El viernes 16 de octubre se constituyó, con el impulso de la embajada de Chile, el Grupo Salvadoreño de Amistad con la Paz en Colombia. La paz camina en ese país hermano y tiene ya un rumbo irreversible. Con dificultades todavía, con la oposición de algunas fuerzas partidarias de soluciones violentas, pero con el apoyo de la mayoría. Apoyar el proceso, para que la paz sea en Colombia de la mayor calidad posible, nos beneficia a todos. Y es ahora, precisamente, cuando se juegan los elementos más complejos. La firma de la paz, que esperamos próxima, será una fecha de mucha visibilidad y festejo. Pero la implementación de acuerdos tendrá dificultades, porque es precisamente en el desarrollo de ellos donde se podrán dar choques, diferencias e incluso confrontaciones. Nuestra experiencia nos dice que eso es así. Las reacciones e incumplimientos frente a la Comisión de la Verdad son ejemplos, entre otros, de las dificultades habidas. Frente a otras discusiones que iban quedando pendientes, los asesinatos y homicidios, pocos gracias a Dios, fueron frenados con energía. Todavía podemos recordar la misa de cuerpo presente de Darol Francisco Véliz, a la que asistieron no solo miembros del cuerpo diplomático, sino diputados de todos los partidos políticos, con la misma y unánime expresión y voluntad de condena.
Como en nuestro proceso de paz, Colombia ha contado con el apoyo de países amigos. Noruega y Cuba aparecen como garantes del proceso, mientras que Venezuela y Chile lo acompañan. Chile, con una política internacional inteligente, está promoviendo que este proceso tenga un amplio respaldo latinoamericano. Con la experiencia de solidaridad latinoamericana hacia un Chile golpeado por la dictadura de Pinochet, este país ha desarrollado en su brillante proceso democrático un fuerte sentido latinoamericano y solidario con el desarrollo en paz y justicia de la región. Y en Colombia está presente el que queremos todos, al igual que Chile, que sea el último de nuestros conflictos y guerras civiles. Los latinoamericanos queremos vivir en paz e ir conquistando cambios y desarrollos sociales a través de procesos pacíficos y dialogados. Injusticias sobran y todavía es un escándalo que nuestra región sea la que tiene mayores desigualdades económico-sociales y la que sufre mayores índices de violencia en el mundo. Pero no son las guerras civiles el mejor camino para conquistar la paz, sino el cultivo de una mayor cohesión social a través del fortalecimiento de las instituciones, el diálogo y la promoción de la justicia social.
A los salvadoreños nos interesa además de un modo especial la paz en Colombia. Es un país con una fuerte influencia cultural, pero también política y últimamente económica en nuestras tierras. La lectura de Gabriel García Márquez ha sido probablemente la más cultivada en nuestros bachilleratos. Poetas como Álvaro Mutis han ayudado a pensar a muchos de nuestros artistas. Belisario Betancur fue el presidente de nuestra Comisión de la Verdad, cuyo informe en beneficio y en pro de la paz no hemos sabido aprovechar adecuadamente. A nivel universitario, se han establecido relaciones promisorias con excelentes universidades colombianas. Como fruto del desarrollo y crecimiento de Colombia, una importante corriente de inversión económica se ha desplazado hacia nuestras tierras, especialmente en el sector bancario y de la aviación civil. A los salvadoreños nos conviene, incluso desde un punto de vista egoísta, la paz en Colombia. La relación cultural es más fluida con un país en paz. Y las relaciones económicas gozan de una mayor seguridad jurídica cuando el país inversor está en paz. La guerra o la violencia nunca han sido realidades que sirvan a relaciones internacionales sólidas e integradas.
Del proceso de paz de Colombia podemos también aprender. Es evidente que el nuestro despertó en el país hermano un interés profundo, especialmente entre aquellos colombianos que trabajaban por la paz y querían impulsarla en su tierra. Y aunque sin duda ellos aprendieron de nosotros, también han impulsado acciones ejemplares para procesos de paz tras guerras civiles. Los avances más importantes son, a mi juicio, tener planes desarrollados de reparación de las víctimas y de búsqueda de desaparecidos, y un proyecto bastante bien diseñado de justicia transicional. Elementos que fallaron en nuestro propio proceso y que implican, en el caso de Colombia, un avance en el campo de los derechos humanos. El hecho de dejar pendientes de juicio los delitos de lesa humanidad, entre otros, da también mayor seguridad de ese “nunca más” que han siempre ansiado y deseado todos los que con mayor o menor protagonismo han participado en movimientos de paz.
Colombia es un gran país. Si Centroamérica es lugar de paso y de vínculo entre naciones, El Salvador debe impulsar, desde su política exterior, un diseño de país-puente entre potencias indudables, como México y Colombia, o Sudamérica y Estados Unidos. No un puente que se pisotea o se utiliza para el trasiego de drogas, sino un vínculo de relaciones positivas, justas y enriquecedoras para toda la región centroamericana y, por supuesto, para estos países hermanos que son a su vez limítrofes. Apoyar hoy la paz en Colombia es sembrar semillas de relaciones justas y positivas con uno de los polos que puede ayudarnos a insertarnos de mejor manera en América Latina y favorecer, al mismo tiempo, esa dimensión que debe caracterizarnos, como puente, lugar de encuentro, de amistad y de construcción de un futuro común con mayor desarrollo y justicia social.