Los jueces y el dictador

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Oswaldo Feusier
24/05/2022

Roland Freisler, abogado, militar, político y presidente de la Corte del Pueblo de la Alemania nazi, podría ser descrito como un hombrecillo de mediana edad y enclenque apariencia. Una imagen que contrastaba con los atronadores gritos con los que llenaban la Corte, desde la cual dictaba sus furiosas condenas contra los enemigos y blancos de la dictadura nacionalsocialista.

Freisler estuvo lejos de ser el arquitecto de la locura y muerte desarrolladas por la maquinara nazi y su popular líder, Adolf Hitler, pero sin el leguleyo la peste autoritaria no se hubiese extendido y contaminado a tantas personas inocentes, muchas de ellas humilladas por el mismo Freisler, quien las insultaba durante las audiencias, privándolas del cinturón que ataba sus pantalones para hacer más completa la burla y degradación.

Al final, Freisler moriría aplastado por la locura que contribuyó a crear, bajo un alud de escombros causado por las bombas aliadas que llovían sobre Berlín el 3 de febrero de 1945. “Nadie lamentó su muerte”, fueron las palabras de un corresponsal extranjero. Y era natural: nadie suele recordar la carrera de un juez vendido a una dictadura, salvo quizás para sentir vergüenza.

Cuando el filósofo del derecho español Javier Hervada se pregunta por el fundamento axiológico del derecho, no puede evitar partir de la raíz etimológica de la palabra, que se remonta a ius, de origen romano, y que se traduce en la lengua española como “derecho”. Esta raíz fue vinculada por el famoso jurista romano Ulpiano, en el siglo III después de Cristo, con la voz iustitia o “justicia”. De ahí que, para Hervada, no se pueda hablar de derecho sin partir, razonar o buscar aunque sea un mínimo de justicia: “Dar a cada quien lo que en verdad le corresponde, según su ser, sus habilidades o capacidades”, o bien resolver un caso según el mérito de la causa, los arraigos, la prueba presentada o los argumentos disponibles, no según la directriz de un funcionario, por ejemplo

Kant, finalmente, cuando reflexiona sobre la cuestión en sus Principios metafísicos del derecho, asemeja al derecho sin justicia con la cabeza de madera en la fábula de Fedro: “Una cabeza que puede ser muy hermosa, pero no tiene seso”. Lo mismo sucede con un juez que ignora el derecho y sus más elementales valores de justicia para resolver únicamente lo que le favorece a su carrera o exige un dictador. Este tipo de juez abandona la naturaleza esencial de la judicatura, renuncia a la calidad de abogado, se convierte en menos que un estudiante de derecho, no alcanza la estatura de una persona mínimamente moral y es factor coadyuvante de un cáncer social. Así, la toga solo adorna a un hombre vacío de sentido profesional y ético.

 

* Oswaldo Feusier, docente del Departamento de Ciencias Jurídicas.

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