger a las feministas de una asociación que solo parece existir en su mente.
En segundo lugar, fue una decisión conservadora porque se optó por defender "la moral", y en dicho sentido, Sherman Calvo, vicepresidente del Consejo, citó un artículo del código de ética que les rige, según el cual "todo anuncio debe ceñirse a la moral, decencia, buenas costumbres y orden público. Se respetarán los conceptos morales que prevalecen en nuestra sociedad". Aunque inicialmente el ego abogadil exigía una profunda disquisición jurídica sobre los conceptos "decencia", "moral" y "buenas costumbres" a la luz de la libertad de expresión, la Constitución de la República o los tratados internacionales, es imposible ese ejercicio después de leer los comentarios que pululan en las redes sociales; comentarios provenientes del salvadoreño "de a pie", o al menos el que accede a redes sociales. Nadie que los lea puede concluir otra cosa: la valla socava la moral y la decencia.
La valla, en muchos sentidos, "nos" ofende, pues en sentido estricto la palabra "ofender" significa "ir en contra de lo que se tiene comúnmente por bueno, correcto o agradable", y no hay duda de que el mensaje busca hacer añicos lo "correcto", "bueno" y "agradable". "Correcto" es que la homosexualidad se viva en secreto y silencio, como las enfermedades venéreas, los vicios o las infidelidades maritales. "Agradable" es comer en la cafetería y no ver a dos "maricas" besándose en la boca. Y "bueno" es que los homosexuales conozcan su lugar, se adapten a mi nivel de tolerancia, sepan que los entiendo, los aprecio y no los discrimino siempre y cuando se mantengan a raya sin subir a mi peldaño, sin desafiarme viviendo como viven los sujetos normales: casarse, caminar por un parque tomados de la mano, abrazarse en un bus, hacer familia, en fin, todo aquello que suponga exponerse a menores de doce años.
El pecado de la valla aparece como evidente: visibiliza, devuelve voz a quienes deben callar y deben permanecer en silencio, pues no tienen nada "correcto", "agradable" o "bueno" que decir. La valla ahoga ese silencio cuando grita cosas desagradables; grita que ahí están los "otros", que nunca se fueron, que son como nosotros, que están con nosotros, que tienen voz y presencia, y que lejos de avergonzarse están orgullosos de su identidad, tanto como para gritarla a los cuatro vientos. Por eso odiamos la valla, por eso no la podemos soportar.