Que el pueblo recupere protagonismo

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En la clausura del III Encuentro Mundial de Movimientos Populares (realizado en Roma), en la que participaron delegados de más de 60 países, el papa Francisco pronunció un largo, emotivo y agradecido discurso en el que comenzó recordando los temas y compromisos del encuentro anterior. El primero, la necesidad de un cambio de estructuras para que la vida sea digna, para que haya trabajo digno para los excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos originarios; vivienda para las familias sin techo; erradicación de la violencia contra la mujer y de toda forma de esclavitud; fin de las guerras, del crimen organizado y de la represión; libertad de expresión y comunicación; ciencia y tecnología al servicio de los pueblos. Señaló, además, aquellas tareas de carácter imprescindible para encaminarnos hacia una alternativa humana frente a la globalización de la indiferencia. En esa línea, subrayó la urgencia de poner la economía al servicio de los pueblos, la necesidad de construir la paz y la justicia, y el deber de defender la Madre Tierra.

El papa fue especialmente enfático con la responsabilidad de los movimientos populares de sembrar ese cambio y promover un proceso en que el confluyen millones de acciones grandes y pequeñas. Ello tiene que ver con el ejercicio del discernimiento colectivo que se convierte en acción transformadora “según lugares, tiempos y personas”. Si no hay un protagonismo transformador, dice el papa, corremos el peligro de las abstracciones, de los nominalismos, que no cambian la vida de las personas ni de las comunidades. El protagonismo de los movimientos populares implica, para Francisco, una presencia dinámica y vital de participación en la vida pública y política. No obstante, hay dos riesgos en la relación entre los movimientos populares y la política: “el riesgo de dejarse encorsetar y el riesgo de dejarse corromper”.

Respecto a lo primero (limitar la acción a la cooperativa, la huerta agroecológica, los planes asistenciales, etc.), el papa exhorta a no caer en la tentación del corsé que reduce a los movimientos populares a actores secundarios o, peor aún, a meros administradores de la miseria existente. Y recalca que en estos tiempos de parálisis, de desorientación y propuestas destructivas, la participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad, o de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria. Y esto dijo sobre los retos que se presentan en este plano al movimiento popular:

Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis.

El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse, y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio.

Frente a la segunda amenaza, la de dejarse corromper, el papa recuerda que no es exclusiva de la política. Hay corrupción en las empresas, en los medios de comunicación, en las Iglesias y también en las organizaciones sociales y los movimientos populares. Así pues, de esta constatación se derivan los consejos que propone el papa en este ámbito. Los expresa en los siguientes términos.

A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece para que Dios lo libere de estas ataduras. Pero, parafraseando al expresidente latinoamericano [José Mujica], [digo]: el que tenga afición por todas esas cosas, por favor, que no se meta en política, que no se meta en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer mucho daño a sí mismo y al prójimo, y va a manchar la noble causa que enarbola.

Luego, Francisco recuerda la importancia de la coherencia testimonial:

Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la austeridad; y practicar la austeridad es, además, predicar con el ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene más fuerza que mil palabras, que mil volantes, que mil likes, que mil retweets, que mil videos de YouTube. El ejemplo de una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común. [Por el contrario,] la corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo.

El llamado del papa a que el pueblo recupere su protagonismo ético-político nos recuerda una de las intuiciones más creativas y oportunas del padre Ignacio Ellacuría, que en el conflicto armado salvadoreño propuso la participación y fortalecimiento de una fuerza social que no solo interviniera en la solución de la guerra, sino que también delineara los puntos fundamentales de un proyecto nacional al cual los políticos debieran someterse. Esa fuerza social debía constituirse en el sujeto de su propio destino, ya que sus presuntos representantes solían —y suelen— mirar más por los intereses propios, derivados de estar o no estar en el poder, que por los intereses reales de la población.

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