Recientemente se publicó en español un libro de dos catedráticos estadounidenses, Daron Acemoglu del MIT y James Robinson de Harvard, titulado Por qué fracasan los países. El trasfondo es relativamente sencillo. Según los autores, cuando las élites son profundamente extractivas, y las instituciones que construyen o impulsan las benefician en su afán de acaparar riqueza, los países no se desarrollan. Si las élites promueven instituciones más inclusivas, el desarrollo es mucho más fácil de alcanzar.
Si aplicáramos esa tesis a El Salvador, la causa de nuestro subdesarrollo estaría precisamente en que nuestras élites son profundamente extractivas y no invierten en instituciones inclusivas. Una revisión de algunas de nuestras instituciones no nos deja duda. Tener, por ejemplo, dos sistemas públicos de salud demuestra la tendencia extractiva de nuestras élites empresariales. A los que consideran "indispensables" para sus negocios y para el contexto en el que sus negocios se desarrollan se les incluye en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social. Los "desechables", en los que la empresa privada no tiene interés, salvo a la hora de captar sus remesas, son enviados al sistema del Ministerio de Salud, notablemente inferior en su servicio en comparación con el ISSS.
Si la empresa privada piensa que son más indispensables para sus negocios quienes trabajan en el sector de servicios y que los campesinos resultan relativamente desechables, la solución está a la mano: un salario mínimo de 104 dólares para los segundos y otro de 224 para los primeros. Nuestras élites, que extraen su riqueza del trabajo de todos, no piensan que todos deban tener los mismos beneficios sociales ni que sus derechos humanos básicos deban ser cubiertos de la misma manera. Eso de la universalidad, deben pensar, resulta muy caro, y prefieren discriminar entre "indispensables" y "desechables".
Y además las élites económicas han logrado algo todavía más importante: echarle la culpa a los políticos de lo que en buena parte es fruto y resultado de su egoísmo corporativo. Continuamente se ataca a los políticos como los causantes de nuestros problemas y tragedias. Y aunque no se les puede exculpar de muchas acciones realmente negativas, lo cierto es que la falta de solidaridad y de políticas inclusivas ha dependido las más de las veces de la cerrazón empresarial a universalizar derechos básicos. No hace muchos meses el presidente de la ANEP trataba de aterrorizar a la clase media diciendo que si se incluía en el Seguro Social a las trabajadoras remuneradas del hogar, colapsarían los servicios médicos del ISSS. Mientras los empresarios costarricenses aportan más del doble que los nuestros al Seguro Social, nuestros líderes económicos prefieren ahorrar a costa del sudor de los pobres. Las élites económicas costarricenses son un poco más inclusivas que las salvadoreñas y nuestro vecino centroamericano invierte más en la gente, sin tanta discriminación como en El Salvador. ¿Es menos competitiva Costa Rica? ¿Está creciendo menos?
Aunque de momento nuestras élites económicas hayan conseguido que las críticas de la población se dirijan más hacia los políticos que a los millonarios, lo cierto es que esa falacia no se puede mantener en el tiempo. El dominio de los económicamente poderosos parece reproducir en nuestro país aquello que decía el papa Pío XI que era el resultado de la ilimitada libertad de los competidores: sobreviven "solo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia". La fuga de capitales desde El Salvador hacia paraísos fiscales está cifrada por la fundación Global Financial Integrity en 8,700 millones de dólares en los diez años que van de 2001 a 2010. Y no son los políticos los que sacan el dinero del país en esas cantidades.
Las élites económicas salvadoreñas deberían recapacitar. En vez de desgañitarse atacando a los políticos, es necesario que miren con más atención las instituciones que han propiciado y que nos mantienen en la práctica como si fuéramos un país de castas. Tanques de pensamiento como Fusades deberían analizar nuestras instituciones, desde las educativas y las de salud hasta los mecanismos para tasar el salario mínimo, y reflexionar sobre si ese modo tan brutal e irrespetuoso con la dignidad humana es el mejor camino para el desarrollo. Está bien que nos digan cómo manejar los bienes transables y que critiquen a los Gobiernos cuando no apoyan la productividad. Pero que se callen sistemáticamente ante la existencia de instituciones tan profundamente clasistas y discriminadoras como las que tenemos en El Salvador desdice de los títulos universitarios que tienen y de los apoyos que tuvieron para conseguirlos.