Asombra la mesura y cordialidad con que los dos partidos contendientes han asimilado el resultado electoral. Es una buena noticia. El clima armonioso ha contagiado a los diversos actores políticos y sociales, incluidos editorialistas y columnistas que en vísperas de la jornada eleccionaria aún destilaban veneno, en un vano intento por alterar a última hora la inclinación de los electores.
El factor subjetivo —el responsable, podría decirse— de este súbito cambio en la atmósfera política tiene nombre y apellido: Mauricio Funes. Su discurso de proclamación, que repitió casi textualmente esa noche ante la masa entusiasta, es una soberbia muestra de humildad en el triunfo. Extendió la mano a sus adversarios, se comprometió a respetarlos y a tomarlos en cuenta, y aseguró que los perdonaba por sus ofensas durante la campaña. La altura política y el realismo de su discurso han hecho elevar el nivel de los discursos de todos los demás participantes.
El factor objetivo es lo complicado del escenario: las graves dificultades a que se enfrenta el país y la adversa correlación de fuerzas que tendrá el próximo Gobierno en la Asamblea Legislativa. La situación se presenta asimismo muy compleja para la oposición y para la derecha empresarial. Por eso mismo, la madurez, generosidad y pragmatismo con que se expresan el Presidente electo y los voceros de su partido han provocado un alivio generalizado y un atisbo de esperanzas incluso para quienes votaron en su contra.
¿Qué tanto perdurará el idilio? ¿Hay posibilidad real de que los dos partidos mayoritarios mantengan su buena disposición a concertar y a anteponer los intereses prioritarios del país por encima de sus intereses partidarios? ¿O lo de ahora es sólo un espejismo, algo irreal, que pronto será sustituido por la acostumbrada confrontación y descalificación mutua?
Pienso que cualquiera de ambos escenarios puede finalmente imponerse. Los dos grandes partidos, a los que a menudo se responsabiliza de la polarización del país, tienen grandes cualidades. Poseen firmeza ideológica, solidez en sus principios, claridad de su propia identidad. Eso no es malo. Muy al contrario. Negativo es tener institutos políticos carentes de ideología, con identidades difusas, que quieren ser alternativa a la polarización. El pueblo ha castigado a los partidos del centro político, poco fiables e indefinidos, a una existencia precaria. Mientras tanto, los extremos del espectro se aproximaron hacia el centro y acercaron sus programas respectivos. Los dos polos tienen ahora mucho en común, al tiempo que son radicalmente diferentes y opuestos.
En un primer escenario aparece la posibilidad de que el FMLN y Arena lleven a buen puerto, respectivamente, el anunciado Gobierno "de unidad nacional" y la declarada intención de ser oposición "constructiva" y no bloqueadora. Muy pronto se comprobará. Un pacto legislativo entre las dos grandes formaciones políticas que evite el escándalo de nombrar como Presidente del primer órgano del Estado a alguien con las pésimas credenciales de Ciro Cruz Zepeda fuera una señal clara de que el entendimiento y armonía pueden perdurar. Imponer a quien muchos ven como un mercenario de la política, un tipo sin principios ni ética, puede hacerse a pura aritmética, pero tendría serios costos para la derecha. Los votantes no olvidarán y no perdonarán en su próxima cita con las urnas. El pueblo ya ha despertado. Y seguirá muy despierto en el 2012.
Limpiar la mesa, dejar en la irrelevancia a partidos como el PCN y PDC, siempre prestos a la intriga y a los pactos bajo la mesa, podría ser ventajoso tanto para la izquierda como para la derecha. Ya en el pasado el electorado los mandó al basurero de la historia, pero fueron rescatados de él por una decisión legalista a nombre de preservar el pluralismo, el cual esos partidos impidieron al retirarse de la contienda presidencial. La muerte política de dichos institutos podría preparar su futuro resurgimiento si sus bases así lo desean, o su incorporación si así lo prefieren a un bipartidismo similar al que funciona en Estados Unidos. En el escenario postelectoral, para Arena han dejado de ser un apoyo y se convierten en un lastre.
Este escenario de gobernabilidad y estabilidad sólo es factible si es acompañado por una actitud de respaldo del poder económico; no necesariamente de la oligarquía, pero sí de la clase empresarial en su conjunto. En realidad, buena parte de los empresarios han sido víctimas del modelo neoliberal y han sufrido los abusos de una pequeña argolla vinculada al poder político; tienen mucho que ganar con un gobierno del FMLN encabezado por Mauricio Funes. De momento, las gremiales afirman que le concederán el beneficio de la duda. Sin embargo, se resisten a creerle al Presidente electo. Insisten en pedirle señales claras, confianza y credibilidad. ¿Acaso los gremios empresariales han dado alguna vez señales claras de respetar el marco democrático? ¿Han hecho algo por ganarse la confianza de la población de que verdaderamente creen en la democracia? ¿Por qué habría de pensarse que gozan de credibilidad ante el pueblo?
