El presidente guarda silencios sonoros sobre los temas que ponen en riesgo su popularidad y destaca aquellos que la alimentan, para así presentarse como el mejor gobernante de todos los tiempos. El clamor de las madres y de las esposas a las puertas de las cárceles, donde ha encerrado a sus hijos y parejas, desafía esa astuta estrategia. Si por acaso, algún día, Bukele se vuelve a presentar ante ellas para pedirles su confianza, qué les dirá. Quizás se atreva a decirles que sus hijos o sus parejas son criminales. Eso ya lo saben muchas de ellas. Lo que suplican es información sobre su estado de salud, su estatuto judicial, visitarlos y proveerlos de los bienes indispensables que el carcelero mayor les niega. Quizás les diga que no los educaron bien. Ellas le responderán que les negaron esa oportunidad. La necesidad las obligó a trabajar fuera del hogar todo el día y sus hijos quedaron abandonados, sin quién viera por ellos. La escuela no les ofreció mayor cosa, la comunidad tampoco y las iglesias estaban ausentes.
Y a las madres que saben que sus hijos no son pandilleros, qué les dirá. Esas mujeres no quieren disculpas hipócritas, sino la liberación inmediata de sus hijos y sus parejas, o al menos, tener noticias de ellos. Qué podría decir a las madres abandonadas con hijos que mantener y deudas que pagar. Qué les dirá a los menores que han quedado abandonados a su suerte, porque a sus progenitores se los llevó la redada. ¿Que su esposa se ocupará de ellos cuando “nacer con cariño” logre incluirlos? Muchos detenidos son pandilleros y criminales, y sus familiares no lo niegan. Pero otros muchos no lo son. Y bastantes andan sueltos, porque no son objetivo de la vendetta presidencial.
Si alguna vez Bukele se atreve a visitar sus colonias, cómo les explicará la represión a aquellas que colaboraron en sus campañas electorales, en la distribución de los paquetes de alimentos durante la pandemia y en la promoción de las candidaturas de sus diputados y alcaldes. ¿Que olviden lo ocurrido para comenzar de nuevo? Sus diputados, que dicen acercarse a la población para contarle cómo su labor legislativa coloca al país en el rumbo correcto, no tienen valor para sentarse y escuchar el drama de estas mujeres, a quienes sin vergüenza llaman “madres luchadoras e incansables” y “mujeres bellas que dedican tiempo y amor a sus hijos”. Se desdicen en elogios a la madre irreal, mientras desprecian y maltratan a las madres reales. A una alcaldesa del partido oficial la dejaron con la palabra en la boca cuando comenzó a relatar las necesidades de la juventud de su municipio para solicitarles ayuda. El jefe de estos diputados dice sentirse muy seguro en el Soyapango actual, pero omite que se desplaza rodeado de guardaespaldas.
Bukele ignora el clamor de las mujeres en vela permanente delante de sus cárceles. Se sirvió de ellas para llegar al poder y ahora las utiliza de nuevo para consolidar su popularidad sin importarle sus congojas. Atribuir la seguridad y el orden actual en las comunidades al terrorismo de Estado es un engaño. Más que orden, Bukele ha instaurado un desorden institucionalizado, cuya sensación de seguridad descansa en la injusticia y la violencia. Los entusiastas no debieran olvidar que los pandilleros capturados han campado por sus respetos durante tres años, amparados en la tregua. Y que muchos otros no son perseguidos.
Las madres y las esposas le dicen clara y valientemente a Bukele que no abandonarán a sus hijos y sus parejas, sean o no criminales. Las primeras noticias sobre las torturas, el hambre, la sed y las enfermedades a las que están sometidos han aumentado la angustia de estas mujeres. Los más de veinte homicidios ocurridos dentro de los muros de las prisiones estatales las mantienen atemorizadas. Pero ni la zozobra, ni el miedo las han doblegado. Al contrario, han fortalecido su decisión de mantener la guardia, a pesar de pernoctar en la intemperie, de estrujar sus maltrechas economías y del trato grosero y cruel de los guardianes. Bukele intentó dispersarlas. Les envió sus fuerzas represivas y una tanqueta para amedrentarlas. Sus verdugos desmantelaron sus campamentos improvisados y las alejaron aún más de los portones de las prisiones. Todo en vano. Esas mujeres no han cedido y se mantienen en pie de lucha contra el régimen militar. No pueden retornar a sus hogares sin saber de sus hijos y sus parejas.
Las mujeres en vigilia delante de las cárceles son una protesta clamorosa contra la dictadura de los Bukele y un llamado desesperado a la sensatez y la humanidad. La injusticia y la violencia las han convocado desde los rincones más diversos del país, las han unido y las han hermanado para plantar cara a la opresión del autoritarismo.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.