Mantener vivo el legado de verdad

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En el séptimo capítulo de su encíclica Fratelli tutti, el papa Francisco habla de la necesidad de cultivar una “memoria penitencial”, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones. El cultivo de esa memoria viene exigido, según la encíclica, al menos por cuatro razones. La primera, no se puede permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido; esa memoria es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno. La segunda, nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. La tercera, necesitamos mantener viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo acontecido que despierta y preserva el recuerdo de las víctimas. Y cuarta, hay que hacer memoria no solo de los horrores, sino también de quienes en medio de un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad, y con pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón y la fraternidad.

Al grupo de personas que permanecen vivas en la memoria por las huellas de bien que dejaron en la sociedad y en la historia pertenece monseñor Óscar Arnulfo Romero. Así fue reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cuando en el año 2010 proclamó el 24 de marzo Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. El fundamento primordial de la proclamación lo constituye el legado del santo Romero. En la proclama se hacen cuatro reconocimientos: se reconoce la importancia de promover la memoria de las víctimas de violaciones graves y sistemáticas a los derechos humanos; se reconoce la importancia de rendir tributo a quienes han dedicado su vida a la lucha por promover y proteger los derechos humanos de todos y a quienes la han perdido en ese empeño; se reconoce, en particular, la importante y valiosa labor de monseñor Óscar Romero, quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos en su país; y, finalmente, se reconocen los valores de monseñor Romero y su dedicación al servicio de la humanidad, en el contexto de conflictos armados, como humanista consagrado.

En consecuencia, desde 2010, cada 24 de marzo se conmemora una de las causas principales que explican la muerte martirial de monseñor Romero: su opción por la verdad. Una verdad concreta proclamada en un contexto histórico de encubrimiento, desinformación y mentira burda. Suyas son las siguientes expresiones: “Todo está comprado, está amañado y no se dice la verdad”, “La verdad está esclavizada bajo los intereses de la riqueza y el poder” y “Vivimos una hora de lucha entre la verdad y la mentira”. En el libro Conversaciones con Jon Sobrino encontramos una amplia explicación sobre el significado de monseñor Romero como buscador y proclamador de la verdad frente a las diferentes formas de ocultamiento.

Sobrino afirma que monseñor Romero dijo la verdad de forma nunca conocida en el país, ni antes ni después. En esta línea, describe un modo de proceder del obispo mártir con los siguientes rasgos:

Monseñor Romero dijo la verdad vigorosamente, pues se remitía a lo fundamental: “Nada hay tan importante como la vida humana. Sobre todo, la persona de los pobres y oprimidos”. Dijo la verdad extensamente, para poder decir “toda” la verdad. Y la dijo públicamente, “desde los tejados”, como pedía Jesús, en la catedral y a través de la radio YSAX. Dijo la verdad popularmente, aprendiendo muchas cosas del pueblo, de modo que, sin saberlo, los pobres eran en parte coautores de sus homilías y cartas pastorales. En momentos cumbre dijo la verdad solemnemente: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo […] les suplico, les ruego, les ordeno […] ¡cese la represión!”. Esto último recoge una actitud muy suya: escuchar, creer y defender la verdad de las víctimas. Y el soporte de ello era una visión y una práctica que unifica verdad, justicia y misericordia.

En monseñor Romero, pues, el servicio a la verdad implicó hablar de problemas estructurales muy concretos. Con espíritu profético, criticó clara y valientemente la prostitución de la justicia, el atropello a la dignidad humana, la impunidad de tantos horrorosos crímenes, el silencio cómplice ante muchas violaciones a la Constitución para fomentar intereses de partido, las maniobras con la que muchos empresarios eludían los derechos laborales, la sustracción o malversación de los fondos públicos, y la compraventa infame de la dignidad humana.

Dice Jon Sobrino que decir la verdad es hacer el bien. Y que la realidad puede llegar a ser tan oscurantista que “decir la verdad puede ser hacer el mayor, o al menos, el más necesario de los bienes”. Por eso, al hacer memoria del bien cultivado por monseñor Romero podemos afirmar que uno de sus legados principales fue el servicio a la verdad. Con la verdad defendió a pobres y víctimas, y enfrentó a los que agredían, empobrecían, oprimían y reprimían. Monseñor Romero fue testigo (mártir) de la verdad. Se dedicó a poner verdad en la realidad y fue pionero de lo que ahora se llama “memoria histórica”, recordando la bondad, la entrega y esperanza de muchos mártires asesinados por su lucha en favor de la justicia.

Hay que mantener vivo este legado de verdad, porque esta es condición necesaria para refundar nuestra sociedad y para humanizar nuestro mundo. Es difícil construir algo verdaderamente humano sobre la mentira o la falsedad. Siguen siendo actuales aquellas palabras de Jesús de Nazaret que son un reto y una promesa para toda persona y sociedad: “La verdad los hará libres”.


* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología (Universidad de Santa Clara) y de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco; docente jubilado de la UCA; y exdirector de Radio YSUCA.

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