La elección del 28 de febrero es un parteaguas histórico. Pone fin al bipartidismo de posguerra y a la posguerra misma. La llamada “operación remate” por el presidente Bukele ha sido cumplida de tal manera que el regodeo por la debacle de Arena y del FMLN parece complacerle más que el triunfo aplastante de su partido. De hecho, les debe mucho, ya que aupado en ellos ha conseguido la legislatura y, con ella, el acceso a las instituciones controladoras más importantes del Estado, además de la mayoría de municipalidades. “Nuestra gente ha esperado 40 años para esto”, tuiteó satisfecho. Al fin, después de tanta espera, “el liberador” habría llegado, aunque el “para esto” no está claro aún. A partir de mayo, Bukele ya no podrá alegar falta de poder para concretarlo, cualquier cosa que “esto” signifique. Entonces, será el momento de desvelar cómo elevará el nivel de vida de la gente; sobre todo, de las masas que se decantaron por sus elegidos para diputados y alcaldes.
La expectativa de cambio suscitada por Casa Presidencial es tan grande y tan deseada que la mayoría de los electores votó la “N”, a pesar de los repetidos señalamientos de corrupción, de nepotismo, de violaciones de los derechos ciudadanos y humanos, de resistir la contraloría y de la clara tendencia autoritaria. La determinación de prescindir de Arena y del FMLN muestra el alcance del desengaño. Así como antes confiaron en estos partidos, ahora confían en el partido presidencial. La inaudita cantidad de poder que le han entregado para satisfacer sus aspiraciones refleja la enormidad de sus expectativas. La hora del partido de la “N” ha llegado.
La ruina de los partidos tradicionales no es cuestión de comunicación o de adaptación a las nuevas tecnologías de la comunicación. El fracaso tiene historia larga y raíces profundas. Hablar ahora de modernización, de reorganización o de refundación está casi fuera de lugar. Desaprovecharon la oportunidad histórica que tuvieron. Debieron haber escuchado a la gente desde hace mucho tiempo. Ensoberbecidos por sus identidades guerreristas y verticalistas, y por sus ideologías (anticomunistas y neoliberales, unos, y revolucionarias y socialistas, otros), se encaramaron en los cargo públicos, cuyo privilegios los insensibilizaron.
Prefirieron la pureza ideológica de la secta al bienestar de la gente que decían defender. Las divisiones internas, las luchas de poder y la ambición de su liderazgo corroyeron al FMLN y le impidieron defender los intereses populares. Arena tampoco escuchó, concentrada en servir al gran capital, el cual, a su vez, empleó a toda clase de políticos, que vivieron del Estado. El poder y el dinero, disfrazados de ideología, los han sacrificado en aras de un nuevo idólatra.
El presidente Bukele tampoco escucha. Ni siquiera está interesado en la opinión de sus funcionarios, por técnicas que puedan ser. Por eso ha elegido unos candidatos a diputados y alcaldes obedientes a sus deseos. La gobernabilidad que promete Casa Presidencial no es más que sometimiento a la voluntad de su inquilino. De ahí que se pueda pensar, absurdamente, en la posibilidad de suspender la legislatura, lo cual ahorraría muchos millones de dólares que estarían mejor empleados en educación y salud. Eso no ocurrirá, no tanto por ser contrario a la democracia, sino porque sería desaprovechar una oportunidad única para recompensar a los colaboradores leales con puestos bien pagados y con buenas prestaciones, y para ayudar a familiares sin empleo.
El abrumador triunfo del partido oficial ha despejado el camino hacia “nuevos horizontes”, donde “el desarrollo llegue a todos”. Pero nadie sabe cómo recorrerlo. Muy probablemente, tampoco Casa Presidencial. Tal vez piensa que ni siquiera necesita saberlo, porque la guía “el liberador” esperado durante cuatro décadas. Elevar el salario de los empleados públicos, contratar de forma permanente, entregar bonificaciones y viviendas, repartir alimentos y dinero ha creado la impresión de que este presidente sí resuelve. Pero esos beneficios, aunque reales, no son sostenibles a mediano plazo. La acumulación creciente de la deuda, la profundización de la recesión económica y el hundimiento de la recaudación fiscal no lo permiten. Quienes votaron por la “N” aguardan soluciones duraderas y viables.
Siempre es posible encontrar chivos expiatorios que carguen con los errores y los fracasos propios. Arena y el FMLN eran objetivos explotables y muy rentables. Pero esa veta ya se ha agotado. No será fácil dar con otra sobre la cual descargar las responsabilidades propias y hacia la cual dirigir la ira popular. El presidente Bukele y su partido se enfrentan ahora a sus propias promesas y compromisos. La campaña electoral de sus candidatos ha ofrecido desmedidamente, pese a que los recursos son limitados. La “operación remate” es una oportunidad para satisfacer las demandas populares, pero también es una trampa si escabulle lo prometido con sortilegios publicitarios. ¿Quién cargará con el peso del inevitable ajuste fiscal? ¿Los mismos de siempre, los que marcaron la “N” o el 1% por ciento que concentra la riqueza nacional?
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.