Es extraño que haya alcaldes que no quieran concejos plurales. Y más extraño todavía es que haya partidos que se dicen democráticos, pero tampoco los quieran. Los concejos plurales son una vieja deuda con la democracia. Nuestro sistema, que podía dar todo el poder de una municipalidad a un grupo monocolor con solamente el 15% de los votos válidos (algo que ya ha pasado), no era democrático. Se parecía a esa especie de plebiscito que hacen los dictadores para dar el poder absoluto a una persona. Y con el agravante de que el poder absoluto, en el caso municipal, se puede adquirir con una mínima proporción de votos. Ahora se ha avanzado un poco, pero no lo suficiente. Quien gane la mayoría simple termina teniendo la mitad más uno de los miembros del cabildo, contando entre ellos al alcalde y al síndico. Todavía hay miedo al pluralismo (aunque no tanto como antes) y no se admite la proporcionalidad entre los votos obtenidos y el número de regidores o concejales. El tercer o cuarto partido en número de votos está en riesgo de quedar excluido con este nuevo sistema, que recarga todavía un exceso de representación en el que gane una mayoría simple.
La razón que se acostumbra dar para oponerse a esta medida es la gobernabilidad. Es más fácil, dicen, gobernar con un solo partido en el poder. Pero ese argumento es simplemente falso. Quienes así piensan confunden la gobernabilidad con la dictadura. Y su verdadera razón para hablar así es el miedo a la democracia y el regusto por el autoritarismo. De hecho, es más fácil llegar a acuerdos a nivel local que a nivel nacional. Y a pesar de ello, la Asamblea Legislativa tiene una representación proporcional a los votos, y no este limitado sistema de representación municipal. La gente sigue más de cerca la acción municipal. Y cuando ve un concejo que no funciona, barre con él. Los políticos tendrían que ceder y dialogar, llegar a acuerdos de bien común para no ser barridos por una ciudadanía indignada por la inoperancia. Asegurar que nuestra gente no está preparada para los concejos plurales es afirmar que no estamos preparados para la democracia. Quienes esto dicen se declaran a sí mismos antidemócratas y partidarios de la dictadura, aunque sea a nivel local. Dejar el derecho a la democracia solo en la Asamblea es creer que los diputados son mejores que los alcaldes y concejales, y por tanto, parte de una élite muy especial. Y esa creencia, lo sabemos todos, es falsa.
Aunque el paso dado hacia los concejos plurales es deficiente y no muy democrático, es un pequeño avance. Aunque la minoría simple logre siempre y en todos los casos mayoría absoluta en un cuerpo colegiado, al menos se logrará que la oposición tenga algún grado de presencia y supervisión de las actividades municipales. Esto contribuirá, sin duda, a un mejor debate y reflexión, y a frenar la corrupción donde la haya. Se trata de un pequeño paso hacia una mayor democracia, y en ese sentido de un avance. Pero no un punto en el que debamos permanecer. Los avances son necesarios en una democracia y la representación en el concejo debe ser lo más amplia y plural posible. A ser demócratas se aprende practicando la democracia, no manteniendo esquemas autoritarios y monocolores. El paso que ahora se está dando, aunque asegura una participación plural, mantiene una mayoría entre los concejales no necesariamente ganada en las urnas. Es un pequeño avance que solo será positivo si nos quita el miedo a tener concejos municipales realmente proporcionales.
Oponerse a los concejos plurales solo puede deberse a una o más de las siguientes razones: quienes se oponen son claramente antidemocráticos, o son personas corruptas que se benefician de la autocracia, o es gente que tiene una concepción muy pobre de la capacidad de diálogo del pueblo salvadoreño. En este caso, preferimos pensar que es la última la que mueve a algunos alcaldes a pedir que se conserve un trienio más el sistema antidemocrático de dar la totalidad del concejo municipal al que obtenga la mayoría simple en la elección. Pero quienes así piensan se equivocan. Nuestra gente es mucho más dialogante de lo que creen algunos políticos. Y ciertamente es capaz de trabajar en equipo, aunque haya diversidad de ideologías y pensamientos. Pensar que los salvadoreños somos enemigos del diálogo y la concertación no es más que un error o un intento de manipular la opinión en favor de intereses oscuros. Lo que podemos decir de quienes se oponen a los concejos plurales es que, además de no ser demócratas, piensan erróneamente que todos son como ellos.