ONU Mujeres presentó una agenda de políticas para transformar las economías y lograr que la igualdad de género sea una realidad. El informe, titulado “El progreso de las mujeres en el mundo 2015-2016: transformar las economías para realizar los derechos”, pone de relieve cómo las economías han fallado en garantizar a las mujeres su empoderamiento y el pleno ejercicio de sus derechos económicos y sociales, tanto en los países ricos como en los pobres. El documento comienza por reconocer que hay un conjunto de hechos en la sociedad global, que han intensificado la vulnerabilidad y agudizado las desigualdades. En ese sentido, menciona el auge de los extremismos, la escalada de conflictos violentos, las crisis económicas recurrentes y cada vez más profundas, la volatilidad de los precios de los alimentos y de la energía, la inseguridad alimentaria, los desastres naturales y los efectos del cambio climático. Señala también que la globalización financiera, la liberalización del comercio, la constante privatización de servicios públicos y el papel creciente de los intereses empresariales en los procesos de desarrollo han modificado las relaciones de poder, socavando el disfrute de los derechos humanos y la creación de medios de vida sostenibles. El mundo es hoy más rico que nunca, constata ONU Mujeres, pero también más desigual. El 1% más rico de la población mundial posee actualmente el 40% de los activos, mientras que la mitad inferior de la población solo posee el 1%.
Y en lo que respecta a la desigualdad de género, se apunta que tres de cada cuatro hombres en edad de trabajar forman parte de la población activa, frente al 50% en el caso de las mujeres. Ellas, además, siguen recibiendo en todo el mundo un salario diferente por un trabajo de igual valor y tienen menores probabilidades que los hombres de cobrar una pensión, lo que resulta en grandes desigualdades en términos de ingreso a lo largo de su vida. Mundialmente, los salarios de las mujeres son 24% inferiores a los de los hombres, e incluso en países como Alemania —donde las políticas son cada vez más favorables al empleo femenino— las mujeres obtienen en promedio a lo largo de su vida un ingreso equivalente a la mitad del que perciben los hombres. En todas las regiones las mujeres trabajan más que los hombres: realizan casi dos veces y media la cantidad de trabajo doméstico y de cuido no remunerados. Y si se combina el trabajo remunerado con el no remunerado, en casi todos los países las mujeres trabajan más horas al día que los hombres.
Por otra parte, la brecha entre las mujeres ricas y las pobres sigue siendo amplia, tanto dentro de cada país como entre unos Estados y otros. En Sierra Leona, una mujer tiene una probabilidad 100 veces mayor de morir durante un parto que una mujer que vive en Canadá. En los países menos adelantados, una mujer residente en una zona rural tiene una probabilidad un 38% inferior de dar a luz con la ayuda de un profesional médico calificado que las mujeres que viven en las ciudades. En América Latina, las tasas de analfabetismo de las mujeres indígenas suelen duplicar las de las mujeres no indígenas. Desde 2000, estas diferencias se han ido reduciendo en algunos países, mientras que en otros han aumentado. La discriminación de género se suma a otras formas de desventaja (condición socioeconómica, ubicación geográfica, casta y origen étnico, sexualidad o discapacidad) y limita las oportunidades y los proyectos de vida de las mujeres y las niñas. Ampliando la problemática de la mujer en América Latina y el Caribe, el informe indica que el trabajo informal es todavía la norma predominante: el 59% de los empleos de las mujeres son informales.
Ahora bien, para transformar las economías y realizar los derechos económicos y sociales de las mujeres, el documento plantea la necesidad de actuar en tres áreas prioritarias: el trabajo decente para las mujeres, políticas sociales con perspectiva de género y políticas macroeconómicas basadas en derechos. Expliquemos, brevemente, en qué consiste cada una de ellas.
Transformar el trabajo en favor de los derechos de las mujeres. El trabajo remunerado puede ser un pilar fundamental para la igualdad sustantiva de las mujeres, pero solo cuando es compatible con una responsabilidad compartida entre mujeres y hombres por el trabajo de cuidos no remunerado; cuando permite a las mujeres disponer de tiempo para el ocio y el aprendizaje; cuando proporciona ingresos suficientes para mantener un nivel de vida adecuado; y cuando las mujeres reciben un trato digno en el trabajo. Las responsabilidades domésticas y de cuidados, que continúan recayendo fundamentalmente en las mujeres, limitan los tipos de trabajo a los que estas pueden acceder, lo que refuerza aún más la desventaja socioeconómica que tienen. Las medidas dirigidas a reducir la carga de trabajo no remunerado a través de inversiones en infraestructura, servicios de cuidado infantil y licencias parentales pueden aumentar la disponibilidad de las mujeres para hacer trabajos remunerados y ampliar su capacidad de elección.
Formular políticas sociales idóneas para las mujeres. En la actualidad, tan solo un 27% de la población mundial disfruta de pleno acceso a la protección social, mientras un 73% solo goza de cobertura parcial o carece de cualquier tipo de cobertura. Con frecuencia, las mujeres están excesivamente representadas en este último grupo. Para que constituyan una contribución real a la igualdad sustantiva, las políticas sociales deben diseñarse situando los derechos de las mujeres en su centro. Es fundamental invertir en más y mejores servicios —incluidos los de salud y cuidado infantil, abastecimiento de agua y saneamiento—, que respondan a las demandas inmediatas de las mujeres y afiancen la seguridad de sus ingresos a largo plazo.
Hacia un entorno macroeconómico favorable. Desde la perspectiva de los derechos humanos, la política macroeconómica debe perseguir un conjunto amplio de objetivos sociales, como la creación de empleo decente; la movilización de recursos para posibilitar inversiones en servicios y transferencias sociales; y la creación de canales para garantizar una participación efectiva de las organizaciones de la sociedad civil (incluidos los movimientos de mujeres) en la toma de decisiones macroeconómicas.
En suma, según ONU Mujeres, para alcanzar la igualdad sustantiva, es necesario no solo hacer más, sino hacerlo mejor. Por ejemplo, en lugar de limitarse a absorber a un mayor número de niñas en sistemas educativos insuficientemente financiados, las escuelas deben proporcionar una educación de calidad y un entorno seguro de aprendizaje para las niñas y los niños. Asimismo, deberían tratar de contribuir a la promoción de la igualdad a través de programas de estudio progresistas y un cuerpo docente bien preparado. En vez de incorporar a más mujeres en empleos precarios y poco gratificantes, es necesario transformar los mercados laborales para que funcionen adecuadamente tanto para los hombres como para las mujeres y beneficien a la sociedad en su conjunto. La igualdad sustantiva requiere transformar de un modo fundamental las instituciones económicas y sociales —incluidas las creencias, las normas y las actitudes que las moldean— en todos los niveles de la sociedad, desde los hogares hasta los mercados de trabajo y desde las comunidades hasta las instituciones políticas locales, nacionales y mundiales.