En la última quincena hemos visto acciones, informes y opiniones que ofrecen la visión del poderoso en El Salvador. Es importante desenmascararla, porque de lo contrario puede quedar establecida como natural. La visión brutal del poderoso, cuando es medianamente inteligente, se suele repellar con consideraciones técnicas e incluso éticas. En este artículo avanzaremos desde las muestras más descarnadas de este pensamiento hasta las más sofisticadas.
Sin lugar a dudas, la más brutal de las opiniones que caracterizan al poderoso clasista y soberbio ha sido la expresada en el editorial de un matutino en el que se alababa, directamente y sin fisuras, la desigualdad. En el ámbito económico, equivale a la visión fascista de quienes piensan que las guerras son históricamente positivas porque han sido el motor del desarrollo científico. Desigualdad y guerra, dos modos de asesinar a los pobres, quedándose tranquilos quienes tienen dinero, seguridad o se van del país cuando los problema aprietan, mientras financian escuadrones de la muerte. Afortunadamente, la conciencia salvadoreña ya no tolera ese tipo de estupideces filonazis. Y las reacciones han sido lo suficientemente fuertes en las redes sociales como para que los mismos poderosos se preocupen por la salud mental de uno de sus más consentidos apologistas.
El desalojo de los vendedores que trabajan en nuestras calles, acusándolos de ser nido del crimen organizado y justificando la acción con el cumplimiento de la ley, es otra muestra, esta vez con invocaciones hipócritas a la legalidad, de la prepotencia de los poderosos. En un país donde casi la mitad de la población sobrevive en el comercio informal, la solución civilizada y pacífica no es golpear e insultar, sino buscar opciones racionales. Nada de eso parece caber en la cabeza del alcalde capitalino. El hecho de que el partido de los poderosos lo haya seleccionado para representarlo en la próxima elección marca en el fondo el modo clasista de pensar. La lucha de clases hoy es la que lleva a cabo el poderoso contra el débil, al que se victimiza cada vez más desde el poder económico y político.
La tercera muestra es la más sofisticada. Se ha dado a conocer en el país el informe de competitividad del Foro Económico Mundial. Institución que es el brazo permanente del que se conoce mundialmente como Foro de Davos. En otras palabras, el instrumento de análisis de los grandes millonarios del mundo. Y en este informe se nos dice que El Salvador ha bajado en competitividad, del puesto 56 al 101, en los últimos siete años. Ciertamente, se puede discutir si el país es hoy menos competitivo que ayer. Pero la pregunta clave es ¿competitividad al servicio de quién? Para los millonarios, por lo visto, El Salvador era más competitivo cuando se vendían las empresas del Estado al capital extranjero o cuando los propios ricos vendían sus activos a corporaciones transnacionales e invertían sus ganancias en construir centros comerciales o comprar tierras en Nicaragua. Por supuesto, Fusades y las asociaciones patronales no tardaron en usar este informe políticamente, olvidando sus errores permanentes y su propia irresponsabilidad social. Y es que es fácil mirar solo los errores del Gobierno actual —que los tiene— y silenciar los propios. Pero más allá de los errores o desaciertos gubernamentales, la hipocresía y la visión parcial de la realidad que expresan los ricos de nuestro país es escandalosa. Porque son precisamente ellos quienes tienen la mayor responsabilidad en los problemas de pobreza, falta de competitividad por bajos niveles educativos, desigualdad y violencia. ¿O no han sido ellos los que gobernaron el país durante más de cien años?
El informe está, además, plagado de errores, porque no se trata de un estudio científico, sino de simple percepción de los poderosos. Asegurar que las instituciones funcionaban mucho mejor en 2005 que en 2012 es olvidar la realidad del pasado. E incluso olvidan algunas de las aseveraciones que ellos mismos hacían entonces sobre una corrupción que, ciertamente, era muy superior a la actual. Hablar de una mayor fuga de cerebros cuando la migración ha descendido da un poco de risa. A no ser que estén considerando como fuga de cerebros la partida hacia Panamá del comentarista que alababa la desigualdad (aunque ese viaje más suena a fuga de capitales que de cerebros). Pero hay más. La cerrazón institucional a las víctimas de los abusos a los derechos humanos no tiene relación con la institucionalidad ni se contempla en el informe. Y aunque no se haya mejorado demasiado al respecto, es evidente que los derechos humanos no entran en la cabecita de esta gente al hablar de institucionalidad. Pensar que la salud y la educación estaban mejor en 2005 solo porque gobernaba el partido de los poderosos no es más que un sueño de personas que se recrean en su propia propaganda. Si a la Fuerza Armada le falta pedir perdón por los crímenes del pasado cometidos institucionalmente, los económicamente poderosos del país también tienen pendiente pedir perdón por su orgullo e hipócrita obstinación en creerse los salvadores de El Salvador. En realidad, este informe refleja únicamente la percepción de los ricos. Esos ricos que todavía no se han dado cuenta de que no son los únicos que tienen percepciones. Y de que la percepción de los pobres no solo es distinta a la de ellos, sino, en muchos aspectos, más atinada.