Los frutos de la profundización de la civilización del capital

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Armando Álvarez
24/09/2020

La civilización del capital y la civilización de la pobreza (o del trabajo) son conceptos utilizados por Ellacuría que, de acuerdo a Martin Maier, designan “un orden global de convivencia humana”. Jon Sobrino destaca dos aspectos esenciales que definen un tipo de civilización: el motor fundamental de la historia y el principio de humanización. En relación a la civilización del capital, su motor es, por supuesto, la acumulación del capital; mientras que su principio de humanización es la posesión o el tener.

Con la acumulación de capital como motor, el “orden global de convivencia humana” gira en torno a la generación de ganancia. La producción y comercialización de bienes, por ejemplo, no se realiza con el fin de satisfacer necesidades humanas, sino para generar ganancias privadas. En su último discurso, Ellacuría reconocía que la civilización del capital había ofrecido algunos avances a la humanidad en aspectos tecnológicos, éticos-políticos, etc. Sin embargo, también advertía que esta civilización estaba llevando a un incremento de las desigualdades y la opresión, al “desmejoramiento ecológico” y a la deshumanización por la obsesión del tener. En la actualidad, esta advertencia de Ellacuría parece una profecía.

Durante el mismo año del martirio de Elba, Celina y los jesuitas, El Salvador inició una transformación estructural de su modelo económico que, en concordancia con lo que sucedía a nivel global, se dirigía a una profundización de la civilización del capital. Con base en la teoría económica ortodoxa que predomina hasta la fecha (y que ofrece una visión idealista del capitalismo), se redujo el rol del Estado en la economía, se congelaron salarios nominales, se eliminaron impuestos que recaían sobre el capital, se redujeron aranceles y se firmaron tratados de libre comercio, entre otras medidas. Tanto en El Salvador como alrededor del mundo, lo anterior se tradujo en un incremento de competencia entre trabajadores y entre Estados por la atracción del capital.

Muchos ideólogos de la civilización del capital argumentan que durante este período se ha reducido la pobreza; sin embargo, para el caso particular de El Salvador, esta reducción tiene a su base las remesas que envían compatriotas desde Estados Unidos, expulsados de nuestro país en condiciones deshumanizantes; otros deben encontrar su sustento en el autoempleo, viviendo en la incertidumbre de lograr un ingreso para la cobertura de las necesidades más básicas. No se niega que la lógica de ganancia pueda reducir los niveles de pobreza, pero al no ser su fin el mejorar la calidad de vida de las personas, puede no suceder. Por otro lado, al convertir la posesión en el principio de humanización, se reduce a la persona a un simple consumidor y se deshumaniza a los que tienen muy poco.

Aunque este proceso de profundización de la civilización del capital fue global, en El Salvador fue encabezado por los Gobiernos de Arena y los grupos empresariales que este partido representaba. La esperanza que despertaron las administraciones del FMLN se esfumó rápidamente al no lograr transformaciones de fondo y al profundizar con ciertas medidas la civilización del capital. Desde mi punto de vista, no es en el vacío que surge el descontento con la democracia liberal que populariza el discurso de Bukele frente al FMLN y Arena: las personas materializan en estos partidos políticos el proceso deshumanizante de la civilización del capital. Es por ello que el Gobierno de Bukele, con tan poco que ofrecer, se mantiene tan popular: son los frutos de la profundización de la civilización del capital. La incapacidad y desinterés de su gestión en transformar la civilización del capital no tardará en manifestarse en la calidad de vida de las personas, aunque el presidente trate de ocultarlo con técnicas propagandísticas.

¿Qué nos queda? Ellacuría le decía a Jon Sobrino: “La formulación teórica de la solución la tengo clara. Hacerla realidad es muy difícil. Es la civilización de la pobreza”. El motor de la historia en la civilización de la pobreza es la satisfacción universal de las necesidades; y el principio de humanización, el incremento de la solidaridad compartida. En otras palabras, “nadie tiene derecho a lo superfluo cuando todos no tienen lo necesario”. ¿Es posible la construcción de una civilización cuyo fin sea la satisfacción de las necesidades? La respuesta no es trivial. Un buen punto de partida es reconocer el fracaso de nuestra forma de organización actual, entender las contradicciones de esta civilización y, a partir de ahí, enfocar nuestros esfuerzos de reflexión y organización, “no desde un moralismo idealista, sino desde un materialismo comprobante”.


* Armando Álvarez, docente del Departamento de Economía.

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