San Fernando es uno de los municipios del país más afectados por la pobreza extrema. Está en el norte de Chalatenango, a orillas del río Sumpul, en frontera con Honduras. Desde Dulce Nombre de María, el último municipio al que se llega por vía pavimentada, hay dos horas de viaje por una carretera de tierra estrecha, quebrada, difícil para manejar, con pendientes muy pronunciadas, barrancos a ambos lados en algunos momentos y, al menos en esta época, muy deteriorada.
Aun en medio de la pobreza, la gente es luchadora, trabajadora y busca salir adelante. Unos tienen que emigrar por amor a los suyos; otros se quedan por el mismo amor a lo propio, a su tierra y a sus parientes, cultura y amigos. En Valle de Jesús, uno de los cantones más grandes del municipio, los estudiantes de Administración de Empresas de la UCA han iniciado una serie de proyectos de desarrollo productivo, recibidos en la comunidad en la modalidad de trabajo cooperativo. La expectativa es sacar más de 10 mil libras de tomate y algunas menos de chile verde. El cultivo es en invernadero y bajo riego de goteo.
Quienes han colaborado con el proyecto señalan la rapidez con que la gente aprende a manejar formas de cultivo y trabajo de las que no habían tenido experiencia con anterioridad. No hay prácticamente delincuencia en la zona y los pobladores son solidarios y abiertos con el que llega. Quienes han seguido el trabajo de los cooperativistas piensan que lo que falta es apoyo, y no disposición ni ganas de trabajar de las personas. La gente quiere mejorar, incidir y gestionar su propio desarrollo, integrarse más en las dinámicas productivas y sociales del país.
Como en Valle de Jesús, hay otras muchas comunidades, especialmente en las montañas de la zona norte, pero también en otros lugares del país, que viven los mismos deseos y esperanzas que los alejados pobladores de San Fernando. El espíritu de cooperación, la cohesión social, los valores comunitarios son altos en esas comunidades. Y, sin embargo, a pesar de tener esos valores que hoy consideramos fundamentales para la democracia y la convivencia pacífica ciudadana, a esas mismas comunidades se las condena a la marginación y al olvido. Y de algún modo, al no ofrecerles posibilidades locales, se les empuja a la migración, o bien a la ciudad o al que solemos llamar el sueño del Norte.
Pocas veces se reflexiona sobre el hecho de que al despoblar nuestra zona rural, no sólo ponemos en riesgo nuestra seguridad alimentaria, sino que dificultamos o destruimos valores comunitarios básicos para la construcción de un país viable. La solidaridad, la hospitalidad, la capacidad de lucha en medio de las dificultades del entorno, la transmisión de valores tradicionales se ven interrumpidas por los traumas que la migración impone. Llegar a la ciudad o, todavía más, salir en busca de trabajo al extranjero en difíciles condiciones, desarraiga, individualiza, aísla.
Es cierto que no todo es negativo en la migración, y que muchos migrantes han logrado mantener índices de solidaridad altos con sus comunidades de origen. El pueblo salvadoreño es resistente frente a la injusticia, capaz de trabajar en pésimas condiciones y tiene la iniciativa como para salir adelante. Pero también sufre los golpes de una migración peligrosa; los riesgos, a veces la muerte, del camino; y el fracaso en una sociedad demasiado individualizada que impide la realización de los sueños. La migración forzada por la pobreza siempre es un mal, aunque de él se pueda sacar bienes. Porque la gente que la sufre siempre es mejor que quienes, desde su comodidad, egoísmo o políticas irresponsables, están en el origen del sufrimiento y de la migración forzada.
La reflexión, sin embargo, tiene que detenerse en el punto que mencionábamos antes: si queremos valores, ciertas zonas de nuestro campo son clave en el mantenimiento de los mismos. Invertir en valores, que además pueden ir acompañados de formas de desarrollo comunitario, económico y social, es una tarea que no puede olvidarse. Y esos valores no son principal ni únicamente los valores de quienes viven bien en la ciudad; son los valores de la gente, y con mucha frecuencia los valores de campesinos en pobreza que luchan y se esfuerzan desde un enorme amor a la tierra, a los suyos y a su modo de vida armónicamente comunitario.