Después de haberse pronunciado reiteradamente por el candidato perdedor, coaccionado a sus empleados y participado en la propaganda del miedo, hoy pretenden ser los jueces del próximo Presidente de la República. Es al revés. Los obligados a dar señales, confianza y credibilidad son ellos. La amenaza latente de "fuga de capitales" es ficticia en plena crisis mundial, con los bancos internacionales quebrados y en proceso de virtual estatización. ¿Es que piensan cerrar y trasladar sus empresas? ¿A dónde? No. Se van a quedar. No por patriotismo, sino porque en realidad no tienen donde irse. Por tanto, más les conviene empaparse de realismo, abandonar su tono de prepotencia y aceptar la negociación que les ofrece el nuevo Gobierno: un diálogo franco y abierto, en un genuino esfuerzo de unidad nacional donde todos ganemos.
Un segundo escenario fuera que la burguesía salvadoreña se decante en otra dirección: la que tomó su similar de Venezuela. Ésta trató por todos los medios de desestabilizar al Gobierno de Chávez, que había ganado en 1998 con gran margen. Campaña mediática, desabastecimiento, huelga empresarial, golpe de Estado. La gran responsable de la lucha de clases intensa que se vive en Venezuela, con graves riesgos para la democracia, es la burguesía de ese país. En lugar de aprender de la clase dominante brasileña, que aceptó el resultado de las urnas y aprendió a convivir y negociar con el presidente Lula, la venezolana se dejó llevar por sus fantasmas ideológicos y terminó exiliada o sometida. El patético promotor venezolano de Fuerza Solidaria es el espejo del futuro que aguarda a quienes quisieran seguir ese camino.
En cambio, el modelo de Brasil es mérito del presidente Lula, pero también de la inteligencia y del buen juicio de sus empresarios. No les habrá sido fácil reconocer como a su Presidente a un izquierdista, fundador del Partido de los Trabajadores, líder sindical, dirigente de históricas huelgas obreras. Sin embargo, lo hicieron. Y les ha ido muy bien. También a Brasil le ha ido muy bien, y al pueblo brasileño.
La disyuntiva entre el modelo Chávez o el modelo Lula no es una opción que le corresponda tomar al FMLN o a Mauricio Funes. Será consecuencia sobre todo de la actitud y las decisiones que tome la clase dominante salvadoreña. Si quiere jugar a la desestabilización y al desgaste, o incluso a la subversión, por muy suave que pretenda el nuevo Presidente llevar la transición, éste se verá obligado a usar las palancas del poder para defender su gobierno y apoyarse en el movimiento popular ante el acoso de la clase pudiente. Algún sector de Arena tal vez prefiera ese escenario, el de la confrontación y el desgaste, pero sería irracional y suicida para el poder económico acompañar tal aventura.
Los dos meses que faltan para que asuma el nuevo Gobierno son suficiente tiempo para que los distintos sectores de la sociedad puedan serenamente ir tomando sus opciones. Ojalá se imponga la cordura y el interés nacional. Que las expresiones ideologizadas y, en el fondo, antipatriotas puedan ser aisladas y resulten derrotadas. El país necesita —y este pueblo merece— tranquilidad para alcanzar grandes metas: "que el pobre progrese, el analfabeto se eduque y el trabajador se beneficie del éxito de su empresa". Son éstas palabras de Luis Mario Rodríguez, precandidato de Arena, en un artículo del miércoles pasado en El Diario de Hoy. Seguía su autor enumerando los grandes retos de la nación: "Erradicar la pobreza, generar empleo, progreso, equidad, pronta y cumplida justicia, seguridad pública, certidumbre política, ética, probidad, honestidad".
Estoy seguro que el FMLN suscribiría a pies juntillas estas palabras y que las mismas podrían perfectamente ser parte de un discurso del nuevo Presidente. No hay razón para no llegar a entendimientos. Superar tales retos será más probable si se emprenden de manera conjunta, concertada, en un esfuerzo de unidad nacional. Donde en un principio tal vez tocará que algunos pierdan, que muchos cedan, para más adelante recoger la ganancia de todos: heredar a nuestros hijos un El Salvador próspero y libre, en paz y democracia.