Se han publicado los datos de la tercera edición del Informe Mundial sobre la Felicidad que elabora la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SDSN, por sus siglas en inglés) de la ONU. El Informe está inspirado en el concepto de “felicidad interna bruta” (FIB), acuñado por un pequeño país, Bután, que propone medir la riqueza de las naciones por el bienestar real de los ciudadanos, por la alegría de vivir, por la seguridad social, y no solo por el dinero, como se hace al medir el producto interno bruto (PIB). La felicidad interna bruta se sostiene sobre cuatro pilares que deben orientar cada política pública: un desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo; la preservación y promoción de la cultura; la conservación del medioambiente; y el buen gobierno. Siguiendo esos criterios, el documento de la ONU destaca seis variables que explican la diferencia en las puntuaciones entre los países: el Producto Interno Bruto de cada país; la esperanza y la calidad de vida de sus ciudadanos; las relaciones sociales (tener alguien con quien contar); la libertad percibida para tomar decisiones en la vida; la ausencia de corrupción; y la generosidad como valor fundamental de la convivencia humana.
¿Qué países han alcanzado mejores resultados en la consecución de estas variables? Según el estudio, de un total de 158 países, cinco destacan como los más felices del mundo en 2014: Suiza, Islandia, Dinamarca, Noruega y Canadá. Y entre los menos felices se encuentran Afganistán, Ruanda, Benín, Siria, Burundi y Togo. Algunos países centroamericanos ocupan lugares honrosos en el ranking mundial de felicidad: Costa Rica se ubica en la posición 12 y Panamá en la 25. Más distantes están El Salvador en la posición 42; Guatemala en la 43; Nicaragua en la 57; y Honduras en la 105. Ahora bien, el documento no solo presenta el ranking; también deja establecidos unos retos y compromisos que han de asumir los Estados si efectivamente quieren implementar un modelo más inclusivo y sostenible de desarrollo global. En este sentido, se plantea que el concepto de felicidad resulta de gran ayuda para guiar el progreso hacia el desarrollo sostenible, esto es, para equilibrar los objetivos económicos, sociales y ambientales.
Este año se espera la adopción por parte de los Estados de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), diseñados para erradicar la pobreza en todas sus formas; conseguir la seguridad alimentaria y una mejor nutrición; garantizar una vida saludable; garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa; alcanzar la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas; garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua; proteger, restaurar y promover la utilización sostenible de los ecosistemas terrestres; gestionar de manera sostenible los bosques; combatir la desertificación; detener y revertir la degradación de la tierra; frenar la pérdida de diversidad biológica; promover sociedades pacíficas; facilitar acceso a la justicia para todos; y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles.
La Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible, en sus recomendaciones, ha planteado la necesidad de incluir metas sobre bienestar subjetivo y afecto positivo para ayudar a guiar y medir el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El supuesto de su propuesta es que el bienestar depende en gran medida del comportamiento pro social que tengan los miembros de una determinada sociedad. Según la Red, los países con capital social de calidad parecen ser más capaces de mantener o incluso mejorar el bienestar subjetivo al enfrentar desastres naturales o crisis económicas, en la medida que estos les ofrecen la oportunidad de descubrir, usar y aprovechar sus vínculos comunales. El capital social aumenta directamente e indirectamente mediante la promoción de sistemas de apoyo social, la generosidad y el voluntariado, y la honestidad en la administración pública.
De ahí que la cuestión apremiante de la política, según los autores del documento, sea invertir en el capital social, dándole centralidad a la educación, la instrucción moral, los códigos de conducta profesional, la sanción pública hacia los que cometen delitos de corrupción; y prioridad a las gestiones del Estado orientadas a reducir las desigualdades sociales. Si el objetivo de la política es aumentar la felicidad de la sociedad, los encargados de formular políticas públicas deben evaluar sus opciones de una manera muy diferente. Los beneficios de una nueva política deben ser medidos ahora en términos del impacto en la felicidad de la población. Lo cual supone garantizar factores tan cotidianos como la sensación de seguridad, el descanso placentero, el sentirse motivado y mantener el buen humor, entre otros, que pueden neutralizar o disminuir las sensaciones de ira, preocupación, tristeza, depresión, estrés y dolor. El reto en este plano es asegurar que las políticas se diseñen y ejecuten de forma que enriquezcan el tejido social, y enseñen el placer y el poder de la empatía a las generaciones actuales y futuras.
Con respecto a las nuevas generaciones, el informe pone especial atención en el futuro del mundo, que se concreta en ese tercio de la población mundial que ahora tienen menos de 18 años de edad. Se afirma que es de vital importancia determinar cuáles factores del desarrollo de los jóvenes son los más importantes para proyectar si un niño será un adulto feliz. Y se concluye aseverando que dar prioridad al bienestar de los niños es una de las formas obvias y más rentables para invertir en la felicidad futura del mundo.
Leyendo este documento viene a la memoria la exhortación de Jesús a ser felices, formulada en las conocidas bienaventuranzas y malaventuranzas. El teólogo Pagola lo parafrasea en los siguientes términos: “Felices lo que saben ser pobres y comparten lo poco que tienen con sus hermanos. Malditos los que solo se preocupan de sus riquezas y sus intereses. Felices los que conocen el hambre y la necesidad porque no quieren explotar, oprimir y pisotear a los demás. Malditos los que son capaces de vivir tranquilos y satisfechos sin preocuparse de los necesitados. Felices los que lloran las injusticias, las muertes, las torturas, los abusos y el sufrimiento de los débiles. Malditos los que se ríen del dolor de los demás mientras disfrutan de su bienestar”.
La felicidad, pues, hay que construirla frente a lo que la impide. No podemos ni debemos buscarla en una sociedad centrada en el desarrollo material excluyente, sino en una nueva civilización: la civilización de la austeridad compartida, acorde con un ideal de convivencia más justo y humanizador.