Dijo Amós, el profeta de profetas: "Quiero que la justicia sea tan corriente como el agua, y que la honradez crezca como un torrente inagotable". Isaías, poeta bíblico, sentenció: "Si hubieras estado atento a mis leyes, la dicha te habría inundado como un río". ¿Por qué hoy esas citas del Antiguo Testamento? Porque ambos elegidos de Dios tenían razón y sus palabras siguen vigentes, muy cercanas a la realidad salvadoreña. Y es que en Guatemala, donde su gente canta que "no haya esclavos que laman el yugo ni tiranos que escupan su faz", está llegando la hora de las víctimas. Es el turno del ofendido. De ese a quien el Dalton poeta y también profeta vio que golpearon, "azotando la cruel mano en [su] rostro"; de quien despreciaron su amor y se rieron "de su pequeño regalo ruboroso, sin querer entender los laberintos de [su] ternura".
Al platicar sobre esto con una víctima salvadoreña, guerrera en la batalla por la verdad y la justicia, emanan celos de los buenos y dolor del más sentido, brotan la rabia legítima y una dulce rebeldía, fluyen los sentimientos encontrados y se desatan las ansias amarradas, se esparcen sobre el aire sus duras realidades y sus sueños realizables. "¿Qué piensa y qué siente al observar lo que está pasando en Guatemala?" fue la pregunta detonante para sentarse a escucharla con atención y respeto. "La verdad", dijo, "me produce envidia, porque este país no tendrá esa posibilidad ninguna vez; en El Salvador, aunque sea en el Tribunal de Justicia Restaurativa que organizan cada año las víctimas, con el apoyo del IDHUCA, me gustaría ver sentado a uno de esos indignos asesinos. El IDHUCA debería llevar a alguien de ‘renombre’ ante la Fiscalía, más allá de los acusados por la masacre en su universidad".
"Yo me he alejado un montón del tema, pero me carcome el dolor como un cáncer que invade mi cuerpo", dijo, con voz apagada. "Quisiera tener tanta fuerza", continuó con más ardor en las palabras, "para poder castigar a un par de esos. La impunidad tiene miles de rostros de las víctimas que día tras día esperan una señal de justicia. Y aunque sea distante, en Guatemala... Y aunque la justicia no llegue para vos o para mí, si es para otro, te da una señal". "Por eso", aseguró, con determinación, "me niego a trabajar con victimarios".
Aunque luego aclaró que sí había una forma de trabajar con ellos: buscando justicia y combatiendo la impunidad, como en el vecino país, donde por eso está sentado en el banquillo de los acusados el hasta hace poco intocable entre los intocables: Efraín Ríos Montt. Hoy, este general tiene quien le escriba: dos honorables guatemaltecas: la fiscal general Claudia Paz y Paz, y la juez Carol Patricia Flores. La primera le escribió el texto donde lo acusó por genocida y responsable de otros crímenes contra la humanidad; la segunda le escribirá su sentencia.
Lo que está ocurriendo en el vecino país marca un antes y un después para criminales y víctimas de allá y acá; porque, como allá, acá también se podrá más temprano que tarde. Fue alrededor de eso que se dio la conversación con la querida colega salvadoreña, que en un momento comenzó a contar un cuento. "Un día, me encontré con una niña que lloraba buscando a su padre. Y quise tomarle la mano para ayudarle, pero me topé con un muro; y ese muro tenía miles y miles de nombres, y no me dejaba pasar. Y mientras la niña lloraba, yo le decía que pronto lo íbamos a encontrar. Pero pasaron los años y me volví a encontrar a la niña. Hoy, ya era mujer, pero siguió encontrándose con el muro y nunca encontró a su padre; por el contrario, el rostro de su padre se disolvió y vio el de miles de gentes que gritaban a una sola voz: ¡justicia! Y comprendí que sin esta, no podrá encontrar nunca a su padre ni su rostro".
Al decirle que su pesar era también el de tanta gente y que su esperanza no podían matarla los falsos profetas, ella respondió contundente: "¡Ni los falsos justicieros y los falsos promotores de la libertad!". Paradoja de este coloquio, casi lo cerró diciendo que hablar de su dolor y expresar sus anhelos sigue "teniendo el don de [volverla] a la vida". Y es que tiene vida hasta para regalar; la injusticia, a veces, parece que la mata, pero sin lograrlo. "¡Soy", acabó, alentadora, "como el ave fénix!". ¡Qué gran final para una gran plática!
Por eso se logró esta chapinada gloriosa: porque las víctimas nunca se dieron por vencidas; porque a pesar de caer, siempre se levantaron viendo de frente la utopía y empujadas por su dignidad nunca perdida. Como auguró Roque: "Ahora es la hora de mi turno, el turno del ofendido por años silencioso a pesar de los gritos: ¡callad!, ¡callad". Su profecía se ha comenzado a cumplir en Guatemala, porque los ríos de sangre solo se limpian con ríos de justicia. Ya les llegará su turno a las víctimas salvadoreñas. Mientras eso no ocurra, El Salvador seguirá siendo el reino de la impunidad y por eso —a diferencia de Guatemala, donde hay más tropa— acá seguirán sintiéndose seguras las cabezas de la criminalidad organizada en cualquiera de sus expresiones: violadores de derechos humanos, corruptos y traficantes del mal.