La visita del papa a Cuba y a Estados Unidos tiene como lema “Francisco, misionero de la misericordia”. Como se sabe, la palabra “misericordia” viene del latín y significa sentir como propia la desdicha o miseria de los demás (“miser”- “cordis”). En este sentido, hay un aire de familia con las palabras “acordar”, “recordar”, “cordial”, “cordero”, “coraje” y “corazón”. En la perspectiva bíblica, la misericordia es la cualidad dominante de Dios respecto al ser humano; incluye los aspectos de compasión, ternura, clemencia, paciencia y tolerancia. Mediante la misericordia, Dios hace posible la conversión y transformación del ser humano. De ahí la exhortación que hace Jesús a sus discípulos: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso”. Teológicamente, se afirma que la misericordia consiste en que el sufrimiento ajeno se interioriza como propio y mueve a una re-acción, sin más motivo que atenderlo y superarlo.
El papa Francisco, desde el inicio de su ministerio, ha mostrado un nuevo tipo de liderazgo, un liderazgo de la misericordia que sale al encuentro, busca a los lejanos, invita a los excluidos, tiende puentes, achica distancias y acompaña en los procesos de paz, difíciles y complejos. Liderazgo, en fin, que se vive en el servicio concreto al prójimo frágil. En su homilía en la misa de la Plaza de la Revolución de la Habana, hizo un llamado a “cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. [Cuidar] los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar”.
Asimismo, advirtió que debemos cuidarnos de la tentación del “servicio” que “se” sirve. Podríamos interpretarlo como cuidarnos de los liderazgos engañosos y nada misericordiosos. Para Francisco, hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés beneficiar a los “míos” en nombre de lo “nuestro”. Ese servicio, sentencia, siempre deja a los “tuyos” por fuera, generando una dinámica de exclusión. La propuesta contracultural del papa es que todos estamos invitados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y explica que ello no apunta a una actitud de servilismo; por el contrario, pone en el centro de la cuestión al hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca su promoción. Por eso, enfatiza, “nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas”.
En el encuentro con sacerdotes, seminaristas y religiosos, el papa dejó de lado el discurso escrito y reflexionó sobre la pobreza y la misericordia. Haciendo referencia al testimonio de una religiosa que trabaja con ancianos y personas con discapacidad, Francisco dijo que hay servicios pastorales que pueden ser más gratificantes desde el punto de vista humano, sin ser malos ni mundanos. Pero, señaló, “cuando uno busca en la preferencia interior al más pequeño, al más abandonado, al más enfermo, al que nadie tiene en cuenta, al que nadie quiere […] está sirviendo a Jesús de manera superlativa”. Y de inmediato elogió una forma concreta de liderazgo con entrañas de misericordia: “¡Cuántas religiosas y religiosos queman y repito el verbo, queman su vida acariciando material de descarte! Acariciando a quienes el mundo descarta, a quienes el mundo desprecia, a quienes el mundo prefiere que no estén”. A los que mantienen actitudes de indiferencia, el pontífice les recordó una frase de san Ambrosio que a él le conmueve mucho: “Donde hay misericordia, está el Espíritu de Jesús; donde hay rigidez, están solamente sus ministros”.
Y al hablar de forma coloquial y espontánea con los jóvenes en el Centro Cultural Padre Félix Varela, luego de escuchar el testimonio de un muchacho que planteó la necesidad de cambios profundos en Cuba, el papa reconoció la importancia de que los pueblos y los jóvenes mantengan el sueño de una sociedad libre e incluyente. En un lenguaje esperanzador, dijo: “En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar, y un joven que no es capaz de soñar está clausurado en sí mismo. Está encerrado en sí mismo. Cada uno a veces sueña cosas que nunca van a suceder. Pero suéñalas, deséalas, busca horizontes, ábrete a cosas grandes”. Francisco también insistió en evitar obsesionarse por lo que divide y buscar, en cambio, lo que une: “Hablar de aquello que tengo en común con el otro. No nos encerremos en los conventillos de la religión o de las ideologías”.
En ese sentido, les recordó a los jóvenes que un camino de esperanza requiere una cultura del encuentro, del diálogo, que supere los contrastes y el enfrentamiento estéril. Para ello, dijo, es fundamental considerar las diferencias en el modo de pensar no como un riesgo, sino como riqueza y factor de crecimiento. Hizo memoria de un proverbio africano que dice así: “Si quieres ir deprisa, ve solo; si quieres ir lejos, ve acompañado”. Y a renglón seguido explicó que el aislamiento o la clausura en uno mismo nunca generan esperanza; en cambio, la cercanía y el encuentro con el otro, sí. Solos no llegamos a ninguna parte. Tampoco con la exclusión se construye un futuro para nadie, ni siquiera para uno mismo.
Hoy día, los liderazgos que suelen proponerse y difundirse en el mundo fomentan la glorificación del ego, la vanagloria de lo que se posee económicamente y el éxito sin escrúpulo. Es una vergüenza, por ejemplo, que la principal fortaleza de algunos de los aspirantes republicanos a la presidencia de los Estados Unidos sea su enorme riqueza. Como si ello fuese garantía de que se buscará asegurar el bienestar de un país, especialmente de sus sectores más frágiles y excluidos. Es una pena y un fracaso humano que la inteligencia del corazón sea ignorada o despreciada por el mundo de la política partidaria, de la economía y del poder. Por eso es una buena noticia que cobre centralidad en la cultura del encuentro, el lenguaje religioso y el liderazgo social. Francisco lo ha expresado con mucha contundencia: “La importancia de un pueblo, de una nación […] de una persona siempre se basa en cómo sirve a la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. ‘Quien no vive para servir, no sirve para vivir’”.
Jesús de Nazaret fue muy radical con sus discípulos respecto a este tema. Dijo: “Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y servidor de todos”. En consecuencia, el discípulo de Jesús ha de renunciar a ambiciones, rangos, honores y vanidades. Ha de ocupar el último lugar, ponerse al nivel de quienes no tienen poder ni ostentan rango alguno. Y, desde ahí, ser como Jesús: servidor de todos. Francisco, como misionero de la misericordia, también ha sido vehemente con este mensaje en Cuba: “Hoy los invito a que cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado”.