Ni de uno ni de otro

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Benjamín Cuéllar
19/07/2012

El miércoles 18 de julio recordé a un par de seres que desde hace mucho sellaron mi existencia. Ambos nacieron en esa fecha. Uno cumplió noventa y cuatro años de vida; el otro estaría arribando a los noventa y uno, pero falleció hace once. El primero nunca ha estado frente a mí; el segundo estuvo hasta el final de su camino y, pese a su ausencia física, sigue a mi lado. No son las únicas personas que me han marcado a lo largo del medio siglo y más que, bien o mal, llevo en tránsito por este mundo; pero sí son dos de las más decisivas: Nelson Mandela, ejemplo viviente de dignidad irreductible, y Roberto Emilio Cuéllar Milla, mi padre.

¿Por qué los traigo a cuenta hoy y por qué escribo en primera persona? Pues para que me sirvan de referentes en un escenario salvadoreño como el actual, donde, a veinte años del adiós a las armas, el país está inmerso en uno de los trances más riesgosos de su prolongada posguerra y porque en esta especial coyuntura —cuyo desenlace es clave en el corto y mediano plazo— cualquiera descalifica a quien quiera de manera irresponsable y prácticamente impune. El argumento esencial esgrimido para ello se basa en el mismo fundamentalismo de George W. Bush luego de los terribles sucesos del 11 de septiembre de 2001. "O estás conmigo", dijo —palabras más, palabras menos— "o estás contra mí".

Tan pedestre, politiquera y necia formulación se cae sola cuando —por citar algo— hace casi catorce años, exactamente en septiembre de 1998, las máximas autoridades de la seguridad pública acusaron al IDHUCA de orquestar un supuesto plan mediante el cual buscaba "denigrar" a la Policía Nacional Civil. Nuestro pecado: denunciar la participación de miembros de la corporación en los asesinatos de la locutora radiofónica Lorena Saravia, del joven Adriano Vilanova y del empresario Ramón Mauricio García-Prieto Giralt. El tiempo y, sobre todo, la valiente y digna tenacidad de las familias de las dos últimas víctimas nos dieron la razón para desmentir a los funcionarios empeñados en hacer creer que esa legítima lucha era fruto de un "complot" universitario para "favorecer" a un partido político.

Y más cercana en el tiempo, durante los primeros días de agosto de 2011, una noticia estremeció al país. A petición de Eloy Velasco, juez sexto de la Audiencia Nacional de España, Interpol envió a Cancillería las alertas rojas para capturar a nueve militares acusados de participar en la masacre ejecutada en la UCA el 16 de noviembre de 1989. A eso se llegó por una denuncia presentada en el país ibérico, donde es reconocida la competencia de la justicia universal; dos organizaciones, una española y otra estadounidense, presentaron la denuncia a finales de 2008, tras los procesos fraudulentos que el sistema salvadoreño montó ante la batalla librada en solitario por la Universidad, a través del IDHUCA, durante casi dos décadas.

¿Qué dijo entonces la dirigencia de Arena? Que era una "especie de campaña preelectoral y una cortina de humo que se está dando ante los verdaderos problemas al que el país está sometido". ¿Y qué dijo la Comisión Política del FMLN en su reducidísimo comunicado al respecto? Que por ser "un tema de interés nacional", debía "prevalecer la prudencia y la responsabilidad política"; y añadió que, "por respeto a las víctimas", el partido creía que era "inconveniente" que fuera "asumido con propósitos grupales, partidarios o electorales". También se pronunció el ahora principal aliado de lo que un día fue expresión de rebeldía contra la injusticia. GANA dio entonces su "total respaldo" a los imputados y demandó —a través de Guillermo Gallegos— "sensatez a la Corte Suprema de Justicia al momento de evaluar la situación", así como que no se procediera contra los militares "por la estabilidad del país".

Ejemplos sobran para demostrar que unos y otros han dicho de todo sobre nuestra labor, dependiendo de sus particulares intereses partidistas. Para unos, hemos sido utilizados por la izquierda; para otros, vendimos la sangre de los mártires de la UCA a la "derecha escuadronera". Lo han afirmado tanto quienes antes decían luchar por el socialismo como quienes defendían con todo el capitalismo, pero que ahora se encuentran confundidos en el cinismo que reina en la política del siglo XXI.

En ese marco, cuánta vigencia adquiere el tango Cambalache. "Hoy resulta que es lo mismo" —cantó el gran Discepolín— "ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador... ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazados ni escalafón, los ignorantes nos han igualado. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón".

En tiempos de desconcierto y desencanto, entre asesinos de la esperanza y falsos redentores, rodeados de soberbia y altanera prepotencia, en medio de tantos convertidos a la democracia por obra y gracia de quién sabe quién, existe —por encima de eso— la búsqueda sincera de referentes donde debe ser: entre las justas aspiraciones históricas de nuestro pueblo y de otros pueblos. Ahí es donde ubico a esos dos seres humanos nacidos un 18 de julio.

Mandela, recién salido de prisión tras veintisiete años de injusto encierro, se negó a vivir con lujos y prefirió —como narra en su autobiografía— permanecer en "una casa que por su tamaño y precio parecía poco apropiada para un líder". Por eso, sostiene, "rechacé la recomendación durante todo el tiempo que me fue posible. No solo quería vivir entre mi pueblo, quería vivir como él". A mi padre, el admirado y querido doctor René Fortín Magaña —al hacer el recuento de quienes le marcaron la existencia durante su juventud— lo recordó así: "Por su parte, los doctores Napoleón Rodríguez Ruiz y Roberto Emilio Cuéllar Milla, rector y secretario de la Universidad de El Salvador en 1960, se enfrentaron heroicamente a las tropas gubernamentales". De mi padre guardo, entre lo más preciado, un libro. No hay amor más grande que el que da la vida por los demás.

¿Renunciar a eso y al legado de otras tantas vidas ejemplares, famosas o anónimas, pero igualmente dignas, para tomar partido por una de esas dos bandas politiqueras de hoy? ¡Nunca! Por eso retomo las palabras del padre José María Tojeira, en respuesta a quienes en septiembre de 1998 acusaban sin fundamento al IDHUCA. El entonces Rector de nuestra universidad sostuvo que la labor del Instituto es extensa, amplia y muy necesaria en el país. "Extensa en educación en derechos humanos, en formación de personas en derechos humanos; y muy amplia porque hemos dado cursos incluso a la PNC sobre el tema de los derechos humanos. El otro aspecto más concreto y educativo es el de la defensa, apoyo y asesoría a personas que han sido víctimas en sus derechos fundamentales. En este terreno, la labor del IDHUCA no se centra en la simple denuncia, sino que trata fundamentalmente de conseguir, a través del acompañamiento de las víctimas, que las instituciones del país funcionen realmente".

"Lo que queremos" —añadió Chema— "no es armar escándalo, ni desestabilizar, ni crear problemas a la gobernabilidad del país, sino que creemos firmemente que este solo será estable y gobernable cuando las instituciones funcionen. Y tenemos pruebas más que abundantes de que hay fallos institucionales. Nuestro trabajo consiste más bien en apoyar la institucionalidad, la legalidad del país, de que funcionen realmente las instituciones y que sean estas las que garanticen los derechos de las personas. No nos creemos garantes de los derechos de las personas, pero sí nos creemos parte de la ciudadanía responsable".

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